lunes, 31 de diciembre de 2012

LA GRANDE ARGENTINA o una nación subalterna



Por Julio Irazusta

A los  treinta y seis años de su desaparición, la figura del gran poeta nacional tiene tanta o mayor actualidad que el día en que decidió eliminarse de entre los vivientes .
Lo que de su poesía sobrevivirá está más próximo a la etapa final de su pensamiento que a los comienzos de su carrera literaria. En cambio, la influencia de sus ideas en la situación a que ha llegado el país es mucho mayor que la tuvo mientras las propagaba.
Su prédica a favor de la “hora de la espada”, su tesis de que las fuerzas armadas eran la última esperanza del orden y de que la aristocracia militar era el único baluarte contra el demagógico desborde en que se tradujo la incipiente democracia de sufragio universal, a pocos años de su inauguración, no logró éxito ni intelectual ni práctico de apreciable importancia.

La revolución de 1930, cuya proclama había redactado, no tuvo el discernimiento necesario para incorporarlo al ministerio.El jefe del gobierno, que había estado en el Parque junto a Leandro Além y a Lisandra de la Torre, prefirió el asesoramiento de los derrotados en 1912, cuyos nombres –las letras grandes que, según Platón, son las únicas que el pueblo entiende- no tenían, precisamente, significado revolucionario.
Cierto, sus libros más recientes, LA PATRIA GRANDE Y LA GRANDE ARGENTINA, pregonaban un cambio de las cosas nacionales, excesivo para los objetivos demasiado mediocres y pedestres que tenía en vista la administración, al otro día del 6 de setiembre, en contradicción con la propaganda empleada en la conspiración para persuadir a los militares que debían acompañar el pronunciamiento.
Así lo comprobó poco después el testimonio de un futuro presidente de la República, Pedro Pablo Ramírez, un documento que reprodujo la NUEVA REPÚBLICA.

Pero si eran explosivas las críticas de Lugones, impresas en diarios y libros, contra el electoralismo imperante, sus proposiciones de arreglo no diferían fundamentalmente del régimen establecido desde hacía casi ochenta años por los hombres de la llamada organización nacional de 1853. Y él personalmente no me pareció proclive a sacar los pies del plato, en el gobierno presidido por un general, la única vez que entrevistamos juntos a Uriburu, después del 5 de abril de 1935.

En esa ocasión no habló sino para hacer el papel de introductor de embajadores, como jefe de la Acción Republicana que con él formábamos, mientras los jóvenes dialogábamos con el presidente con la misma libertad con que lo hacíamos en el llano. A la excusa que daba su inacción, de que no tenía pueblo, se contestó al general que éste lo acompañaría de nuevo en cuanto iniciara una serie de medidas verdaderamente revolucionarias, según lo ocurrido el 6 de setiembre de 1930 al derrocar el gobierno elegido de acuerdo a las leyes vigentes.

Tampoco tuvo éxito cuando, junto con los que formábamos Acción Republicana, redactó, en colaboración con el Dr. Angelino Zorraquín, un memorial sugerido por Rodolfo Irazusta, solicitando del Gobierno que no se siguiera sacando oro de la Caja de Conversión para continuar con el servicio de la deuda externa. Y mucho menos lo tuvo cuando intentó reunir, en 1934, en un solo haz, las agrupaciones nacionalistas surgidas a raíz de la revolución de setiembre de 1934, bajo el nombre de Guardia Argentina, cuyos estatutos y programa redactó en folleto impreso con aquel nombre, aunque sin mencionar el del autor.
Iguales o peores frustraciones sufrió durante el gobierno de Justo, que había pedido su colaboración para la campaña presidencial, a quien llamó, imitando a Sarmiento sobre la candidatura de Montt en Chile,  “el único candidato”. En esa época –según referencias verbales de Clemente Villalba Achával- el régimen lo tuvo al gran hombre ilusionado con la revolución nacional que se iba a hacer de un momento a otro, hasta la antevíspera del día en que Ortiz iba a recibir el mando.

Última causa, sin duda alguna, entre las varias otras que habrían influido en su decisión de eliminarse.
Por el contrario, el triunfo de su prédica antiliberal y antidemocrática y a favor del militarismo había de producirse un lustro más tarde, cuando la revolución del 4 de Junio de 1943 puso término al gobierno del presidente Castillo. Desde ese momento hasta hoy –salvo los períodos incompletos de las presidencias de los doctores Ortiz, Castillo, Frondizi Illia-, la jefatura del Estado estuvo en manos militares, aunque por lo general bajo la inspiración de los burgueses civiles, herederos de la tradición que inspira el pésimo sistema de la conducción nacional, desde Caseros hasta nuestros días. Arbitrariedad, despotismo, tendencia al gobierno absoluto, so pretexto de eficiencia administrativa y estatal, constituyeron la enseñanza que Lugones dejó al país en la última etapa de su carrera literaria. No se puede afirmar que ello redundara en beneficio del interés nacional.Pero no hay duda que, con todos sus errores de doctrina, sus ideas influyeron de modo decisivo en el cambio experimentado por el pensamiento nacional en las tres décadas largas posteriores a su muerte.
El Revisionismo, si no le disgustó, lo dejó indiferente a no ser hasta donde él lo llevó de modo alternativo, en lo que se refería a Rosas y a Sarmiento, en el artículo sobre el sable de San Martín y en su historia del volcánico sanjuanino. Pero su exaltación del patriotismo, con la magia de su estilo, en prosa y verso, produjo efecto electrizante en un país extraviado por el cosmopolitismo, el sentido reverencial de lo extranjero y el repudio de su pasado y de su origen, absurdos compartidos con sus mejores conciudadanos de las generaciones inmediatamente anteriores a la suya.

En LA GRANDE ARGENTINA señaló el inmenso peligro que nos acechaba en medio de un mundo hambriento y endurecido por la guerra, regido por el imperialismo económico, o método del dominio de un país fuerte sobre otro débil. Dijo inexistente la soberanía que no resulta de un poder político y militar efectivos. Sostuve que el manejo de nuestros mayores intereses desde afuera era una situación colonial. Peligros agravados por la segunda guerra general del siglo XX, que hizo del mundo algo mucho peor de cómo lo había dejado la del 14 al 18. Allí planteó este dilema: o hacemos la grande Argentina o nos resignamos a ser nación subalterna. Y en LA PATRIA FUERTE había anticipado que nuestra única garantía de subsistencia era volvernos poco a poco gran potencia.

Palabras que suenan como las que hoy se oyen.
No se contentó con exponer males. Propuso remedios. Muchos de éstos exhibían gran sentido práctico.
Pero entre todos adolecían de dos defectos capitales: no dar al problema de las influencias extranjeras tradicionales la enorme importancia que tenía, y su incomprensión de la indispensable colaboración de todos los elementos sociales en una empresa de engrandecimiento nacional.Su falta de fe en el pueblo, y, por el contrario, su excesiva confianza en las bondades de un despotismo ilustrado, base de su militarismo, le impidieron acertar.
Pero la mayoría de los que hoy repiten sus expresiones de anhelo patriótico no ha superado dichas insuficiencias. La gran potencia no se hace como un Fiat Lux, por decisión unilateral de un hombre o de un pueblo, sino en el curso de los tiempos, por los países con vocación de grandeza y capacidad de aprovechar las oportunidades que ofrece la evolución histórica, así como la perseverancia para incorporar al sistema de conducción nacional las ventajas logradas por cada generación y descartar los errores en que ellas hayan incurrido.

El rasgo que caracteriza la vida de Lugones es el de no tener, desde todos los ángulos, desde todas las posiciones, a veces contrapuestas en el mismo momento –puesto que siempre reivindicó para sí el derecho de contradecirse-, otro pensamiento que el servir a su patria.
Y como las ideas nacionales a que se aferró en su etapa final eran inherentes al patriotismo –mientras las opuestas lo niegan-, sus escritos en prosa y verso tienen una actualidad prístina que se advierte a cada nueva lectura.

Sin duda su poesía estará en la memoria de todos, cuando se empiece a formar una antología con lo mejor de su prosa. Como sus versos deslumbraron a los jóvenes desde su aparición, según se lo dijeron a don Alfonso Reyes, y ahora lo confiesa Borges, los que en nuestra juventud y en nuestra ancianidad lo admiramos seguiremos admirándolo. Pero en el momento, su épica –incluso la del Centenario, de fondo tan discutible- nos parece superior a su lírica. Un fragmento de ODAS SECULARES –con tantos resabios de su anarquismo inicial- no fue superado por los POEMAS SOLARIEGOS ni los ROMANCES DEL RÍO SECO, aquel que se refiere a los próceres de la independencia:

“Hagamos de sus tumbas las macetas de flores
con que los buenos muertos prorrogasn sus amores.
Como si nos dijeran con su palabra honrada
Que la eternidad formóse  de vida renovada;
Y así como ellos precisamos vivir,
No del pasado ilustre, sino de porvenir.

Pues ellos nos dejaron, en sus actos más bellos,
El duro y noble encargo de ser mejores que ellos.
Su probidad sencilla, su piedad grave y recta,
El porfiado heroísmo de su vida imperfecta,
El timbre igualitario que dueron a sus nombres,
Nos prueba que, ante todo, cuidaban de ser hombres.
Y lo que nos lo torna más buenos y admirables,
En los póstumos días, es que son imitables”.



Programa cívico  infinitamente superior a todas las soluciones que intentó legarnos la literatura política.

Clarín, Buenos Aires, 14 de junio de 1974.


miércoles, 20 de junio de 2012

SERMON DEL PADRE ALBERTO EZCURRA: LA BANDERA

Trancribimos fragmentos de un sermón del Padre Alberto Ezcurra.







El valor de los símbolos patrios

Si luego decíamos el símbolo. . . Hoy es el día de la Bandera y la Bandera es el símbolo de esa realidad que amamos y por la cual rogamos que es la Patria. El símbolo es aquello que representa algo. Es algo que puede ser constituido por los hombres, pero sin embargo es una cosa muy seria. Nos basta pensar solamente que la cruz es una cosa muy seria. N os basta pensar solamente que la cruz es el símbolo de nuestra Fe cristiana y católica, y nos hace referencia a la tragedia del pecado y al amor inmenso de Cristo que muere en la cruz para salvamos.
La cruz antes de Cristo era un signo de ignominia, era la peor condena que se podía dar a los delincuentes, pero cuando Cristo muere en la cruz cargando sobre sus espaldas nuestros pecados, Cristo muriendo en la cruz nos salva, la cruz se transforma en el símbolo de la salvación. Y cuando nosotros miramos una Cruz, a través de ella adoramos a Dios y nosotros hacemos sobre nosotros mismos la Señal de la Santa Cruz. La Cruz es un símbolo y es una cosa seria, es una cosa sagrada, representa a Cristo, la Fe de Cristo, nuestra condición de cristianos. La señal del cristiano es la Santa Cruz, aprendíamos en el Catecismo.
y así como la Cruz es símbolo de la Fe de la Iglesia de Cristo, la Bandera es un símbolo de esa realidad humana que Dios quiso para nosotros que es la Patria. Es un símbolo, y un símbolo que está por encima de cualquier otro símbolo. Muchas veces hemos afirmado aquí que la Patria está por encima de las divisiones de clases y de las. divisiones de partidos y de cualquier otra división. Porque el Bien Común de la Patria está por encima, tiene que estar por encima de todos los intereses particulares.
Puede haber símbolos que enfrentan a los hombres, que los distinguen, que los dividen. Los hombres se dividen a veces por banderías políticas y tienen un símbolo que los distingue a veces hasta en el deporte, los colores, el escudo, el distintivo, es un símbolo que está representando a ese club. Pero por encima de los distintos colmes de boinas o de 'distintivos políticos, por encima de las diversas camisetas de los clubes, por encima de todos aquellos símbolos de realidades menores, está la Bandera que es el único símbolo que une a todos los argentinos en una empresa común, en la cual Dios nos quiere. Y esa empresa común es la Patria.
Decíamos que el símbolo es algo que hacen los hombres. Pero los hombres para hacerlo tienen algún motivo, y después ese símbolo que ha sido elegido pudo a lo mejor ser de otro color, de otra forma, pero ese símbolo que ha sido elegido se une a la historia de una Patria. Y van pasando los siglos, los años, va pasando el tiempo y ya no se puede decir de ese símbolo que se puede cambiar, que es sólo un pedazo de trapo, que es algo que podría ser distinto. No. ¿Por qué? Porque cuando ese símbolo ha pasado a ser el distintivo de una Nación y de una historia, ese símbolo de alguna manera está siendo consagrado por los hombres. Por los hombres en el cual mirándolo se reconocen, por los hombres que han derramado su sangre para defender ese símbolo sabiendo que defendían a la Patria, por los hombres que han prestado por generaciones y generaciones el juramento, por los que han sentido un día en su corazón la emoción al ver la Bandera que se iza en la mañana en el patio de la escuela, o en el mástil del cuartel. El símbolo que une a todos los argentinos por encima de cualquier otra cosa, el símbolo, que como decíamos, dependiendo de quienes han derramado su sangre, ya no es algo accidental, ya es algo importante, es algo que va unido de manera profunda a la historia de una Patria.



Las raíces marianas de la Bandera
Y también decíamos que el símbolo, si bien pudo haber sido de otra manera, sin embargo, los hombres que decidieron elegir ese símbolo, no lo hicieron por casualidad. Y aquí hay algo que mira. a las raíces más profundas de nuestra Patria y de nuestra Fe. Muchas veces se dice -y lo hemos dicho desde aquí en estas Misas por la Patria que los colores de nuestra Bandera son los colores del manto de la Virgen. Pero algunos pueden creer que eso es una comparación poética. ¿No es cierto? Lo mismo que lo puede decir una maestra en un colegio: los colores de la Bandera, son los colores del cielo, las nubes blancas, el cielo azul, la nieve de las montañas. Es una hermosa comparación, pero es una comparación poética. Cuando decimos que los colores de la Bandera son los colores del manto de la Virgen, no estamos haciendo solamente una comparación poética, porque los colores de la Bandera argentina son los del manto de la Virgen, no por casualidad sino porque ésa fue la voluntad expresa del creador de nuestra Bandera y así nos lo señala la Historia. Cuando el Rey Carlos III consagra en 1761 España y las Indias a la Inmaculada y proclama a la Virgen como principal Patrona de sus reinos, creó la orden real que se va a llamar «Orden de Carlos III», cuyos Caballeros recibían como condecoración el medallón con la imagen azul y blanca de la, Inmaculada, la cual estaba colgada al cuello, pendía del cuello de una cinta. Y el artículo 4° de los Estatutos de la Orden describe esta cinta: las insignias serán una bandera de seda ancha dividida en tres franjas iguales; la del centro blanca y las dos laterales color azul celeste. Los colores de la Inmaculada a la cual el Rey ha consagrado España y las Indias. Esta cinta la usaron los voluntários que acompañaron a Pueyrredón en 1806 en la lucha contra lós invasores ingleses y la llevaban anudada al cuello, como el pañuelo del criollo. Y habían elegido para esa cinta la medida de 38 centímetros que era el alto de la imagen de la Virgen de Luján. Y también, los mismos húsares de Pueyrredón, van a usar esta cinta en 1807 en la defensa de Buenos Aires contra los invasores ingleses. Pueyrredón y Azcuénaga usaban la cinta porque eran Caballeros de la Orden de Carlos III. Belgrano no la usaba porque él era Congresante mariano en las Universidades de Salamanca y de Valladolid. Y al recibirse de abogado, Belgrano juró defender el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, Patrona de las Españas.
Cuando en el año 1794 Belgrano es nombrado Secretario del Consulado, lo puso bajo la protección de Dios y eligió como Patrona a la Inmaculada Virgen María y colocó los colores azul y blanco. en el escudo del Consulado que estaba en el frente del edificio.

Cuando emprende la marcha con sus tropas hacia el Paraguay para luchar por nuestra independencia, asiste a Misa con todo su ejército en Luján y pone al ejército bajo la protección de la Virgen.
No es por tanto por casualidad que Belgrano elige el color azul y blanco para dárselo a nuestra Bandera. Y de esto tenemos testimonios bien expresados. José Luis Gamboa, que era miembro del Cabildo de Luján junto con un hermano de Belgrano y que estaba allí cuando Belgrano pasa con sus tropas, escribe: «Al darle Belgrano los colores azul y blanco ala Bandera de la Pátria había querido, cediendo a los impulsos de su piedad, honrar a la Pura y Limpia Concepción de María de quien era ardiente devoto, por haberse amparado en su Santuario de Luján». Y el otro testimonio, que es el del Sargento Mayor Carlos Belgrano, hermano de Manuel Belgrano, desde 1812 Comandante Militar de Luján y Presidente del Cabildo de Luján. Y dice Carlos Belgrano: «Mi hermano tomó los colores de la Bandera del manto de la Inmaculada de Luján, de quien era ferviente devoto».
Por eso mismo, el Coronel Domingo French pudo decir en su proclama alas tropas de la Isla de Luján el 25 de septiembre de 1812: «Soldados, somos de ahora en adelante el Regimiento de la ' Virgen; jurando nuestras banderas os parecerá que besáis su manto. Al que faltare su palabra, Dios y la Virgen por la Patria se lo demanden».



La Revolución Cultural: antipatriótica


Asi nació nuestra Patria argentina. Así nació nuestra Bandera. Esos hombres de Fe, ardientes patriotas y grandes devotos de la Virgen, fueron los que fundaron esta Nación. Yeso es una realidad que nadie puede negar y que nosotros, por Dios y por la Patria, no tenemos derecho a olvidar y no tenemos derecho a traicionar.
Hoy vivimos en nuestra Patria una lucha que quiere destruir todos esos valores y olvidar nuestro pasado. Vivimos una revolución que de alguna manera es más peligrosa que la situación que vivió la Patria hace algunos años, cuando las guerrillas armadas querían apoderarse del poder para imponemos la bandera roja. Es más peligrosa porque mientras los montoneros del ERP lo hacían empuñando las armas con atentados o crímenes, esta lucha es una lucha disfrazada y sutil. Lo que estamos viviendo hoy es una Revolución Cultural que quiere hacer un hombre nuevo, pero hacerlo desarraigándolo de su pasado, de sus valores, de su Fe, de la Historia. Es lo que se procura desde tantos medios de difusión en este tiempo. Personajes que tienen lugares importantes en la televisión o en la radio. Publicaciones periódicas como Humor, como El Periódista y como otra serie de revistas que hasta me daría vergüenza nombrar delante del Señor porque sería peor que decir malas palabras aquí delante de El. Personajes que tienen lugares importantes en la formación de nuestra juventud, en la cultura, o que quieren manipular desde posiciones de importancia del Congreso Pedagógico para dar una indicación a nuestros jóvenes, desarraigada de todos los valores tradicionales de la Patria y de la Fe.
Se quiere crear un hombre nuevo sin raíces. Es lo mismo que pasa en todas aquellas cosas que tienden a destruir la familia a través de ese aluvión de inmundicia y de pornografía que tenemos. A través de la Ley de Divorcio que destruye la solidez que debería fundar a la familia. Junto con la Ley de Divorcio se ha aprobado la liberación de los anticonceptivos, y hay quienes ya están pensando en una nueva ley qué sirva para aprobar el aborto, lo que afecta a la familia, hasta en sus ,mismas raíces. Mañana es también el Día del Padre. ¿Qué podemos pensar de aquél que no tiene respeto por sus padres? De aquél que- se avergüenza de su apellido. De aquellas familias que quieren fundarse no sobre la roca sólida de un amor definitivo y de una palabra que vale para siempre, sino sobre la arena movediza de las pasiones humanas. ¿Qué podemos pensar de aquellos que rechazan la vida? Dios perdona siempre, los hombres algunas veces perdonamos, pero la naturaleza no perdona nunca. Y cuando el egoísmo en un familia sin arraigo rechaza la vida, esa vida de alguna manera se venga. Y es lo que vemos en estos tiempos: los padres que no quieren hijos, o que no quieren hacerse responsables de los hijos, y que después se encuentran en la vejez, con que los hijos rechazan a sus padres. Y por eso nuestro tiempo, es el tiempo de las clínicas abortistas y es el tiempo de los asilos para ancianos. La vida, la naturaleza, se venga. El que ha sido egoísta con la vida que nace se va a encontrar después con el egoísmo que rechaza a la vida que declina. Yen lugar del respeto por los ancianos, el olvido, el abandono y el desprecio.
Por eso en las naciones donde ya se ha aprobado la Ley del Aborto, se empieza a discutir una Ley de Eutanasia. Para la desaparición, para la eliminación. Si miramos con un criterio materialista, con un criterio que no sea una criterio de Fe, ni siquiera un criterio íntegramente humano, con un criterio por el respeto a la vida, por cierto hay que eliminar a los viejos y a los niños porque ninguno de los dos produce. Esa es la mentalidad egoísta.
Pero donde se toca a la familia se crea una situación de desarraigo. Aquí desde el Altar hemos señalado también el año pasado que el Papa Juan Pablo II nos da un ejemplo de amor profundo a su Patria polaca, y él decía en el Mensaje a los jóvenes del Año de la Juventud cómo. el amor a la familia o el arraigo de la familia nace también del amor y nace del arraigo de la Patria. Porque la Patria es como una prolongación de la familia, es como una familia grande, porque la Patria es mi familia y son también todas aquellas otras familias que están ligadas a la mía por lazos de historia común, de tradición, de cultura, de lengua, de Fe. Entonces cuando se afecta a la familia, cuando se hiere a la familia, se está hiriendo a la Patria en sus mismas raíces, en sus células fundamentales.
¿Qué podemos pensar de aquél que se avergüenza de sus padres, de una familia que rechaza la vida? Es negro el futuro de esa familia. Y lo mismo podemos decir: ¿qué podemos pensar de una Patria que quiere renegar de sus orígenes? Pero no podrán hacerlo. Porque esto que decimos, esta referencia que hacíamos al espíritu, al alma de los próceres que hicieron la Patria, San Martín, Belgrano... Esa es la realidad de nuestra Argentina y estos ideólogos extranjerizantes, estos ideólogos sin Patria que quieren desarraigar esto del alma de los argentinos, no podrán conseguirlo. Nuestra Patria está hecha así, nuestra Patria nació así. Esa es la realidad de nuestra Patria.
Los señores laicistas que quieren arrojar a Dios de las escuelas, desde hace más de cien años trabajan para eso, los que quieren arrancar el Crucifijo de las escuelas, tendrán también que arrancar los retratos de San Martín y los retratos de Belgrano, que son los primeros que tenían el Crucifijo y la enseñanza de la fe en las escuelas. Los que no quieren que en las escuelas se enseñe a conocer a Dios, se enseñe el Catecismo, tendrían que prohibir que en las escuelas se enseñe el Martín Fierro, la obra grande de nuestra literatúra porque en el Martín Fierro se refleja la Fe de nuestros criollos, se refleja la Fe de nuestros gauchos. Los que quieren arrancar en la reforma constitucional los tímidos rasgos o afirmaciones de catolicismo que tiene nuestra Constitución argentina, tendrían que cambiar también los colores de nuestra Bandera, porque son los colores del manto de la Virgen por la voluntad de su creador, el general Belgrano.
Pero si una familia que olvida sus raíces, sus orígenes, si un hijo que reniega de sus padres y de lo que ha recibido de sus padres, un hijo que se avergüenza de sus padres, tiene un negro futuro, también es negro el futuro de una nación que
reniega de los orígenes y del espíritu de aquellos. que la fundaron y del espíritu con el cual la quisieron y con el cual la fundaron.


Defender el manto de la Inmaculada
Por eso, tenemos motivos para rezar al Señor por esa Patria y en este día de la Bandera. Pero la oración tiene que damos fuerza para cumplir con nuestro deber en la familia, en la escuela. Pero el testimonio, cualquiera que sea el lugar donde Dios nos pide que demos testimonio, digámoslo con las palabras del mismo General Belgrano: «La Patria está en peligro inminente de sucumbir. Vamos pues soldados a salvarla. Veis en mi mano la Bandera Nacional que os distingue de las demás naciones del globo. No olvidéis jamás que vuestra obra viene de Dios. Que Él os ha concedido esta Bandera y que nos manda que la sostengamos con el honor que le corresponde. Jurad no abandonada. Jurad sostenerla para arrollar a nuestros enemigos. Nuestra sangre derramaremos por esta bandera».

Y para terminar, expresando este "espíritu poéticamente digamos:

«La Bandera es ese paño que simboliza la Patria, y es el manto de la Virgen, Patrona de toda hazaña, que por eso fue creada de color azul y blanca. Cuando hizo falta una enseña justo previo a la batalla, la que resistió al demonio en las selvas tucumanas, la que envolvió al camarada en ese último viaje, hacia las mismas entrañas de la tierra americana, la que ha tremolado al viento sobre tantas mentes claras, defendiendo a la Nación de invasores de otras playas.
La que llena de crespones mordiendo penas y lágrimas, cada 2 de Abril recuerda su gesta contemporánea. Será el gesto más puro, la caricia más honrada, porque al besar la Bandera, besas la Argentina amada.
Entre sus pliegues de seda se quedarán tus palabras, para que el Señor te premie si las cumples y las guardas. y si al fin mueres por ella, ella será tu mortaja. Tu cuerpo descansará en los brazos de la Patria, porque te juro hijo mío, Argentina está completa
en la enseña azul y blanca».

Como en la familia podemos decir que el hombre no separe lo que Dios ha unido, podemos decido también de nuestra Patria. Que nadie se atreva a separar a aquellos que están unidos desde el principio de nuestra Historia. El amor a la Patria en la Bandera y el amor de Dios en los colores del manto de nuestra Virgen Inmaculada. Asi sea.




martes, 20 de marzo de 2012

RECORDANDO AL SARGENTO 1º GUILLERMO VERDES


BALANCE DE MEDIO SIGLO DE TEORÍA Y POLÍTICA MONETARIA*



Por Walter Beverragi Allende


1-Recapitulación

 Desde la Gran Crisis Mundial hasta nuestros días ha transcurrido medio siglo. En nuestro breve análisis retrospectivo de los capítulos precedentes, hemos podido observar, a grandes rasgos, el curso de los acontecimientos en lo tocante a teoría y política monetaria.
 La teoría cuantitativa tuvo, precisamente hasta la Gran Crisis, una primacía incuestionable y sus proposiciones prácticas, basadas esencialmente en la neutralidad monetaria y en un prudente manejo de la tasa de interés como instrumento estabilizador de la actividad económica, dentro de un marco de sostenido crecimiento, sufrió en aquella oportunidad un revés irreparable. 
 Las innovaciones keynesianas no llegaron a cuestionar los pilares básicos de la teoría cuantitativa, tan sólo se limitaron a profundizar algunos aspectos analíticos y a promover ciertas modificaciones en la política económica, en especial por vía del gasto público y con vistas, primordialmente, a combatir la deflación y el estancamiento. 
 Al promediar los años 1950 -y el medio siglo a que nos estamos refiriendo- surge el monetarismo, un planteo que tampoco difiere con los lineamientos básicos de la teoría cuantitativa; antes bien, parece reivindicarla, oponiéndose a las innovaciones keynesianas, pero que en materia de política monetaria aparece decidido a restaurar una "ortodoxia clasicista", reafirmando la necesidad de estabilizar el contingente monetario, dejando libradas a la "oferta y demanda" de dinero la evolución de las tasas de interés y minimizando nuevamente el rol de la política fiscal. 
 Podemos afirmar así que el rasgo común a todos los enfoques derivados de la teoría cuantitativa, por consiguiente, y a la vez elemento distintivo frente a nuestra teoría cualitativa, es el de proponer en todos los casos y en última instancia, la confrontación global de los agregados monetarios (o masa monetaria), por una parte, y de la suma de bienes y servicios (o transacciones en ellos), por la otra. 

 Nuestra teoría cualitativa se opone a esa "globalización" de magnitudes, sean ellas "moneda" o "producto", y propugna, en el plano teórico, una identificación del destino cualitativo de las unidades monetarias y una "parcialización sectorial" que confronte las inserciones de dinero, por una parte, y su resultado productivo, sean "bienes" o "servicios", por la otra. 
 De esta proposición teórica, que nosotros formulamos han de derivarse importantes implicancias en lo tocante a política monetaria, según podrá advertirse en los próximos capítulos. Pero antes de adentrarnos en ese tema, creemos pertinente formular una somera referencia a los resultados prácticos que se han derivado de la tesis monetarista, que es la realmente vigente en el "mundo occidental" y que ha suplantado -dentro del contexto general de la teoría cuantitativa- a las proposiciones keynesianas y aún, desde luego, a la que Friedman llama "posición inicial" de aquella teoría. 

 Consideramos indispensable este análisis, pues de sus resultados habrá de colegirse o no la procedencia de un verdadero replanteo de la teoría y la Política monetaria, como el que proponemos nosotros.



2- El monetarismo en la Argentina

Comenzaremos por aclarar que nosotros no inculpamos a Milton Friedman por todas las calamidades que se han derivado y se derivan diariamente, para muchos países, de las estrategias monetarias atribuidas, con razón o sin ella, al monetarismo. Es muy posible que muchas de esas calamidades se deriven de tácticas y maniobras (de grupos interesados) que nada tienen que ver con las proposiciones monetaristas.

Pero si tal inculpación ocurriera, Milton Friedman deberá, en última instancia, asumir la responsabilidad, aún por aquello que no es estrictamente derivado de su preceptiva o de la de su "Escuela de Chicago". Por dos razones fundamentales.
Primero, porque el mismo Friedman dice que "lo que importa para el mundo de las ideas, no es lo que pueda ser cierto, sino lo que sea considerado como cierto".

 Y con la ambigüedad de sus proposiciones, él ha dado lugar a que, en último análisis, cualquier proposición atribuida -con razón o sin ella- al monetarismo, "sea considerada como cierta".

En segundo lugar, porque el Prof. Milton Friedman se ha prestado, en todo tiempo y en todas las latitudes, a una propaganda tan exagerada, en favor de sus proposiciones monetaristas, que todos tenemos el derecho de suponer que, más que propuestas científicas, las suyas son tácticas integrantes de una "acción psicológica" de alcances, no ya nacionales, sino mundiales, a fin de servir propósitos que nada tienen que ver ni con la verdad científica ni con el bien común de la humanidad.

A partir de marzo de 1976, en Argentina, amparado por un gobierno militar y provisto prácticamente con la "suma del poder público", asumió el timón de la economía José Alfredo Martínez de la Hoz, quien -sin ser economista- dijo tomar como modelo las enseñanzas de Milton Friedman y acto seguido puso en práctica un programa decididamente ruinoso para el país y cuyos resultados ya están sobradamente en evidencia.
Por supuesto que el Prof. Friedman no sólo se abstuvo de negar su paternidad respecto del "Plan Martínez de la Hoz", sino que contribuyó de muy diversas maneras a darle su "espaldarazo", convenciendo a medio mundo de que, efectivamente, el aludido Ministro, audaz e improvisador sin límites, era un fiel discípulo de la "Escuela de Chicago". Cientos de públicaciones periodísticas así lo acreditan.
Como prueba de ello, bastará señalar que en 1977, la revista semanal más popular de Argentina publicó una entrevista con Milton Friedman, especialmente dedicada a consultarlo sobre los problemas de ese país y que dicho reportaje, ilustrado con abundantes fotografías del "premio Nobel", al que se califica como "una de las más grandes autoridades en Economía del mundo", ocupa nada menos que trece páginas de la aludida públicación. 


*Extractado de "Teoría Cualitativa de la Moneda"

ERNESTO PALACIO Y EL NACIONALISMO


Reproducimos una nota de Ernesto Palacio, publicada en  "La Nueva República", contestando una apreciaciòn  de Leopoldo Lugones:
Estimado Señor y amigo:
El número anterior de La Vida Literaria trae una breve nota suya sobre “El Nacionalismo” que merece una contestación igualmente breve. Se refiere Ud. en ella a un nacionalismo argentino que sería ––según dice–– “precipitada imitación de una mala cosa europea”, y la emprende bravamente contra él en nombre del “patriotismo cordial”.
Como no existe en el país otro nacionalismo doctrinario que el proclamado por el gru-po de la N. R., al cual me honro pertenecer, no cabe duda que el ataque viene dirigidocontra nosotros. Así lo hemos tomado y así lo ha comprendido todo el mundo, no obs-tante las deformaciones que nuestro pensamiento ha sufrido a través de su interpreta-ción personalísima. 
Porque el caso es que Ud. se ha fabricado un fantasma para gritarpeligro. Y a no ser por la circunstancia de que somos los únicos en usar el calificativo de nacionalista, nadie habría atribuido a nuestras personas de carne y hueso los atribu-tos fantásticos con que nos viste su fecunda imaginación.
Le agradezco en nombre propio y de mis compañeros la lección sobre la patria quepretende darnos cuenta cuando dice que “la patria no es un partido”, sino “la realidadesencial que condiciona la vida entera de una agrupación humana”. Pero ya que de lecciones se trata (a juzgar por el tono) habríamos deseado palabras más claras y más precisas. Que el patriotismo y el nacionalismo son cosas distintas ya lo hemos dicho nosotros infinidad de veces en las columnas de la N. R. y de La Nación, pero tratando deespecificar honestamente la diferencia. 
Diferencia que consiste simplemente en esto: el nacionalismo, si bien fundado en el amor a la patria, supera el plano puramente sentimental para transformarse en la doctrina del bien de la patria. Es, pues, un fenómenointelectual. Es superior al patriotismo en cuanto la inteligencia es superior al sentimien-to: pero no, como Ud. afirma la “exageración” del patriotismo. 
Consiste en saber quées lo que conviene y tratar de realizarlo. 
Su mayor o menor exasperación depende de lamayor o menor intensidad de los peligros que amenazan la nación. No se explicaría suexistencia en épocas de calma. Es eventual y defensivo. Discutir sobre su legitimidad sería lo mismo que reprochar a un hijo inteligente que tuviese un conocimiento claro de los remedios que convienen a la madre enferma y fundado en él combatiese al hermano “cordial” pero imbécil empeñado en abandonarla en manos de los curanderos.
Lo del “estado de odio” es, pues, pura leyenda. No podrían atribuirse sin mala fesentimientos de odio al hijo del ejemplo por defender con uñas y dientes la salud de su madre, aunque golpease al hermano o en último extremo lo encerrase.Tal es el caso de los diversos nacionalismos. Con dichos procedimientos extremos,que usted llama “anárquicos”, el nacionalismo italiano ha logrado salvar a su país ame-nazado por la peste roja: cosa que Ud. (supongo) no se atreverá a negar.
Lo de “precipitada imitación de una cosa europea”, ¿no le parece que convendríamejor a sus tentativas fascistas? Nosotros, por el contrario, tratamos de entroncar en la tradición del país y mantenernos en el terreno de nuestras instituciones, por lo cual siempre hemos rechazado enérgicamente la confusión entre sus doctrinas y las de la N. R.,argumento predilecto de nuestros adversarios. 
Le agradecemos, pues, que haya hechoUd. también de su parte para evitar que dicha confusión continúe.
Saludo a Ud. con la mayor consideración y amistad

Fuente: La Nueva Repùblica, 
21-7-1928

viernes, 6 de enero de 2012

EN TORNO AL CRIOLLISMO EN EL BICENTENARIO





Por Alberto Buela


Alrededor de la época del Centenario (1910) se escribieron una cantidad significativa de textos en torno al criollismo. Lo inauguró Rafael, el hermano de José Hernández, el autor de nuestro Martín Fierro, con una conferencia en Peuhajó en 1896: Nomenclatura de sus calles,  lo siguió Lucien Abeille en 1900 con El idioma nacional de los argentinos. Vino luego Ernesto Quesada quien en 1902 publicó El criollismo en la literatura argentina. Ricardo Rojas con La restauración nacionalista de 1909 y Leopoldo Lugones con El Payador, conferencias dictadas en 1913 y publicadas en 1916, cierran este ciclo brillante de la literatura específica sobre lo criollo y el pensamiento nacional argentino.[1]
Hoy pasado un siglo y algo más, es interesante echar una mirada retrospectiva sobre el asunto que tantos desvelos ocasionó y que a nosotros nos parece tan distante.


Esquema breve

Hagamos un poco de historia de literatura criolla para poder situarnos en el asunto. El primer autor gauchesco es el oriental Bartolomé Hidalgo (1788-1822), quien desarrolló toda su vida en Buenos Aires, murió en Morón y escribió en la época de la independencia (1810) cielitos patrióticos y le canta a las Provincias Unidas del Río de la Plata. Era de profesión barbero y escribe como tal. “Utiliza la verba descosida propia de su oficio”, afirma Lugones. No nació gaucho pero supo interpretar su sentir y escribió con el modo de decir de este nuevo tipo humano que había surgido en América: el gaucho.
Luego por la época de Caseros (1852) surge Hilario Ascasubi (1807-1875), quien nació cordobés y murió en Montevideo, con su trilogía, Santos Vega, Aniceto el gallo y Paulino Lucero. Su poesía fue más política que poética y pasando el tiempo pierde interés su lectura. Su poesía se denominó gauchi-política y fue siempre unitario. “el mulato Ascasubi resolvió explotar el género gauchesco a favor de su partido”, afirma R. Hernández en 1896. Y Lugones terminante, como de costumbre, dice: No tenía de gaucho sino el vocabulario, con frecuencia absurdo”.
Le sigue luego, como su discípulo, Estanislao del Campo (1834-1880, quien bajo el  pseudónimo de Anastasio el Pollo publica en 1866 Fausto.
Es el autor más criticado por gringo y por su desconocimiento de todo lo gaucho. El primero que lo critica es Rafael Hernández en la mencionada conferencia, donde sostiene: “Su obra está llena de incongruencias y artificios. Del campo ha creado en su Laguna un domador de opereta desconocido en el país. El gaucho Laguna monta un flete escarciador y coscojero que aunque era medio bagual, él lo deja con las riendas arriba. Este parejero se llama Záfiro, piedra preciosa que ningún gaucho conoce. Y es de pelo overo rosado, justamente el pelaje que no ha dado ningún parejero, y conseguirlo sería tan difícil como un gato de tres colores”.
Por su parte Ernesto Quesada dice: “Del Campo siempre fue un pueblero, que tan solo superficialmente conocía al gaucho. De ahí que su libro sea una obra que nada tiene de gauchesco en las ideas y sentimientos: únicamente se sirve del disfraz del dialecto gaucho”.
Lugones es definitivo cuando afirma: “Puede observarse en el primer verso: ningún criollo jinete y rumboso como el protagonista, monta un overo rosado: animal siempre despreciable cuyo destino es tirar el balde en las estancias, o servir de cabalgadura a los muchachos mandaderos; ni menos lo hará en bestia destinada a silla de mujer, como está dicho en la segunda décima, por alabanza absurda, al enumerarse entre las excelencias del overo, la de que podía “ser del recado de alguna moza pueblera”. Además en la misma estrofa habíalo declarado medio bagual; lo cual no obsta para que inmediatamente pueda creerlo “arricionado”, es decir manso y pasivo. Por último, y para no salir de las dos primeras décimas, que ciertamente caracterizan la composición, ningún gaucho sujeta su caballo sofrenándolo, aunque lo lleve hasta la luna. Esta es una criollada de gringo fanfarrón que anda jineteando la yegua de su jardinera”.
Agreguemos nosotros que al potro no se le pone de entrada freno sino bocado (tira de cuero ablandada que ata la cabezada al maxilar inferior del yeguarizo). Que sofrenar es un tirón de riendas muy fuerte que ensangrienta la boca del caballo y lo vuelve “quebrado de boca o estrellero”. Lo vuelve de difícil conducción. Sofrenar el caballo no es propio del gaucho sino del gringo enojado. El gaucho clava espuelas, el gringo golpea la cabeza del animal.
Finalmente Jorge Luis Borges, que fue un internacionalista liberal, aunque no pudo dejar de ser criollo, reconoció: “Yo me declaro indigno de terciar en estas controversias rurales; soy más ignorante que el reprobado Estanislao del Campo”. [2]  

En el mundo de los gauchos, del que ya no queda casi nada, se solían enseñar ciertos versos para determinar la calidad de los yeguarizos. Así nuestros viejos padres criollos nos enseñaban versos como estos:

Calzado de una,
jugale tu fortuna.
Calzado de dos,
guardalo para vos.
Calzado de tres,
no lo prestes ni lo des.
Calazado de cuatro,
vendelo, caro o barato.

Y a los pelajes desde siempre se le atribuyó cualidades.  Así, el moro fue acero, siempre se lo consideró un animal superior. Martín Fierro va con su moro a la frontera:

“Yo llevé un moro de número
¡sobresaliente el matucho!
Con él gané en Ayacucho
más plata que agua bendita”


Está el moro de Facundo Quiroga, que se lo roba Estanislao López y casi van a una batalla por recuperarlo.
Los tordillos (color blanco) son grandes nadadores. El oscuro es pájaro, gran corredor. El zaino (color negro) sirve para todo. El tobiano, como pelo brasileño que introduce Urquiza cuando desfila por Buenos Aires después de Caseros, no sirve para nada (hay acá un mensaje ideológico). El blanco es quitilipe, que no ve de día. El alazán es chasquero, de corto y rápido galope. Y el tostado, antes muerto que cansado.
Después de este “salto atrás” que es el Fausto de Estanislao del Campo aparece en 1872 el Martín Fierro. Y en él José Hernández [3] se agotó como poeta y agotó la poesía gauchesca más genuina. Todas las obras posteriores del género o cayeron en la vulgaridad como fueron los dramones o sainetes criollos inaugurados por Eduardo Gutiérrez para burla y escarnio del gaucho y continuados por el circo del gringo Anselmi y sus diálogos y payadas en cocoliche.
Cocoliche es el nombre de un personaje del drama gauchesco Juan Moreira, también de Eduardo Gutiérrez, quien habla una jerga mezcla de italiano y español.

La polémica del Centenario llega en ese momento histórico (amasijo de cocoliche y gauchesco) en donde se plantea la posibilidad de la existencia de un idioma nacional argentino distinto del castellano, así un autor francés (Lucien Abeille) y un presidente suizo francés (Carlos Pellegrini) son partidarios de tal empresa ¿qué raro esto de ir contra todo lo español por parte de los franceses o sus descendientes?. Nos suena a historia repetida. Mientras que Ernesto Quesada, Eduardo Wilde, Miguel Cané y otros sostienen la defensa del castellano como lengua nacional. A ellos se sumó el insobornable don Miguel de Unamuno, quien a pesar de ser raigalmente vasco y estar contra la Academia de la Lengua, juzgó el intento como un desatino. Es más, el filósofo español se extendió incluso sobre lo latino, previniéndonos sobre la espuria tesis de los franceses, luego adoptado por el pensamiento único, de denominarnos “latinoamericanos”. Y así afirma: “Ganas me dan de hablarle del latinismo, suponiéndole acaso enterado de que siento poco entusiasmo hacia él y de que estoy cada vez más convencido de que los españoles, y creo que también los hispanoamericanos, tenemos poco de latinos y que es locura querer latinizarnos torciendo nuestro natural”. [4]
Vienen luego los trabajos de Rojas, Lugones, Gálvez, Ugarte que son los que inauguran, propiamente, el pensamiento argentino. Pensamiento que encarna, por un lado, la reacción contra el positivismo de las generaciones del 80 y del 96 (José M. Ramos Mejía, Florentino Ameghino, Carlos Octavio Bunge, José Ingenieros) y por otro, la respuesta a la pregunta por la identidad nacional e hispanoamericana.

El criollismo en el bicentenario

¿Qué quedó de todo esto?. Hoy a doscientos años del primer grito de independencia se puede hablar de criollos y criollismo en Argentina?
Hoy los filósofos argentinos, si es que los hay, se limitan a media docena de investigadores del Conicet, algunos profesores universitarios, y tres o cuatro pensadores sueltos.
Los investigadores se ocupan como sus antecesores de “la inmortalidad del cangrejo”, temas abstrusos e incomprensibles que les dan de comer de por vida colgados de “la teta del Estado” con viajes  y canonjías por todo el mundo “hablando por hablar sin decir que nada es verdadero o falso”. Los profesores siguiendo los amorfos programas, copia en su mayoría de los de USA o Europa. Y “los sueltos”, mirándose el ombligo” en tesis individualistas y personales que le importan un bledo a la comunidad argentina.
El hecho cierto, el hecho bruto impuesto por el peso de su evidencia, es que no hay en Argentina hoy (2012) filósofos criollos como los había en el Centenario. Y así la pregunta por la identidad, por la mismidad se ha transformado en una pregunta por “lo Mismo”. Con acierto observa mi amigo Alain de Benoist que: “la ideología de lo Mismo se encuentra más que nunca en marcha. El irresistible movimiento
de globalización, de esencia tecnoeconómica y financiera, cada día tiende más a desarraigar a los pueblos y las culturas, a las identidades colectivas y los modos de vida diferenciados. Los poderes públicos disponen además, hoy en día, de medios de control que los antiguos regímenes totalitarios apenas pudieron soñar. ¿No sería posible llegar con suavidad, e incluso con el consentimiento de las víctimas, al estado de uniformidad que los sistemas totalitarios intentaron instaurar mediante la
violencia?”. [5]
Y nuestros pocos filósofos argentinos no han podido romper el corset del pensamiento único y políticamente correcto.
Ya no más un Guerrero, un de Anquín, un Taborda, un Virasoro, un Casas. Hoy los pocos que hay llevan apellidos extraños. Como dice el tango: yo sé que ahora vendrán caras extrañas.
Pero, vayamos al grano y no nos distraigamos con “el gringaje” intelectual.
En primer lugar habría que distinguir entre lo criollo y lo gaucho. El viejo principio filosófico de distiguere ut iungere (distinguir para unir) es fundamental para dilucidar este tema. En un trabajo que leímos en la Quiaca y en Tupiza (Bolivia) a propósito del primer combate de la guerra de la Independencia, el del 7 de noviembre de 1810 en las márgenes del río San Juan del Oro, titulado El orden criollo [6] afirmábamos: Este fue el orden que se dio fácticamente con la cultura del caballo, que se dio políticamente con los gobiernos que privilegiaron y defendieron lo nuestro y que se dio culturalmente cuando pensamos con cabeza propia. El orden criollo implica la existencia de una cosmovisión, es decir, una visión totalizadora, hoy se dice holística, del hombre, el mundo y sus problemas, expresada en el estilo de nuestros hombres de campo o del hombre de ciudad que siente el campo.
Y acá viene y hay que hacer una distinción fundamental entre lo gaucho y lo criollo. Distinción que hiciera Juan Carlos Neyra en un impecable, breve y profundo ensayo. El gaucho y lo gaucho término peyorativo hasta que lo recuperan San Martín y Güemes y es bueno que se recuerde y se lo recuerde desde acá, desde la Quiaca, implica una forma de vivir que necesariamente se da en el campo, en donde el gaucho muestra todas sus habilidades camperas, todas sus pilchas como en esta fiesta, todas sus destrezas en juegos como el pato, la taba, la sortija y en danzas como el triunfo, el gato, la zamba, la cueca, la chacarera o el chamamé. En donde los silencios tienen sus sonidos y los trabajos sus tiempos en un madurar con las cosas, tan propio del tiempo americano.
¿Y lo criollo entonces?. Criollo es aquel que interpreta al gaucho y lo criollo es un modo de sentir, una aproximación afectiva a lo gaucho. Es por  eso que lo gaucho es necesariamente criollo pero un criollo puede no ser gaucho. De allí que esos viejos camperos de antes decían: Nunca digas que sos gaucho, que los otros lo digan de vos.
Así,  pudo acertadamente escribir Neyra: Si gaucho es una forma de vivir, criollo es una forma de sentir” [7]
Y esta distinción se ve claramente en la estrofa del poema nacional que dice:


Tiene el gaucho que aguantar

Hasta que lo trague el hoyo,
O hasta que venga un criollo
En esta tierra a mandar.”

Nosotros tenemos que demandar, que exigir que nuestros gobiernos sean criollos porque es la forma más genuina de sentir lo propio. Lo criollo funda la preferencia de sí mismo en los argentinos y americanos.
Si hace cien años atrás Quesada, Lugones, Rojas, Rafael Hernández, Ugarte  afirmaban que ya no se encontraban más gauchos y que los pocos que quedaban se iban al tranco para que no se piense que huyen de miedo y llevaban sobre sus hombros su poncho como bandera arriada. 
Hoy podemos afirmar que no hay más gauchos y que el gravísimo daño que se hace a su figura es representarlos en los centros tradicionalistas a través de “gauchos de tienda”, hombres disfrazados de gauchos.
Pero, si bien el gaucho desapareció, lo que perdura es lo criollo como la forma de sentir lo gaucho.
El gaucho es el tipo humano en donde se plasmó de mejor manera lo criollo, pero lo criollo es el fondo, es el núcleo aglutinado de valores que le da sentido a lo gaucho. En una palabra, que desaparezca la forma, en tanto que apariencia,(hoy los centros tradicionalistas son solo apariencia de lo gaucho) no nos autoriza a colegir que murió su contenido; esto es, el alma gaucha, o sea, la expresión más propia de lo criollo.  Muy por el contrario, lo que se tiene que intentar, a partir de este bicentenario, es plasmar bajo nuevas apariencias o empaques los valores que sustentaron a este arquetipo de hombre, como lo son: a) el sentido de la libertad, b) el valor de la palabra empeñada, c) el sentido de jerarquía y d) la preferencia de sí mismo. No existe ningún pensador nacional iberoamericano, más allá de las disímiles posiciones políticas, que no sostenga estos cuatro principios fundamentales del alma hispanoamericana.
 Así el orden criollo nace a partir de allí y es expresión política y cultural de esa esencia propia y específicamente nuestra, esto es, de la ecúmene, de esta gran casa que es América, que como lo hóspito nos recibe, nos hospeda a todos nosotros (aborígenes, gauchos y gringos) que desde lo inhóspito hemos llegado a América buscando la posibilidad de ser plenamente hombres.
Una genuina lectura del bicentenario consistiría en la interpretación en clave criolla de los sucesos y acontecimientos que estamos padeciendo o sintiendo.
Si bien hoy no nos está permitido hablar de “los gauchos”, ni de “los gringos”, ni de “los indios”, hoy estamos obligados a hablar de “lo criollo” como forma de expresión más propia y connatural de los argentinos y americanos.
Y hablando así podemos mandar al traste a todo indigenismo y a todo  cosmopolitismo que nos extrañan de nosotros mismos, “torciendo nuestro natural” como dice Unamuno.


[1] Obviamente que también podríamos agregar a Manuel Ugarte y Manuel Gálvez, pero éstos tocaron tangencialmente lo criollo y su expresión, y no de manera específica.
[2] Borges, José Luis: Discusión, Emecé, Buenos Aires, 1961, p. 23
[3] Ese mismo año un poeta oriental (uruguayo) Antonio Lussich publica Tres gauchos orientales y El matrero Luciano Santos pero sin mayor acogida popular.

[4] Carta a Adolfo Casabal del 11 de enero de 1903 a propósito de los dos folletos de Ernesto Quesada: El problema del idioma nacional y El criollismo en la literatura argentina.
[5]  A propósito del totalitarismo, en Nouvelle revue d´histoire, Paris, 2004
[6] Publicado en Internet y en infinidad de medios periodísticos y en nuestro libro Pensamiento de ruptura, Theoria, Buenos Aires, 2008.
[7] Neyra, Juan Carlos: Introducción criolla al Martín Fierro, ed. Huemul, 1979, p.22.-