martes, 13 de diciembre de 2011

RECORDANDO A ENRIQUE P. OSES

El 10 de diciembre de 1954 se apagaba la vida de un luchador incansable, un verdadero combatiente de la causa nacional. Hablar de Osés es pensar en la Patria militante, en un auténtico maestro que orientó a generaciones ansiosas de la verdad histórica, de justicia social y grandezas nacionales. 

Su obra tanto escrita como de campaña política fue no sólo de denuncia sino que preanunció la llegada de la revolución del 4 de junio de 1943, para derivar luego en el peronismo. 

Diría en 1950, después de su retiro a la actividad privada, respondiendo al diputado Santander por medio del periódico "Firmeza": "El régimen actual (el peronismo), que no se halla en discusión ahora, concretó en realizaciones muchas de las ardientes campañas de El Pampero".

 Fue director de la revista católica Criterio, luego fundó y dirigió los periódicos La Maroma, Crisol, El Pampero y El Federal, llegando a ser medios obligados de esclarecimiento y formación nacional para amplios sectores de la sociedad. 

 Hombre de prédica profunda y firme, orador extraordinario (Queraltó lo consideraba el más grande de la Argentina) que afectó a grandes intereses y que por ello fue condenado al silencio y ocultamiento. Su legado escrito (además de un exuberante número de artículos y folletos) es: 1) Medios y Fines del Nacionalismo (Editorial La Mazorca, 1941, Buenos Aires. Reeditada en la década del ’60) 2) Cuadernos Nacionalistas (1941).

Como argentinos, como militantes, no podemos olvidar a aquellos que han luchado por el Pueblo y la Revolución Nacional. 

Osés es uno de ellos, por eso gritémosle ¡Presente! rescatándolo del olvido al que fue confinado por los enemigos de la Patria, porque donde haya un argentino sufriendo la ignominia de la injusticia, o exista un cipayo a las órdenes del Dinero Internacional, se levantará nuestra voz combatiente y junto a ella estará guiándonos el verbo revolucionario de Osés







QUE IMBÉCILES PLUSCUAMPERFECTOS 

(DISCURSO EN EL TEATRO NACIONAL EL DÍA 16 DE SEPTIEMBRE DE 1940)

¡Qué imbéciles pluscuamperfectos, los que desde hace ya años, y con una saña que va centuplicándose a medida que se les acerca el fin, se han dado a la tarea de perseguirnos, de bloquearnos, de amontonar obstáculos, en el inútil empeño no ya de contener, sino tan sólo de retrasar, la obra de esta generación argentina, uno de cuyos extremos va alcanzando la madurez, mientras el otro, sienta en la cara el cosquilleo de la primera barba!

¡Qué imbéciles pluscuamperfectos, camaradas y amigos, los que, desde sus todavía poderosos bastiones, entre chillidos histéricos, entre ladronadas de matasiete, o entre disimulados gestos de fariseo, nos quieren amedrentar, de palabra o de hecho, como si un torrente pudiera detenerse ante unas piedras, y no fueran, precisamente, las piedras que va acumulando el torrente pudiera detenerse tras de sí, y llevándoselas consigo, las que hacen más dura, más terrible y más inexorable la avalancha. Nos matan a un joven de veinte años, hace ya seis, Jacinto Lacebrón Guzmán, y de ese joven han hecho un arquetipo de la juventud nacionalista.

Nos asesinan a mansalva un hombre F. García Montaño, recién graduado, y otro muchacho, Julio Benito de Santiago, allá en los patios de la Universidad cordobesa, y en cambio de esas dos vidas preciosas, nos han devuelto dos modelos inolvidables, dos ejemplos perennes de fe, de valor sereno, y de irreductible voluntad de vencer.

 Nos echan de sus modestos empleos, por el pecado de ser argentinos a decenas y decenas de camaradas, nos aprisionan por una gresca callejera, por un viril puñetazo en el rostro o un despreciativo puntapié en las nalgas, a racimos de muchachos cada vez que hay que salir a la calle a gritar ladrones a los ladrones, y de cada niño, de cada joven, de cada hombre así perseguido, nos hacen un soldado del movimiento liberador que aprieta las mandíbulas y se come los puños en una santa rabia, llena de esperanzas. 

¡Qué imbéciles pluscuamperfectos, camaradas, los que creen que ni un proceso judicial, ni cien, ni una bala, ni mil, podrán ya nada, absolutamente nada, contra quienes ayer fuimos apenas un centenar escaso de ilusos, y hoy somos millares y millares de hombres desparramados por el suelo de la Patria, y unidos por una común solidaridad de voluntades y propósitos, dispuesta a todo para que sobre esta caduca institución política-económica-social, se eleven los primeros cimientos de una Patria libre, de una Patria soberana de sus destinos, de una Patria digna, temida y respetada por todas las naciones, todos los pueblos y todas las razas del mundo . 

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