martes, 13 de diciembre de 2011

RECORDANDO A ENRIQUE P. OSES

El 10 de diciembre de 1954 se apagaba la vida de un luchador incansable, un verdadero combatiente de la causa nacional. Hablar de Osés es pensar en la Patria militante, en un auténtico maestro que orientó a generaciones ansiosas de la verdad histórica, de justicia social y grandezas nacionales. 

Su obra tanto escrita como de campaña política fue no sólo de denuncia sino que preanunció la llegada de la revolución del 4 de junio de 1943, para derivar luego en el peronismo. 

Diría en 1950, después de su retiro a la actividad privada, respondiendo al diputado Santander por medio del periódico "Firmeza": "El régimen actual (el peronismo), que no se halla en discusión ahora, concretó en realizaciones muchas de las ardientes campañas de El Pampero".

 Fue director de la revista católica Criterio, luego fundó y dirigió los periódicos La Maroma, Crisol, El Pampero y El Federal, llegando a ser medios obligados de esclarecimiento y formación nacional para amplios sectores de la sociedad. 

 Hombre de prédica profunda y firme, orador extraordinario (Queraltó lo consideraba el más grande de la Argentina) que afectó a grandes intereses y que por ello fue condenado al silencio y ocultamiento. Su legado escrito (además de un exuberante número de artículos y folletos) es: 1) Medios y Fines del Nacionalismo (Editorial La Mazorca, 1941, Buenos Aires. Reeditada en la década del ’60) 2) Cuadernos Nacionalistas (1941).

Como argentinos, como militantes, no podemos olvidar a aquellos que han luchado por el Pueblo y la Revolución Nacional. 

Osés es uno de ellos, por eso gritémosle ¡Presente! rescatándolo del olvido al que fue confinado por los enemigos de la Patria, porque donde haya un argentino sufriendo la ignominia de la injusticia, o exista un cipayo a las órdenes del Dinero Internacional, se levantará nuestra voz combatiente y junto a ella estará guiándonos el verbo revolucionario de Osés







QUE IMBÉCILES PLUSCUAMPERFECTOS 

(DISCURSO EN EL TEATRO NACIONAL EL DÍA 16 DE SEPTIEMBRE DE 1940)

¡Qué imbéciles pluscuamperfectos, los que desde hace ya años, y con una saña que va centuplicándose a medida que se les acerca el fin, se han dado a la tarea de perseguirnos, de bloquearnos, de amontonar obstáculos, en el inútil empeño no ya de contener, sino tan sólo de retrasar, la obra de esta generación argentina, uno de cuyos extremos va alcanzando la madurez, mientras el otro, sienta en la cara el cosquilleo de la primera barba!

¡Qué imbéciles pluscuamperfectos, camaradas y amigos, los que, desde sus todavía poderosos bastiones, entre chillidos histéricos, entre ladronadas de matasiete, o entre disimulados gestos de fariseo, nos quieren amedrentar, de palabra o de hecho, como si un torrente pudiera detenerse ante unas piedras, y no fueran, precisamente, las piedras que va acumulando el torrente pudiera detenerse tras de sí, y llevándoselas consigo, las que hacen más dura, más terrible y más inexorable la avalancha. Nos matan a un joven de veinte años, hace ya seis, Jacinto Lacebrón Guzmán, y de ese joven han hecho un arquetipo de la juventud nacionalista.

Nos asesinan a mansalva un hombre F. García Montaño, recién graduado, y otro muchacho, Julio Benito de Santiago, allá en los patios de la Universidad cordobesa, y en cambio de esas dos vidas preciosas, nos han devuelto dos modelos inolvidables, dos ejemplos perennes de fe, de valor sereno, y de irreductible voluntad de vencer.

 Nos echan de sus modestos empleos, por el pecado de ser argentinos a decenas y decenas de camaradas, nos aprisionan por una gresca callejera, por un viril puñetazo en el rostro o un despreciativo puntapié en las nalgas, a racimos de muchachos cada vez que hay que salir a la calle a gritar ladrones a los ladrones, y de cada niño, de cada joven, de cada hombre así perseguido, nos hacen un soldado del movimiento liberador que aprieta las mandíbulas y se come los puños en una santa rabia, llena de esperanzas. 

¡Qué imbéciles pluscuamperfectos, camaradas, los que creen que ni un proceso judicial, ni cien, ni una bala, ni mil, podrán ya nada, absolutamente nada, contra quienes ayer fuimos apenas un centenar escaso de ilusos, y hoy somos millares y millares de hombres desparramados por el suelo de la Patria, y unidos por una común solidaridad de voluntades y propósitos, dispuesta a todo para que sobre esta caduca institución política-económica-social, se eleven los primeros cimientos de una Patria libre, de una Patria soberana de sus destinos, de una Patria digna, temida y respetada por todas las naciones, todos los pueblos y todas las razas del mundo . 

lunes, 5 de diciembre de 2011

EL MARTIN FIERRO VISTO POR EL PAYADOR




Por Alberto Buela 

 Introducción

Hace unos años lo llamé a La Plata donde vive a Pedro Barcia, hoy presidente de la Academia argentina de letras para pedirle si, como la editorial Emecé estaba editando las obras de Lugones, podía hacer el estudio introductorio a El Payador o a Los Romances de Río Seco, pero muy gentil y chispeante como es Barcia, me dijo que no, porque él era el encargado de ello según se había comprometido por contrato con la editorial.
Los libros salieron y el comentario de Barcia quedó como un comentario profesoral pero se le escaparon la infinidad de detalles criollos, que Lugones por serlo genuinamente los conocía y los utilizaba, y Barcia no.
Voy a poner un solo ejemplo, porque es un tema que domino, habida cuenta que soy presidente de la Asociación argentina de taba y algo del tema debo conocer.
En el poema XI: las carreras  se relata una partida de taba, que Lugones con genialidad magistral refleja los mínimos detalles de la trampa y los ardides.

El mozo, cuya es la taba,
cuando espera juega más,
pues, con licencia de ustedes,
será culera nomás.

Pero el cura que no toma
las pullas con que lo asedia,
maliciándose el recurso
la tira de vuelta y media.

En estas dos breves estrofas, sobre las que el ocurrente y simpático profesor Barcia no dice nada, Lugones dice todo sobre uno de los juegos más gauchos y criollos que tenemos los argentinos, uruguayos, paraguayos, chilenos y bolivianos, anque en Centroamérica.
La taba es un juego de destreza que se juega en forma individual pero respetando el campo desde donde se tira y así de hecho se forman dos conjuntos pero cada uno corre el riesgo de su apuesta.
Estas son al tiro y a la espera. Si uno va al tiro es porque confía echar suerte y si va a la espera es porque apuesta a que el rival eche “culo o chuque”.
Las tabas culeras son las cargadas y se usan para esquilmar a los novatos, a aquellos que no saben o no tienen la baquía necesaria en el manejo de la taba, pues la tiran girando o “de roldada”. Pero estas tabas tramposas nada pueden hacer ante un jugador avezado pues este utiliza la destreza criolla del juego.
Así la taba se puede tomar solo de dos formas con la suerte para arriba y la punta para adelante: en este caso se tira de dos vueltas para que caiga clavada. O, con el culo para arriba y el hacha o filo de la taba para atrás: en este caso se tira de vuelta y media para que caiga clavada. En estos únicos dos casos no hay taba culera que valga, la destreza puede más que la trampa y el tramposo.

En estos días mi querido editor Eugenio Gómez está por sacar una nueva versión de El Payador de Lugones, le solicité realizar el estudio introductorio pero me dijo que ya se había comprometido con el reconocido profesor de literatura clásica y tanguera Alfredo Fraschini. Ojalá que pueda hincarle el diente a Lugones, aunque nosotros lo dudamos,  porque para comentarlo con cierta profundidad el requisito es, antes que profesor de literatura, ser criollo y conocer de adentro el mundo gaucho. Porque eso fue, antes que nada, Lugones.

Las tres interpretaciones básicas del gaucho

El primero que en la literatura argentina realiza una interpretación del gaucho es Sarmiento en el Facundo (1842) en donde sostiene que en Argentina conviven dos tipos de hombres, aquellos del siglo XII, los gauchos, y aquellos del siglo XVIII, los ilustrados. El gaucho representa la barbarie y los ilustrados la civilización, por lo tanto la disyuntiva principal de la Argentina es: Civilización o barbarie. Sarmiento se inclina por la civilización y recomienda “no economizar sangre de gauchos”. Esto es, la eliminación lisa y llana del gaucho y todo lo que él representa.
Treinta años después en 1872, en pleno gobierno de Sarmiento, José Hernández entrega la primera parte del Martín Fierro en donde va a realizar la apología del gaucho y su mundo. Su libro produce dos interpretaciones: la de los liberales y conservadores que continúan con la interpretación sarmientina de desprecio al gaucho y su poema, y la de Lugones, que es la que vamos a tratar acá.
La tercera interpretación nos llega desde la izquierda, que en su conjunto, reacciona contra la hermenéutica lugoniana sosteniendo, falsamente, que el gaucho de Lugones, manso y obediente, está al servicio de la oligarquía y que el verdadero gaucho, el gaucho malo y rebelde es el Juan Moreira de Eduardo Gutiérrez. O todos los sucedáneos que vinieron después: Mate Cocido, Bairoletto o el Gaucho Gil.
Desde la filosofía, los mejores de los filósofos argentinos, han intentado interpretaciones del gaucho. Así, entre otros, tenemos a Luis Juan Guerrero con Tres temas de filosofía en las entrañas del Facundo (1945), Carlos Astrada lo hizo en El mito gaucho (1948), Nimio de Anquín con Lugones, y el ser americano (1964), Rodolfo Kusch en La negación en el pensamiento nacional (1975) [1]

Esquema del Payador

El libro es editado en 1916 pero nace a partir de una serie de seis conferencias sobre el Martín Fierro dictadas en el teatro Odeón de Buenos Aires a la que asistieron el presidente de la República Roque Sáenz Peña[2], el único presidente argentino herido en combate, y todos sus ministros.

Se compone el libro de diez capítulos titulados: I La vida épica, II el hijo de la pampa, III A campo y cielo, IV  la poesía gaucha, V la música gaucha, VI el lenguaje del poema, VII Martín Fierro un poema épico, VIII el telar de sus desdichas, IX la vuelta de Martín Fierro, X el linaje de Hércules.
En el capítulo primero define los poemas épicos como expresiones de la vida heroica de un pueblo, trayendo numerosos ejemplos clásicos en defensa de su tesis. Así extiende la genealogía del Martín Fierro hasta Homero y Hesíodo.
En el capítulo dos: el hijo de la pampa,  va a sostener su principal tesis sobre el gaucho afirmando que “allí donde la conquista española fracasó fue el gaucho el héroe y civilizador de la Pampa”. El principal obstáculo que ofrecía la Pampa fue su vaga inmensidad lo que creaba una falta de objeto para la expediciones lanzada sobre ella.
El único que pudo contener con eficacia a la barbarie del indio fue el gaucho, un producto típico de la Pampa:“ni tan español ni tan indio”.
En el capítulo tres afirma que no obstante su aporte a las guerras de la Independencia, en las guerras civiles y a la guerra al malón [3], y su aporte para diferenciarnos de España con personalidad propia, el gaucho tiene que desaparecer porque “es un bien para el país que así sea”. Aquí Lugones deja entrar por la ventana, la idea de progreso, que había sacado por la puerta.
En el capítulo cuarto sostiene que la poesía del Martín Fierro tanto en forma de recitado o payada llega a nosotros a través de los trovadores provenzales. Ese es su noble linaje. La poesía gaucha como la de los griegos no es producto de la imaginación creadora sino reflejo de las afecciones del alma y las inclemencias del destino. “El octosílabo es el idioma mismo, estéticamente hablando”. Y sus juegos antes que el interés de la ganancia estaban signados por el honor del triunfo.
El capítulo quinto se ocupa de la música gaucha afirmando que la música de los gauchos, fundada en la guitarra (“el más precioso elemento de la civilización” ), fue siempre inseparable del canto y la danza. La preferencia por los instrumentos de cuerda (guitarra, arpa y violín) hizo que la música gaucha se preocupara por el ritmo que vincula música, poesía y danza, como sucedió con la música de los antiguos griegos. Y esta fue la causa por la que fue superior a la de los romanos que era de viento.
En el capítulo sexto viene a afirmar que América a través del lenguaje gauchesco va creando una expresión y lengua propia con base en el castellano. La despreocupación literaria de Hernández pone por escrito el mismo idioma que estaba en la boca. Lo que nosotros americanos hacemos con la lengua es restaurar para la civilización lo perdido por España a través “del castellano paralítico de la Academia”.
En el capítulo séptimo, luego de desmitificar a todos los autores gauchescos anteriores: al peluquero Hidalgo quien imprimió a su poesía la descosida verba de su oficio. A Ascasubi que no tenía de gaucho sino el vocabulario con frecuencia absurdo. A del Campo con su composición una parodia del gaucho “una criollada falsa de gringo fanfarrón que anda jineteando la yegua de su jardinera”. A Echeverría y Gutiérrez que pecan de romanticones. Va a sostener su tesis principal: Martín Fierro es el campeador del ciclo heroico de las leyendas españolas, personificando la vida heroica de la raza argentina con su lenguaje y sentimientos más genuinos. “Martín Fierro es un poema épico”.

En el capítulo octavo comenta “la ida”, la primera parte del poema, donde se relatan las desgracias que determinaron la vida errante del héroe. La civilización hostil al gaucho está representada por el gobierno de Sarmiento contra quien se alza López Jordán en cuyas filas militaba Hernández. Mientras que la época de esplendor del gaucho fue la del gobierno de Rosas, pues él mismo era gaucho. Lo escribe de un tirón en ocho días y el autor se agota en su propio poema.
El capítulo noveno nos viene a hablar de “la vuelta”, en donde el poema se transforma en una descripción de grandes cuadros realizada por diversos personajes (Fierro, Vizcacha, Picardía, los hijos de Fierro). El poema pierde fuerza al hacer literatura de precepto o lección de moral. No obstante afirma Lugones: “mi fe inquebrantable en que todo lo que dice el poema es verdad”.
Por último en el capítulo décimo titulado “el linaje de Hércules” sostiene que el Martín Fierro hunde sus raíces en Hécules, el antecesor de los paladines y el gran liróforo del panteón griego, pasa luego por la poesía latina, se refugia en la Provenza, su trova pasa a España en su guerra con los moros y de allí a América y se radica en la Pampa. Y termina afirmando un verdadero pacto social en donde las clases altas o gobernantes aceptan la cosmovisión gaucha: “Felicítome por haber sido el agente de una íntima comunicación entre la poesía del pueblo y la mente culta de la clase superior; que así es como se forma el espíritu de la patria”.

Las perlas de Lugones

Un comentario genuino del Martín Fierro requiere como conditio sine qua non el ser auténticamente criollo y estar contra la corriente, y esto fue Leopoldo Lugones. El más criollo de los comentaristas y el mayor disidente. Y eso lo queremos poner de manifiesto en este apartado a través de las afirmaciones y comentarios que hace el autor cordobés.
La Pampa, ese “vértigo horizontal”, al decir de Drieu la Rochelle en su vaga inmensidad nos muestra que en los montes que no cantan los pájaros al amanecer es porque el agua está lejos.
Las razas sin risa como la del indio nunca gozaron de la vida y solo copiaron del blanco el carnaval donde se salpicaban con sangre, utilizando los corazones de las reses como pomos.
A pesar de la profusión de guitarras en los hogares criollos que los indios saqueaban nunca la adaptaron, solo el despreciable chillido cuadraba a sus gustos musicales.
De los incendios desbastadores y gigantescos de la Pampa solo se sale prendiendo fuego (contra fuego) donde uno quiere quedarse o tapando la cabeza del caballo con un poncho mojado para lanzarlo en su cruce.
El campo es tan lindo que no da ganas de hablar. “con solo descansar sobre tu suelo, ya nos sentimos pampa, en pleno cielo”.
La música es el timbre de honor más alto para una raza. “y cuando los últimos residuos de la influencia cristiana y haya desaparecido la incrustación escolástica que aun nos paraliza, (la música) nos reintegrará en su armoniosa continuidad a la civilización interrumpida por veinte siglo de servidumbre”. La influencia de Nietzsche es aquí manifiesta.
La taba caracterizada por movimientos y actitudes dignos de la escultura.
El ritmo fundamental del cual todos proceden es el que produce nuestro corazón con sus movimientos de diástole y sístole: el ritmo de la vida. Los salvajes y los niños limitan a esto su música, así el primer elemento musical es tetramétrico. El paso militar y el tambor que lo acompasa consisten en eso, en la misma repetición.
El paso de los caballos es tetramétrico lo que explica que muchos caballos sin ser enseñados marchen al ritmo del tambor. El primer múltiplo de cuatro engendra el octosílabo que es el verso más natural y popular.
Los seis versos de las estrofas coinciden con las seis cuerdas de la guitarra y en los acompañamientos criollos, generalmente la sexta, suena libre como el primer octosílabo sin rima en aquella. Esto es un verdadero hallazgo que revela el producto genuino de una inspiración naturalmente acorde con los medios expresivos. Inventada por los payadores, aquella estrofa no existe en la poética oficial. Su instinto de poetas, hubo de sugerirles como a los trovadores del ciclo provenzal, grandes inventores de ritmos, por idéntica razón, esa simetría en cuya virtud cada cuerda habla en cada verso como acabamos de advertirlo.
El tema rítmico representa el sexo masculino y el melancólico al femenino.
Nuestros gauchos prefirieron los instrumentos de cuerda (guitarra y violín) por sobre los de viento.
Ningún criollo jinete como el protagonista del Fausto monta en caballo overo rosado: animal siempre despreciable cuyo destino es tirar el balde en las estancias o servir de cabalgadura a los muchachos mandaderos.

La crítica al Martín Fierro. ¿Cómo dijo la muy estulta y trafalmeja, y amiga del bien ajeno? ¿Qué eso no era obra de arte?. En la modestia de los grandes finca el entorno de los necios.
Caballos babosos son aquellos que se enfrenaron por primera vez en día nublado o frío y se olvidaron de salarle el freno.
¡La política! He aquí el gran azote nacional. Todo lo que en el país representa atraso, miseria, iniquidad, proviene de ella o ella lo explota, salvando su responsabilidad con la falacia del sufragio.
Los caballos del indio se dejaban montar solamente por la derecha, por el lado del lazo, pues a semejanza de las tropas romanas, así subían los indios apoyados en la lanza para saltar. Las narices de los yeguarizos eran sajadas para que absorbiesen más aire en la carrera.
Como todos los valientes nuestro gaucho experimenta la sensación del miedo antes de la pelea y no la oculta.
Los negros son gritones en la pelea y su voz estridente parece guañir (grito de los lechones) cuando se irritan.
El gaucho canta y baila en público pero ama y llora en secreto.
La esgrima de las boleadores era desconcertante y terrible. Las tres piedras y las tres sogas servían a la vez, cubriendo ventajosamente la guardia. La bola más pequeña o manija, asíala el guerrero con los dedos de su pie izquierdo desnudo. Una de las dos mayores, tensa en su cordel, manteníala con la mano izquierda a la altura de la cabeza. La tercera quedaba floja y colgando en la mano derecha, con la que venía a ser el elemento activo del combate. Obligado a retreparse (echado hacia atrás) para aumentar la tensión de aquella cuerda, el indio acentuaba en su fiero talante la impresión del peligro. Ambas las manos combinan sus movimientos para disparar el doble proyectil; y todavía si se descuidaba el adversario. Bastábale aflojar de de golpe la manija, que con la tensión iba a dar en la pierna de aquél, descomponiendo su firmeza. Así era difícil entrarle con el cuchillo, mientras no se lograra cortarle una de las sogas.
En la pelea la respiración anhelosa, que absorbe los labios como un rictus de agonía, era el detalle más importante de semejantes luchas. Quien ha presenciado el fenómeno (se ve que Lugones lo presenció), difícilmente lo olvidará: la expresión de la boca determina toda la fisonomía de la fiera.
Para asar la carne la ensartaban  los gauchos en una estaca o en un fierro y no en esos asadores modernos “tipo cruz” para deslumbrar a los turistas.
  
Epílogo

Hoy que el indigenismo está de moda, escribir sobre los gauchos y el mundo criollo suena a contracorriente. Y probablemente lo sea. Pero eso no es óbice para dejar de hacerlo. Sobre todo para aclarar algunos puntos oscuros o de sesgada interpretación.
Rosas, que sin dudas fue gaucho, sostenía que “los indios son primos hermanos nuestros”. Es decir, plateaba la convivencia entre criollos e indios. Es la ideología liberal que se instala después de Caseros (1852) que adopta el lema norteamericano: el mejor indio es el indio muerto.
El mundo criollo a través de la figura del gaucho fue el instrumento adecuado para derrotar al indio, quien había inventado a través del malón, la forma de vivir sin trabajar.
Al ser el gaucho un hombre de dos mundos: el desierto y campaña, y en los dos se movía como pez en el agua. Esa doble pertenencia hizo del gaucho el héroe del desierto cuando lo lanzaron a combatir. Vale la pena leer cómo lo busca y le corta todos los pasos Saturnino Torres a Baigorrita. Como lo vence con las mismas armas y con menos tropa. Durante semanas lo sigue, casi sin dormir ni comer, hasta la cordillera impidiéndole el paso a Chile.
Lleva la íntima convicción de luchar por la libertad y por la redención de su circunstancial enemigo. Lo derrota, lo cura, lo monta a caballo, Baigorrita se tira al piso, se arranca los vendajes y le pide que lo mate.
Hoy vemos con pena en el alma como el progresismo socialdemócrata interpretando interesada e ideológicamente trastoca los hechos históricos ciertos y le resta todo mérito  transformando al gaucho en verdugo, en empleado de la oligarquía porteña, en instrumento de dominación del imperialismo. Cuando al gaucho se puso la patria a sus espaldas.
Como se nota que estos carajos ilustrados no tienen un solo muerto de su familia en el desierto. Que nunca han podido participar ni siquiera de una fiesta criolla. Que jamás han dormido bajo la estrellas a campo traviesa. Que no se han sentado en su vida en un matungo. Ni pensar en arreos, yerras y trabajos de campo. El lazo que conocen es la soguita para llevar de paseo al perro y los bichos más salvajes sólo los vieron en el zoológico, nunca sueltos y libres en el campo.
Hoy en la época del bicentenario es perentorio, como lo era en la del Centenario de Lugones, recuperar los valores que alimentaron el alma gaucha:
 1) el sentido de la libertad, 
2) el de la justicia, 
3) el valor de la palabra,
4) el orden objetivo de las cosas
5) el sentido teleológico del obrar (obrar en vista a fines) y 
6) el sentido trascendente de la vida.
El Martín Fierro, tal como nosotros le hemos respondido al querible Rodolfo Kusch, tiene una propuesta concreta para la redención Argentina y lo afirma específicamente, y a tres niveles: a) A nivel de propuesta: debe el gaucho tener casa, escuela, iglesia y derechos.
b) En orden al método o camino: pero se ha de recordar para hacer bien el trabajo que el fuego para calentar, debe ir siempre desde abajo (el pueblo) y c) A nivel de conducción: Hasta que venga  un criollo a esta tierra a mandar.




[1] Guerrero con la enjundia filosófica que lo caracteriza, termina afirmando que: “La solución al problema argentino es la formación de una conciencia nacional con un programa de acción que pueda sustituir el postulado iluminista (de Mayo) y el símbolo de los románticos (generación del 37) para organizar la libertad en un sistema de instituciones democráticas. La consigna es gobernar para organizar la libertad” (P.67-68).
Astrada, inteligente, pero resentido como buen tape cordobés afirma: “Sólo la fidelidad al karma pampeano y dedicados a pulir el mito de nuestros orígenes nacionales, a realizarlo en el arte, la poesía, la filosofía, la ciencia y la técnica, dentro de una comunidad justa y libre, dará continuidad a nuestra estirpe” (p. 100).
De Anquín, llevará su crítica incluso al Martín Fierro privilegiando el gaucho de su coprovinciano Lugones sosteniendo: “La Guerra Gaucha es el anti M.F. porque es la epopeya del hombre americano que defiende su tierra hasta la muerte; mientras que el M.F. es el relato del individuo nómade que constantemente huye. (Confunde de Anquín el individuo burgués con el héroe). La Guerra Gaucha crea patriotismo y coraje, el M.F. resentimiento y astucia.”  (p. 20).
Kusch va a sostener la típica tesis de la izquierda que afirma que el gaucho feliz no existió nunca sino el gaucho malo o perseguido: “La buena vida del gaucho antes de ser perseguido pareciera ser un estereotipo de un paraíso perdido que no es tal, ni nunca existió” (p.103). Esto no es cierto, porque cuando dice M.F. yo he conocido esta tierra en que el paisano vivía y su ranchito tenía y sus hijos y mujer, era una delicia ver como pasaba los días, se refiere estrictamente a la época de Rosas. El poema del Martín Fierro es un pensamiento situado y eso Kusch no lo ve.
No compartimos, además, su proposición final cuando sostiene “Fierro... no nos dice en qué consiste la redención argentina” (p.108). En nuestra opinión lo dice, y explícitamente, y a tres niveles: a) A nivel de propuesta: debe el gaucho tener casa, escuela, iglesia y derechos. b) En orden al método o camino: pero se ha de recordar para hacer bien el trabajo que el fuego para calentar, debe ir siempre desde abajo (el pueblo) y c) A nivel de conducción: Hasta que venga  un criollo a esta tierra a mandar.


[2] Sáenz Peña fue un patriota y de los mejores que hemos tenido. Fue, lo que se dice, un caballero español siendo él tan argentino. Se opuso abiertamente tanto al contubernio como a Roca y renunció a la candidatura a presidente para dejar lugar a su padre, Luís Sáenz Peña.
Militó toda su vida en el autonomismo, el partido de Adolfo Alsina, que fue lo mejor, lejos, que tuvo la provincia de Buenos Aires en toda su historia. Luchó contra el fraude y a favor del voto universal y secreto, que durante  su presidencia salió por ley. Esta ley que luego permite el acceso, por primera vez, de las masas populares al poder con Irigoyen en 1916. Fue el único presidente argentino herido en combate pues luchó en la Guerra del Pacífico (1879-1883) a favor del Perú. Triunfó en la batalla de Tarapacá y fue el último combatiente del Morro de Arica. Cuenta el mismo oficial chileno que lo tomó prisionero que no lo fusila, como a los otros prisioneros, porque fue el único que no suplicó por su vida. Herido y preso en Chile, tuvo que amenazar el propio Sarmiento, que era presidente, con ir a la guerra si no lo liberaban a él y al presidente cautivo de Perú, García Calderón y su familia. Sáenz Peña fue un guapo y un valiente, fue un criollo a pie firme que defendió a los criollos y su mundo como lo hizo con la sucesión de la familia de Ciríaco Cuitiño, el cuchillero de Rosas. Sucesión que era una brasa ardiente y que ningún abogadito cagatintas se animaba a tomar por temor a la represión desde el poder.
Promulgó la ley de colonización de tierras, que habilitó a miles de inmigrantes a poseerlas a través del arriendo previo. Era, en forma paulatina, la manera de quitarles algo de tierras a los terratenientes de la época. Hoy las tierras argentinas, 17 millones de hectáreas están en manos de extranjeros, y el resto en las manos de los Eskenazi, los Eltszain, los Werthein y toda la paisanada. Si hasta un rabino de Nueva York acaba (9/8/10) de comprarse 200.000 hectáreas en Catamarca por 600 mil pesos=150.000 dólares.
Pero sigamos. Sáenz Peña  crea en 1884 la revista Sudamérica de ideas americanistas donde defiende la tesis de la Liga Latina (otra vez la tara de “la latinidad” que Sáenz Peña comparte). Viaja como representante argentino al congreso panamericano de Washington de 1890 donde se opone a las propuestas de Estados Unidos de crear una aduana y una moneda única para todo el continente y se niega a hablar en inglés, idioma que conocía a la perfección. A la doctrina Monroe de “América para los americanos” contrapone su “América para la humanidad”. En 1907 participa de la Segunda Conferencia de Paz de la Haya y allí sostiene la posición a favor de la creación de un tribunal internacional de arbitraje.
Durante su presidencia algunos de sus ministros fueron Indalecio Gómez, Miguel Scalabrini Ortíz, José María Rosa, Carlos Ibarguren, Eleodoro Lobos, José Luís Muratore. ¿Dónde un gabinete como este?.
Obligó a este gabinete y a él mismo, dentro de los festejos del centenario, a concurrir a la serie de seis conferencias sobre el Martín Fierro y la identidad de los argentinos que dictó Leopoldo Lugones en el teatro Odeón en mayo de 1913. ¿ Qué presidente hoy va a una conferencia a aprender?.
Existe una página extraordinaria de Sáenz Peña que trae ese gran pensador americanista y antiimperialista como lo fue don Manuel Ugarte, en su libro El destino de un continente que dice así:
La raza latina (como dijimos antes, toda la generación del centenario se creyó el verso francés de la raza latina) atraviesa, sin duda, momentos de oscuridad y de abatimiento, que contrastan con su pasada grandeza histórica; pero el eclipse es transitorio y la raza que ejerció la soberanía del mundo, difundiendo su aliento poderoso en la inmensidad de los mares y en las regiones desconocidas e ignoradas, ha de recuperar algún día el abolengo de sus energías, de sus iniciativas, de sus empresas y de sus glorias, moviendo los resortes de la voluntad que son atributos de esa alma que Edmond Demolins (educador francés que exaltó el influjo de la educación inglesa) quiere cambiar por otra, sin recordar que ella ha inspirado el heroísmo, la gloria y la grandeza: exploraciones, inventos, artes y ciencias que no son patrimonio del anglosajón y que forman el opulento inventario de la raza latina. La Liga latinoamericana es una concepción que se percibe fecunda y provechosa en los acontecimientos del futuro: ella fue acaso para nuestras repúblicas amorfas, en los días dudosos en que fuera concebida por Bolivar; pero no lo será en el porvenir, como no lo sería hoy mismo, definida como está la soberanía de las naciones, sobre la base de un respeto recíproco. Dentro de estos organismos, cabe políticamente la unidad de destinos y de pensamientos, como cabe la solidaridad de los principios que deben defender las naciones de este Continente, ya que un derecho de gentes  especial  aspira a presidir su evolución”
La tesis de Sáenz Peña es que dado que nuestros Estados ya están consolidados podemos ahora(en 1912) no solo crear una Liga Latinoamericana sino, sobre ella, “un derecho de gentes especial”. Que sería aquello que le permitiría, antes que nada, construir un gran espacio geopolítico común y tener voz propia dentro del concierto del mundo. 



[3] La guerra al malón, la industria sin chimeneas de la que vivió el indo durante cuatro siglos, duró, estrictamente, desde la cruel campaña del maestre de campo Juan de San Martín en 1737, cuya réplica fueron los grandes malones de 1740 que provocaron grandes matanzas: en Luján (800 habitantes), Arrecifes-Areco (400 habitantes) y Magdalena (100 habitantes) y terminó en 1879 con la muerte del último gran cacique, Baigorrita.



lunes, 21 de noviembre de 2011

LAS CANCIONES DE MILITIS

Prólogo de Rubén Calderón Bouchet

Una reflexión introductoria a un libro del padre Castellani es una faena complicada. La misma complejidad del autor, dentro de su aparente facilidad, la variedad de sus registrosliterarios y la hondura de su pensamiento, obligan a sostener una atención delicada para percibir los múltiples matices de una obra tan rica. Sí Castellani se hubiera hecho conocer alpúblico argentino con una herejía de su invención, su éxito entre los gustadores de novedadesestaría asegurado y no habría aficionado a la literatura de vanguardia que no hubieraintentado descifrar su mensaje.


Lo terriblemente difícil de Castellani es su perfecta ortodoxia y el sano equilibrio de su inteligencia, que le enajenan, desde el vamos, la aparatosa propaganda de los buscadores de rarezas psíquicas y de todos los dialécticos al servicio de la descomposición. Un autor sano, el más sano de los escritores argentinos, con una salud auténtica y armoniosa y al mismo tiempo original, lleno de esa franqueza varonil que hace que la máspura doctrina de la Iglesia, al transitar los senderos de su espíritu, nos llegue perfumada conel aroma de los campos santafesinos, tan bien recordados en sus nostalgias camperas y tanpresentes siempre en la ancha generosidad de su límpida mirada.
Castellani es un teólogo en el sentido cabal del término, uno de esos que, sin ser domínico,ha hecho suyo el lema de aquella orden: “contemplari et contemplata aliis trajere”. Si esto nofuera mucho latín para nosotros, no tendríamos necesidad de añadir, para los más legos, que el fruto de la contemplación debe ser volcado sobre los otros de una manera capaz de llegar asu entendimiento. Esto último no está en la frase latina, pero si hay algo que distingue a Castellani de los otros doctores en Sagrada Ciencia es su idoneidad para hacerse entender y provocar en lainteligencia un movimiento de profundo goce intelectual, sostenido por dos estímulos aparentemente antagónicos: el descubrimiento de la verdad y la asombrosa comprobación dela insignificancia de las mentiras que la ocultaban.
 Repetimos que Castellani es ante todo un teólogo; confirman este juicio no solamente sustrabajos teológicos, sino aquellos, en apariencia desligados de la faena sacerdotal, como Las Canciones de Militis, pero que revelan la permanente confrontación de un saber deinspiración teológica con los acontecimientos más o menos triviales del tráfico periodístico.

Un teólogo es todo lo contrario de un profesional de las ideas, de un ideólogo para decirlo con la fea palabra en boga. La época clásica conoció al filósofo y al sofista; y la distinciónentre una y otra actitud humana fue definitivamente establecida por Platón y Aristóteles. El sofista, dejando de lado toda consideración peyorativa, era un profesional de la inteligencia, y su trato con las ideas lo convertía, en el mejor de los casos, en una suerte de científico capazde aportar, a quien se lo pidiera, un conocimiento más o menos riguroso sobre determinadosaspectos de la realidad.

 El filósofo en cambio era, a la manera griega, un teólogo, porque supreocupación principal fue la búsqueda del ontos , de lo que verdaderamente es ente, en elsentido egregio y divino del vocablo. La preocupación de la sofística era técnica y profesional;la del filósofo, religiosa. 
La Cristiandad, en su período áureo, conoció la prelacía intelectual del teólogo. Éste era el hombre que frecuentaba la Palabra de Dios y que desde ese saber revelado tendía su mirada sobre la realidad para descubrir la íntima conexión existente entre la criatura y su Creador.
La perspectiva divina, el punto de vista de Dios sobre el mundo, dominaba el horizonteintelectual del teólogo. En ese sentido el cristiano difería del griego, porque este último buscaba el centro divino para orientar su vida a la luz de la razón, mientras el cristiano teníapor fe el conocimiento de las verdades reveladas. Y desde ese seguro centro partía suinteligencia para penetrar mejor en el sentido de la Palabra y descubrir el secreto de nuestrasrealidades cotidianas. 

El ideólogo nace en la Cristiandad cuando la contemplación pierde su valor trascendente y el hombre vuelca sobre el mundo una mirada totalmente poseída por la libido dominandi . La realidad ha dejado de ser un sacramentum y se ha convertido en un vasto campo dondedesplegar la actividad económica.

La prelacía de lo teórico supone la aceptación de un orden creado por la Inteligencia Divina y que el hombre sólo puede conocer en actitud contemplativa.La speculatio cristiana nace de este reconocimiento. La praxis , en el sentido clásico deltérmino, es posible si el hombre acepta los datos objetivos de un orden metafísico y otronatural, ofrecidos por Dios para que los tome en cuenta y realice su perfección. Conocer , en el sentido cristiano, es ante todo contemplar y luego obrar en orden a lo contemplado. Esta simbiosis de teoría y práctica no esperó el advenimiento al mundo de Carlos Marxpara ser realizada; todo lo contrario. Marx confundirá la praxis con la poiésis y desde esaconfusión, cuando habla de relaciones entre teória y práctica, hablará, en verdad, de dosmomentos de la tarea productiva: el proyecto intelectual de una obra y su realización efectiva.

Pero volvamos a la armonía cristiana de ambos órdenes y a la ruptura de ese equilibrio provocada por el despertar de una fría voluntad de dominio, de esa concupiscencia que arrojará al hombre de nuestra civilización en primer lugar sobre el mundo físico y luego sobre el hombre mismo, para ejercer sobre él ese afán de suplantar a Dios en la ordenación de su vida.
Marx llamó praxis a esa acción transformadora que, por su índole, pertenece mejor aldominio de esa actividad llamada por Aristóteles poiésis . Esta visión de una realidad enconstante proceso de transformación, y cuyo principal demiurgo fuera el hombre mismo, espropia del pensamiento moderno, y halló en Hegel su ideólogo más egregio. P ero el ocaso de la Cristiandad medieval, dentro de los intereses todavía impregnados decristianismo, comienza a conocer esa posibilidad en la idea que se hacen de Dios sus teólogos más notables, porque al poner la Voluntad Divina sobre la Divina Inteligencia abren loscaminos de las primeras ideologías y éstas pusieron los conocimientos teológicos al serviciode los poderes temporales.

 Un ideólogo es un pensador para quíen el trabajo de la inteligencia tiene sentido si de antemano lo somete a un proyecto de acción productiva. El ideólogo no contempla, porque no hay nada que contemplar; sea porque Dios es Voluntad Omnímoda y sólo interesa conocersus designios, o porque el hombre es único ejecutor consciente del proceso por el cual elmundo se realiza a sí mismo. La tarea del ideólogo es la invención del programa por el quedebe regirse la producción en serie del “nuevo hombre”. A esto, Marx, con negligente descuido del griego, lo llamó primacía de lo práctico sobre lo teórico. En verdad se trata de la superioridad que, en orden a la fabricación, tiene el productosobre su simple condición de proyecto.
En última instancia, el proyectista debe someter suengendro al ingeniero, encargado de pronunciar su viabilidad. El ideólogo es el intelectual al servicio del Poder.

No interesa que ese poder tenga el carácter conservador o revolucionario. Para quien no vive borracho con la retórica socialista, el poder es siempre oligárquico, salvo que sea cristiano y reconozca todos los límites señalados por Dios a sus claros contempladores. Castellani es nuestro teólogo y también nuestro profeta; y no porque haya convocado lacólera divina en ocasión de alguna calamidad pública. 

Su carisma suele contentarse con laspequeñas catástrofes de nuestra vida cotidiana: un decreto ministerial imbécil, las fiestasescolares o algo tan absolutamente mediocre como los libros de texto. Basta que el teólogo mire el hecho para que éste vaya a ubicarse ante los ojos de Dios en su miserable perfidia laicista y, de rebote, recibamos el soplo vivo de la verdad negada.


En alguna oportunidad, Jean Cocteau, que era algo loco pero no tonto, dijo que seaproximaba el día en que los imbéciles tomarían lapiceras y se pondrían a escribir. No era eltemor de un sabio que ve a Satanás empujando a los tarados, pero sí el de un esteta que veíala depreciación de la inteligencia provocada por dos terribles fuerzas convergentes: la aristofobia de los mediocres y el criterio puramente económico del negocio editorial. Cuando Castellani escribió un par de páginas sobre los “medioletrados” , sabía algo más que Cocteau. 
Sabía que nuestra sociedad no tiene doctores porque ha perdido la Doctrina y añorael tiempo en que los repetidores llevaban hasta los alumnos, con temblor y temor , la enseñanza de los maestros. La pérdida del Magisterio ha provocado la inflación de lossemiletrados y con ella su corrupción. Mientras el repetidor tiene la certeza de transmitir una doctrina impartida por una institución de origen divino, siente con respeto su papel demediador; pero, cuando la pierde, se cree convocado a suplir una función por encima de sus posibilidades reales. Recordemos que el orgullo no es privilegio de los autores de grandescatástrofes históricas y menos en esta época en que toma un matiz decididamente colectivo.

Cualquier representante de la masa y, precisamente, en tanto representante de ella, se sienteposeído de una capacidad para cambiarlo todo, que no tuvieron Atila ni Napoleón en susmejores momentos. Las canciones de Militis tienen su primera originalidad en que no son canciones, pero a sumodo cantan sus cuatro verdades a la clase dirigente de nuestro país. El título parece nacidode uno de esos juegos paradojales que tanto gustan a Castellani. Para los raffinés recuerda eltítulo del libro de Pierre Louys; Les chansons de Bilitis en una contraposición traviesa.¿Qué tienen que ver las licenciosas ocurrencias del poeta francés, con esa viril defensa denuestras condiciones de salud? Militis habla de militancia y en un país donde la Iglesia se declaró dimitente desde la Independencia, esta convocación militar de Castellani era un desafío a la mediocridad espiritual de nuestro sacerdocio. Había que recordar que sano y santo tienen la misma raíz; y que para ser santo no bastaponer cara de estampita, ni ganar el campeonato de asistencia al rosario. 
Castellani le hace decir al padre Brochero, dirigiéndose a Meinvielle: “Hay que ser santo al mismo tiempo,haciéndose santo en el mientras, porque en el camino, usté saba, se acomodan las cargas, y el que quiere volverse santo primero de ponerse a servir a Cristo, con la pobre y perra almallena de pasiones que uno tiene, ése no llegó a santo nunca”. No está en mis funciones distribuir beatitudes o inaugurar reputaciones eternas. Sólopuedo decir que “con su rica y perra alma llena de pasiones” Castellani es uno de los miembros más vivos de nuestra iglesia militante, y comenzó por dar testimonio de su fe, haste en “La Nación diario” , si mal no recuerdo, y en un país donde ser católico, de puro obvio,estaba totalmente olvidado. 

 Y aquí viene la parte si se quiere un poco personal de este prólogo. Leí a Castellani apena shabía pasado los veinte años y no tenía ninguna formación religiosa. Me llamó la atención, y lo digo con vergüenza, la calidad intelectual de su trabajo. En el mundo de semiletrados al que pertenecía, un sacerdote inteligente era inconcebible, y en el mejor de los casos se teníaderecho a sospechar que no creería en todas las pavadas con que la Iglesia mantenía lailusión de su rebaño de beatas. Un esfuerzo suplementario exigido a un instinto todavía no estropeado por mi condición de bachiller podía hacerme admitir en un cura una inteligencia más o menos profunda encuestiones astronómicas o de alguna otra índole un tanto estrafalaria en nuestras costumbres,pero no cabía en mi calatre la calidad del saber de Castellani y su humor para tomar a bromala totalidad de mis dogmas laicos. 

Sin embargo, fue precisamente su vena humorística la que me conquistó enseguida; y comome hacía reír, me aficione a leerlo. No quería confesar mi debilidad; y el amigo que me sirvió de puente, quizá con el santo propósito de enredarme en alguna intriga clerical, obtuvo de mí un pedido desdeñoso que apenas ocultaba el vicio adquirido: “¿No tenés alguna otra cosa delcura ése?”. Ésa fue mi perdición. Era un pagano feliz, totalmente irresponsable y cínico, y terminé confesándome, comulgando y suscribiéndome a la Suma Teológica que Castellani habíacomenzado a editar con sus sabrosas notas al pie. 

El Club de Lectores tardó tanto tiempo enconcluirla, que cuando al final salió, yo había aprendido a leer el texto de Santo Tomás en su versión latina y sabe Dios el trabajo que me costó. No soy literato; un análisis, con todos los recaudos del género, sobre el estilo de Castellani, no me tienta.Pienso con D’Annunzio que la anatomía presupone el cadáver; y tanto las paradojas como esos saltos de humor que se encuentran siempre en la prosa de Castellani forman parte de su ritmo vital y están tan íntimamente ligados a su personalidad, como pueden estarlo los gestos y las inflexiones de la voz.

 Estas Las canciones de Militis, ofrecidas en un tono aparentemente ligero, revelan una dimensión de nuestra realidad social, que sólo el ojo avezado de un fino observador podía percibir. Pero no era suficiente la sagacidad puramente humana para descubrir la orfandad religiosa de nuestro país. 

Se necesitaba la íntima delicadeza de un hombre de oración para penetrar la hondura de nuestros defectos y palpar el sitio exacto donde duele la ausencia deDios. No es siempre fácil advertir la profundidad de Castellani. 
El primer encuentro con uno de sus libros se realiza en la superficie de un estilo chispeante e irónico, como si el hombre tuviera el pudor de mostrarse en la plenitud de sus recursos espirituales. Pero una vez atravesada la corteza de sus bromas, observamos que la cosa va en serio y muchas veces, ¡ a qué hondura! 
Si yo dijera que su comentario sobre el Apocalipsis es lo más profundo que se ha escrito sobre el tema, se podría atribuir el énfasis de la afirmación a pura ignorancia pueblerina. Pero he oído idéntico juicio de la boca de personas mucho más doctas y con una formación menos casera que la mía. Comentar el Apocalipsis y hacer de esa profecía una exégesis tan viva nosólo requiere ciencia teológica, sino también oración, vida religiosa auténtica y una capacidadde visión en adecuada consonancia con la del libro. 

No profetiza quien quiere sino quien puede. Comprender la narración del Apocalepta es profetizar. Sobre este tema cierro el comentario. En este país tan poco visitado por el Espíritu, Castellani resulta un brote extraño, una figura para la provocación y el escándalo, un remedio demasiado fuerte para nuestros organismos debilitados; y no es nada difícil encontrar, a propósito de su personalidad, las opiniones más variadas. 

Con todo, supo hacerse oír y se lo oyó. Pocos pueden imitarlo; y diría que, literariamente,es mejor que no se intente hacerlo. Su estilo es único y no se presta para la emulación; pero esto no significa que no haya hecho discípulos. He hallado lectores de Castellani en losrincones más inesperados y –lo que quizá sea más grande- entre gente que no tiene la lectura por oficio. Y estos lectores no eran amigos de buscar entretenimientos fáciles, sino hombres que hallaron en sus libros razones para confirmar una fe que vacilaba y el sentimiento de estarsosteniendo verdades capaces de resistir con éxito el ataque de esas viejas herejías que se llaman ideas nuevas. 

Todas estas razones, nacidas al calor de una noble admiración, me han llevado a aceptar la confección de este prólogo que no es un elogio, ni una introducción, ni un estudio crítico, sino el simple y agradecido reconocimiento de una profunda deuda espiritual. 


Mendoza, 4 de julio de 1973.

jueves, 8 de septiembre de 2011

JORDAN BRUNO GENTA: DISCURSO A LOS MAESTROS ARGENTINOS



Fragmentos del discurso pronunciado por Jordán Bruno Genta el 1° de Agosto de 1944 en la inauguración de la Escuela Superior del Magisterio.


Maestras y maestros argentinos:

El principio de la soberanía nacional es exclusivo, porque fueron exclusivos de nuestra comunidad los sacrificios y merecimientos necesarios para conquistarla y sostenerla. Porque serán exclusivos de las generaciones presentes y venideras los sacrificios y merecimientos necesarios para que continúe existiendo sobre la tierra un linaje y un honor argentinos.

La soberanía nacional y exclusiva no sólo no es un  obstáculo, como pretende el pedagogo norteamericano Dewey, sino que  es la condición indispensable para la verdadera hermandad de los pueblos.

La soberanía nacional es "inmutable y eterna", ha dicho el primer ciudadano de la República. Es la ley fundamental de los pueblos libres, donde se refleja la justicia suprema de Dios; y ella no ha sido consagrada por el sufragio universal, sino por el sacrificio de la sangre y de los trabajos infinitos de los héroes de la nacionalidad y de las generaciones criollas que seguían libremente las banderas levantadas por sus caudillos.

Y bien, no sería razonable, no sería congruente, proclamar de este modo tan claro, limpio e inconfundible, el imperio de la Soberanía sobre todo lo nuestro, sobre todo lo que nos pertenece y dejar al mismo tiempo que un espíritu extranjero continúe dominando la formación  de nuestros educadores y, por ende, la educación de los niños y de los jóvenes argentinos.

Preciso es decirlo: la lucha decisiva contra la antipatria, la más resistida y enconada, es la que la Revolución Restauradora libra por la recuperación de la Escuela para la nacionalidad.

El liberalismo ateo y materialista, lo mismo que sus secuelas marxistas, manejan armas sutiles y emplean los infintos recursos de la deslealtad para sus fines. Incluso la buena voluntad y los mejores sentimientos pueden obrar y obran lo contrario de sus nobles designios, si la inteligencia está confundida y el equívoco domina. Lo que decide en la mentalidad que se ha estructurado en nuestra formación son los hábitos intelectuales adquiridos , las tablas de valores que ha ido decantando una larga y continuada influencia.

Por eso dice San Agustín: "que las prudencias son centinelas y ejercen una diligentísima vigilancia, para que no seamos engañados paulatinamente por una mala persuación que se introduce insensiblemente."

Obra del celo de estas prudencias es la Escuela Superior del Magisterio.

Maestras y maestros argentinos:

No dudamos, no podríamos dudar, de vuestro patriotismo; reconocemos y respetamos la labor abnegada de muchos de vosotros; pero es un deber perentorio superar la mentalidad que informa nuestras escuelas normales bajo la funesta influencia de la pedagogía extranjera, de los Spencer y de los Dewey.

Es urgente la rehabilitación de la inteligencia en el maestro normal por la disciplina metafísica y teológica que la restituya al hábito de Dios y de las esencias, a fin de que sepa distinguir, en todo, lo que es sustancial de lo que es espurio, lo que es eterno de lo que es transitorio; a fin de que sepa distinguir entre la verdadera libertad que nace de una difícil obediencia y las falsas libertades que nacen de la infidelidad y del abandono; a fin de que no confunda la mentida democracia que esclaviza al hombre a la masa con la genuina democracia que respeta la dignidad humana y cuida el florecimiento en la existencia de la esencial aristocracia del hombre, así como el imperio de la justicia que da a cada uno lo que merece.

Se trata de reemplazar la historia falsificada de los doctores liberales, antitradicional, antiheroica, que reniega de nuestros egregios orígenes hispánicos y que se fundamenta en un explícito o implícito materialismo histórico, por una historia verdadera, tradicional, heroica, orgullosa de sus orígenes y animada por la vocación de grandeza nacional con que entramos en la existencia soberana.

Se trata de infundir en el maestro normal la pasión de nuestra lengua castellana, a fin de confirmarlo en la veneración del genio de la estirpe y de que aprenda en los clásicos que la mejor poesía para niños es la más alta poesía, la de los grandes y verdaderos poetas.

Se trata de que el maestro asuma conciencia lúcida y fervorosa de todo lo que concierne a la defensa de nuestra soberanía, y que enseñe a sus niños que la escuela argentina antes prepara para saber en la hora precisa que para asegurar una vida tranquila y confortable; que el arado puede abrir el surco porque la espada vigila.

La pedagogía extranjera para uso de coloniales nos dice, con Spencer, que  el fin de la educación es, principalmente, "la conservación directa e indirecta del individuo". La pedagogía nacional para servir a la libertad argentina nos recuerda el deber del ciudadano en estos espléndidos versos del Padre Leonardo Castellani, inspirados por el gran poeta Péguy:


"Dichoso aquél que muere por su casa y su tierra.
Pero sin haber hecho dolo ni fuerza injusta,
Dichoso aquél que compra su tálamo de tierra,
Que compra con su sangre la cama eterna y justa.
Dichoso aquel que muere por la cosa solemne,
Aunque sea más chica que un granito de anís.
Dichoso aquel que muere para que siga indemne 
La vida de un niñito, la gloria de un país.
Dichoso aquel que muere por la Cosa Perenne,
Por un Santo Sepulcro, Dulcinea, Beatriz,
O por un sol en campo de color cielo y Lis."

ROBERTO DE LAFERRERE




Roberto de Laferrére   fue periodista, ensayista  y, sobre todo, militante político  del nacionalismo argentino, siendo uno de sus fundadores. Perteneciente a familia relacionada a las letras argentinas, supo ser activo, polémico e intransigente para con la antipatria.
Murió  el 31 de enero de 1963 y hoy publicamos el primer post recordativo, ésta vez reproduciendo la nota de época escrita por  Luis Soler Cañas para la Revista Cabildo a propósito de la aparición del libro de Carlos Ibarguren (h): "Roberto de Laferrere , periodismo, política e historia." Editorial Eudeba, 1970.

En el mencionado libro, el autor señala de su  biografiado lo siguiente: "Sus convicciones firmísimas las sostenía con pasión, a veces agresivamente, pero, en última instancia, más que las abstracciones de la inteligencia, contaban para él las calidades morales que ennoblecen a sus personas de carne y hueso: el honor, la altivez, el valor, la lealtad, la modestia, el desinterés."

Camarada Roberto de Laferrére:¡PRESENTE!




Por  Luis Soler Cañas.


Conocí a ROBERTO DE LAFERRERE en los ya lejanos años de “Cabildo” y de “Tribuna”, pero no tuve mayor trato con él entonces. El único recuerdo de ese tiempo me lo representa sentado en la sala aledaña al despacho de don LAUTARO DUROÑONA y VEDIA en compañía de FERNÁNDEZ UNSAIN que, al oírle decir unos versos no sé de quién exclamó algo así como: “Qué sorpresa, don ROBERTO…Yo creía que a usted no le gustaban los versos”. A lo que ROBERTO DE LAFERRERE sonriendo, le contestó, aproximadamente, pues no presume de textualidad mi flaquísima memoria: “Se equivoca. Me gustan mucho los versos.

 Los buenos claro está…” Y añadió una broma acerca de los que escribía FERNÁNDEZ UNSAIN, como significando que los estimaba entre los buenos. Mayor oportunidad tuve de trato cuando LAFERRERE presidió, por breve tiempo – creo que apenas unos meses – el Instituto de Investigaciones JUAN MANUEL DE ROSAS del que yo era secretario en ese momento, luego de la reorganización operada allá por 1950. Circunstancia ésta, dicha de paso, que CARLOS IBARGUREN (h) omite referir en el excelente libro que acaba de consagrar al director de “El Fortín”. (Carlos Ibarguren (h): Roberto de Laferrere, Eudeba, Buenos Aires, 1969). 

 Pero LAFERRERE, naturalmente, me era conocido, de nombre y por sus obras – léase “El Fortín” – desde muchos años antes. Creo, por lo poco que lo traté y por todo lo que de él leí, que era un talento naturalmente privilegiado. Era un escritor sin literatura, pero poseía una precisión y claridad conceptual que hacia substancioso cualquier artículo suyo, así fuera pergeñado a vuela pluma. Desgraciadamente privó en él una cierta indiferencia o mejor diría desgano ante las obras ante las obras que más de una vez concibió y que no llegó realmente a plasmar. Durante mucho tiempo creíamos que había terminado de redondear sus escritos acerca del MARTÍN FIERRO, pero IBARGUREN en su libro, cuyo apéndice recoge una conferencia sobre el tema pronunciado, precisamente, en el instituto rosista. Recuerdo que parte de su trabajo sobre el sentido político del poema hernandiano se publicó en “Sol y Luna” y que más tarde LAFERRERE comenzó a la reproducción del mismo en “El Fortín”, pero ignoro, pues tengo mi colección incompleta, si alcanzo a transcribirlo en su integridad. Creo que sería buena obra recoger esos escritos sobre MARTÍN FIERRO en un volumen, por separado. 

No estaría de más, si algún día se efectúa esa tarea de recopilación de artículos de los mejores periodistas que ha tenido el país que tan falta hace, compilar una selección de las piezas sobresalientes que pueden identificarse como de su pluma. A este respecto quiero decir que, si la memoria no me es fiel, algunos de sus artículos en “Tribuna” fueron firmados con el seudo de CRISTOBAL NAVARRO. Quizás algún memorioso pueda confirmar – o no – lo que digo. Uno de ellos trataba del “loco” SARMIENTO.

 El libro de IBARGUREN (h) dedica a LAFERRERE, escrito con cariño y creo, también, con algo más que los meros recuerdos, es ante todo un documento, inapreciable para conocer mejor y apreciar más cabalmente cómo fue, qué hizo y de qué manera pensó LAFERRERE en orden al país y a sus intereses fundamentales. Pero, asimismo, más estimable para que se profundice un poco en lo auténtica historia del nacionalismo argentino, cuyos origines se remontan a unos años antes de la la revolución de 1930, con lo cual, empero, no pudo identificárselo – y aquí la cuestión la aclara muy el autor -, como tampoco puede identificárselo con la mera germanofilia o ciertas proclividades “nazifascistas” que, si existieron, no lo fueron con la trascendencia y en la medida con que alguno sopinantes, ensayistas e historiadores, quieren asignarla. La historia del nacionalismo deberá hacerse algún día dando una visión total y, sobre total, discriminando dentro de lo que por tal se entendió en los diversos grupos, orientaciones, matices e individuos que le dieron mayor relieve y significación. Por lo general, quienes escriben desde “afuera” desde el nacionalismo – y a veces quienes lo hacen desde “adentro” – no ven ni sino lo que les interesa destacar. A mi me parece muy importante, en este sentido, el libro de IBARGUREN (h), porque establece una serie de hechos comprobables y documentables – y documentados – acerca la doctrina no sólo política sino igualmente social y económica de dicho movimiento. 

Yo me acerqué al nacionalismo en el despertar idealista de mis veinte años, cuando el mismo, allá por 1938 o 1939, comenzaba otra nueva etapa, caldeada por el influjo de la segunda guerra mundial, y que en lo interno llevaría al desenlace operado en el 45, fecha que, a su vez, en mi entender, marca otra etapa más en este proceso de agrupamientos, reagrupamientos y disgregaciones, a veces puramente personales, otras doctrinarias o de hecho, que jalonan su historia desde sus origines hasta el día de hoy. No conozco bien, en detalle, los primeros años del nacionalismo, pero es indudable que la lectura de este libro contribuirá a desvanecer más de una impresión o de un juicio equivocados – de buena o de mala fe – que andan corriendo impunemente y que dan una versión o antojadiza o falsa o en el mejor de los casos parcial, aunque generalizante. 

Señalo, por entender que son muy importantes en relación con este tema del nacionalismo, dos puntos que ya se encuentran en sus origines. Los relativos a la independencia económica del país y a la justicia social. IBARGUREN (h) aclara perfectamente aquí, por lo demás, cuáles fueron las conexiones del nacionalismo originario con el general URIBURU y, sobre todo, con la revolución triunfante del 30, luego neutralizada y desnaturalizada por obra de la infiltración conservadora. También se deslinda muy claramente al nacionalismo del conservadorismo, que muchos persisten en seguir identificando. Que había proximidades entre uno y otro, muy bien puede ser. Que algunos conservadores se sintiesen nacionalistas se identificasen como conservadores, es posible. Pero que conservadorismo y nacionalismo sean conceptos intercambiables, ecuaciones perfectas, es más difícil demostrarlo.

 Desde luego, en aquella década del 30 al 40, antes de mi aproximación al movimiento nacionalista, yo mismo participé de ese confusionismo que equívocamente identificada al nacionalismo con el conservadorismo. Era la creencia más popular. Ahora se insiste, no siempre a mi ver con entera justicia, en representar al nacionalismo con la levita oligárquica y la galera antidemocrática. El libro de IBARGUREN (h) es excelente, por más que haya juicios que uno no se siente inclinado a aceptar, y que podrían ser materia de discusión y de polémica, como los que se refieren a la década peronista, punto éste en el que los nacionalistas también suelen discrepar. Pero el propio autor, en un rasgo que merece destacarse, confiesa que “no todo en el gobierno de PERÓN fue negativo y la Historia tendrá para juzgarlo otras palabras que las nuestras”. 

Fuera de esto, que lógicamente atañe a posiciones personales de cada uno me invadió una nostalgia perceptible al leer las páginas en que IBARGUREN (h) rememora – y en ocasiones puntualiza documentalmente – los sucesos cardinales de la lucha heroica protagonizada por el nacionalismo argentino durante la segunda guerra mundial, etapa que yo viví activa y entusiastamente, pero, con todo, qué lejano y distante se siente el autor de estas líneas de muchas cosas, actitudes y creencias de ese entonces… cabe decir, que el libro es una contribución. No sólo nos trae la imagen nítida de aquel gran patriota, de aquel gran escritor frustrado que fue ROBERTO DE LAFERRERE, ingenioso, sutil y profundo, sino que aclara, a muchos desconocedores o mal informados, que los hay a docenas, por no decir a centenares, cuál fue por lo menos la verdadera esencia de uno de los núcleos del nacionalismo: el representado por la Liga Republicana y sobre todo por aquél que hasta el final de sus días la sintió viva y actuante, como con otras palabras lo dice el autor de este libro, en su corazón.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

EL LINAJE DE HERCULES





Por Leopoldo Lugones


Entre las deidades helénicas, Hércules, además de ser el antecesor de los paladines, fue uno de los grandes liróforos delpanteón. Y con esto, el numen más popular del helenismo. Más directamente que cualesquiera otros, los héroes y los trovadoresde España fueron de su cepa; pues sabido es que las leyendas medioevales, con significativa, simbólica alusión al carácter de la raza, considerábanle creador del estrecho de Gibraltar y fundador de Ávila. La herencia nos viene pues continua, explicando esto,mejor que ningún otro análisis, la índole caballeresca y las trascendencias de nuestra historia. 

Arruinada en Provenza durante el siglo XII, aquella civilización de los trovadores y de los paladines, estos últimos siguieronsubsistiendo en España, donde eran necesarios mientras durase la guerra con el moro; de suerte que al concluir ésta, tuvieron enel sincrónico descubrimiento de América, la inmediata y postrera razón de su actividad. Así vinieron, trayendo en su carácter detales, los conceptos y tendencias de la civilización que les fue peculiar, y que rediviva en el gaucho, mantuvo siempre vivaz el linaje hercúleo.

 Y no se crea que esta afirmación comporta un mero ejercicio del ingenio. Nuestra vida actual, la vida de cada uno de nosotros,demuestra la existencia continua de un ser que se ha transmitido a través de una no interrumpida cadena de vidas semejantes.Nosotros somos por ahora este ser: el resumen formidable de las generaciones. La belleza prototípica que en nosotros llevamos,es la que esos innumerables antecesores percibieron; innumerables, porque sólo en mil años son ya decenas de millones, segúnlo demuestra un cálculo sencillo. Y de tal modo, cuando el prototipo de belleza revive, el alma de la raza palpita en cada uno denosotros. Así es como Martín Fierro procede verdaderamente de los paladines; como es un miembro de la casta hercúlea. Esta continuidad de la existencia que es la definición de la raza, resulta así, un hecho real. Y es la belleza quien lo evidencia, al noconstituir un concepto intelectual o moral, mudable con los tiempos, sino una emoción eterna, manifiesta en predileccionesconstantes. Ella viene a ser, así, el vínculo fundamental de la raza.

El ideal de belleza –o sea la máxima expansión de vida espiritual (pues para esto, para que viva de una manera superior,espiritualizamos la materia por medio del arte), la libertad– propiamente dicho, constituyó la aspiración de esos antecesoresinnumerables; y mientras lo sustentamos, dámosles con ello vida, somos los vehículos de la inmortalidad de la raza constituida porellos en nosotros. El ideal de belleza, o según queda dicho, la expansión máxima de la vida superior, así como la inmortalidad, quees la perpetuación de esa vida, libertan al ser humano de la fatalidad material, o ley de fuerza, fundamento de todo despotismo.Belleza, vida y libertad, son, positivamente, la misma cosa

Ello nos pone al mismo tiempo en estado de misericordia, para realizar la obra más útil al mejoramiento del espíritu: aquella justicia con los muertos que según la más misteriosa y por lo tanto más simbólica leyenda cristiana, Jesús realizó, sin dilaciónalguna, apenas libre de la envoltura corpórea, bajando a consolarlos en el seno de Abrahán. Son ellos, efectivamente, los quepadecen el horror del silencio, sin otra esperanza que nuestra remisa equidad, y lo padecen dentro de nosotros mismos,ennegreciéndonos el alma con su propia congoja inicua, hasta volvernos cobardes y ruines. La justicia que les hacemos es acto augusto con el cual ratificamos en el pasado la grandeza de la patria futura; pues esos muertos son como largos adobes que van reforzando el cimiento de la patria; y cuando procedemos así, no hacemos sino compensarles el trabajo que de tal modo siguen realizando en la sombra. 

Así se cumple con la civilización y con la patria. Movilizando ideas y expresiones, no escribiendo sistemáticamente en gaucho. Estudiando la tradición de la raza, no para incrustarse en ella, sino para descubrir la ley del progreso que nos revelará el ejercicio eficaz de la vida, en estados paulatinamente superiores. Exaltando las virtudes peculiares, no por razón de orgullo egoísta, sino para hacer del mejor argentino de hoy el mejor hombre de mañana. Ejercitándose en la belleza y en la libertad que son para nuestra raza los móviles de la vida heroica, porque vemos en ella el estado permanente de una humanidad superior. Luchando sin descanso hasta la muerte, porque la vida quieta no es tal vida, sino hueco y sombra de agujero abierto sin causa, que luego tomanpor madriguera las víboras.

Formar el idioma es cultivar aquel robusto tronco de la selva para civilizarlo, vale decir, para convertirlo en planta frutal; no divertirse en esculpir sus astillas. Cuanto más sabio y más bello sea ese organismo, mejor nos entenderán los hombres; y con ello habráse dilatado más nuestro espíritu. La belleza de la patria no debe ser como un saco de perlas; sino como el mar donde ellas nacen, y que está abierto a todos los perleros. Detenerse en el propio vergel, por bello que sea, es abandonar el sitio a los otros dela columna en marcha. De ello nos da ejemplo el mismo cantor cuyas hazañas comentábamos. Penas, destierro, soledad, jamáscortaron en sus labios el manantial de la poesía. Y hasta cuando en la serena noche alzaba la vista al cielo, era para pedirle el rumbode la jornada próxima, junto con aquella inspiración de sus versos, que destilaba en gotas de poesía y de dolor, la viña de oro delas estrellas.

Extractado del libro "El Payador"