martes, 13 de diciembre de 2011

RECORDANDO A ENRIQUE P. OSES

El 10 de diciembre de 1954 se apagaba la vida de un luchador incansable, un verdadero combatiente de la causa nacional. Hablar de Osés es pensar en la Patria militante, en un auténtico maestro que orientó a generaciones ansiosas de la verdad histórica, de justicia social y grandezas nacionales. 

Su obra tanto escrita como de campaña política fue no sólo de denuncia sino que preanunció la llegada de la revolución del 4 de junio de 1943, para derivar luego en el peronismo. 

Diría en 1950, después de su retiro a la actividad privada, respondiendo al diputado Santander por medio del periódico "Firmeza": "El régimen actual (el peronismo), que no se halla en discusión ahora, concretó en realizaciones muchas de las ardientes campañas de El Pampero".

 Fue director de la revista católica Criterio, luego fundó y dirigió los periódicos La Maroma, Crisol, El Pampero y El Federal, llegando a ser medios obligados de esclarecimiento y formación nacional para amplios sectores de la sociedad. 

 Hombre de prédica profunda y firme, orador extraordinario (Queraltó lo consideraba el más grande de la Argentina) que afectó a grandes intereses y que por ello fue condenado al silencio y ocultamiento. Su legado escrito (además de un exuberante número de artículos y folletos) es: 1) Medios y Fines del Nacionalismo (Editorial La Mazorca, 1941, Buenos Aires. Reeditada en la década del ’60) 2) Cuadernos Nacionalistas (1941).

Como argentinos, como militantes, no podemos olvidar a aquellos que han luchado por el Pueblo y la Revolución Nacional. 

Osés es uno de ellos, por eso gritémosle ¡Presente! rescatándolo del olvido al que fue confinado por los enemigos de la Patria, porque donde haya un argentino sufriendo la ignominia de la injusticia, o exista un cipayo a las órdenes del Dinero Internacional, se levantará nuestra voz combatiente y junto a ella estará guiándonos el verbo revolucionario de Osés







QUE IMBÉCILES PLUSCUAMPERFECTOS 

(DISCURSO EN EL TEATRO NACIONAL EL DÍA 16 DE SEPTIEMBRE DE 1940)

¡Qué imbéciles pluscuamperfectos, los que desde hace ya años, y con una saña que va centuplicándose a medida que se les acerca el fin, se han dado a la tarea de perseguirnos, de bloquearnos, de amontonar obstáculos, en el inútil empeño no ya de contener, sino tan sólo de retrasar, la obra de esta generación argentina, uno de cuyos extremos va alcanzando la madurez, mientras el otro, sienta en la cara el cosquilleo de la primera barba!

¡Qué imbéciles pluscuamperfectos, camaradas y amigos, los que, desde sus todavía poderosos bastiones, entre chillidos histéricos, entre ladronadas de matasiete, o entre disimulados gestos de fariseo, nos quieren amedrentar, de palabra o de hecho, como si un torrente pudiera detenerse ante unas piedras, y no fueran, precisamente, las piedras que va acumulando el torrente pudiera detenerse tras de sí, y llevándoselas consigo, las que hacen más dura, más terrible y más inexorable la avalancha. Nos matan a un joven de veinte años, hace ya seis, Jacinto Lacebrón Guzmán, y de ese joven han hecho un arquetipo de la juventud nacionalista.

Nos asesinan a mansalva un hombre F. García Montaño, recién graduado, y otro muchacho, Julio Benito de Santiago, allá en los patios de la Universidad cordobesa, y en cambio de esas dos vidas preciosas, nos han devuelto dos modelos inolvidables, dos ejemplos perennes de fe, de valor sereno, y de irreductible voluntad de vencer.

 Nos echan de sus modestos empleos, por el pecado de ser argentinos a decenas y decenas de camaradas, nos aprisionan por una gresca callejera, por un viril puñetazo en el rostro o un despreciativo puntapié en las nalgas, a racimos de muchachos cada vez que hay que salir a la calle a gritar ladrones a los ladrones, y de cada niño, de cada joven, de cada hombre así perseguido, nos hacen un soldado del movimiento liberador que aprieta las mandíbulas y se come los puños en una santa rabia, llena de esperanzas. 

¡Qué imbéciles pluscuamperfectos, camaradas, los que creen que ni un proceso judicial, ni cien, ni una bala, ni mil, podrán ya nada, absolutamente nada, contra quienes ayer fuimos apenas un centenar escaso de ilusos, y hoy somos millares y millares de hombres desparramados por el suelo de la Patria, y unidos por una común solidaridad de voluntades y propósitos, dispuesta a todo para que sobre esta caduca institución política-económica-social, se eleven los primeros cimientos de una Patria libre, de una Patria soberana de sus destinos, de una Patria digna, temida y respetada por todas las naciones, todos los pueblos y todas las razas del mundo . 

lunes, 5 de diciembre de 2011

EL MARTIN FIERRO VISTO POR EL PAYADOR




Por Alberto Buela 

 Introducción

Hace unos años lo llamé a La Plata donde vive a Pedro Barcia, hoy presidente de la Academia argentina de letras para pedirle si, como la editorial Emecé estaba editando las obras de Lugones, podía hacer el estudio introductorio a El Payador o a Los Romances de Río Seco, pero muy gentil y chispeante como es Barcia, me dijo que no, porque él era el encargado de ello según se había comprometido por contrato con la editorial.
Los libros salieron y el comentario de Barcia quedó como un comentario profesoral pero se le escaparon la infinidad de detalles criollos, que Lugones por serlo genuinamente los conocía y los utilizaba, y Barcia no.
Voy a poner un solo ejemplo, porque es un tema que domino, habida cuenta que soy presidente de la Asociación argentina de taba y algo del tema debo conocer.
En el poema XI: las carreras  se relata una partida de taba, que Lugones con genialidad magistral refleja los mínimos detalles de la trampa y los ardides.

El mozo, cuya es la taba,
cuando espera juega más,
pues, con licencia de ustedes,
será culera nomás.

Pero el cura que no toma
las pullas con que lo asedia,
maliciándose el recurso
la tira de vuelta y media.

En estas dos breves estrofas, sobre las que el ocurrente y simpático profesor Barcia no dice nada, Lugones dice todo sobre uno de los juegos más gauchos y criollos que tenemos los argentinos, uruguayos, paraguayos, chilenos y bolivianos, anque en Centroamérica.
La taba es un juego de destreza que se juega en forma individual pero respetando el campo desde donde se tira y así de hecho se forman dos conjuntos pero cada uno corre el riesgo de su apuesta.
Estas son al tiro y a la espera. Si uno va al tiro es porque confía echar suerte y si va a la espera es porque apuesta a que el rival eche “culo o chuque”.
Las tabas culeras son las cargadas y se usan para esquilmar a los novatos, a aquellos que no saben o no tienen la baquía necesaria en el manejo de la taba, pues la tiran girando o “de roldada”. Pero estas tabas tramposas nada pueden hacer ante un jugador avezado pues este utiliza la destreza criolla del juego.
Así la taba se puede tomar solo de dos formas con la suerte para arriba y la punta para adelante: en este caso se tira de dos vueltas para que caiga clavada. O, con el culo para arriba y el hacha o filo de la taba para atrás: en este caso se tira de vuelta y media para que caiga clavada. En estos únicos dos casos no hay taba culera que valga, la destreza puede más que la trampa y el tramposo.

En estos días mi querido editor Eugenio Gómez está por sacar una nueva versión de El Payador de Lugones, le solicité realizar el estudio introductorio pero me dijo que ya se había comprometido con el reconocido profesor de literatura clásica y tanguera Alfredo Fraschini. Ojalá que pueda hincarle el diente a Lugones, aunque nosotros lo dudamos,  porque para comentarlo con cierta profundidad el requisito es, antes que profesor de literatura, ser criollo y conocer de adentro el mundo gaucho. Porque eso fue, antes que nada, Lugones.

Las tres interpretaciones básicas del gaucho

El primero que en la literatura argentina realiza una interpretación del gaucho es Sarmiento en el Facundo (1842) en donde sostiene que en Argentina conviven dos tipos de hombres, aquellos del siglo XII, los gauchos, y aquellos del siglo XVIII, los ilustrados. El gaucho representa la barbarie y los ilustrados la civilización, por lo tanto la disyuntiva principal de la Argentina es: Civilización o barbarie. Sarmiento se inclina por la civilización y recomienda “no economizar sangre de gauchos”. Esto es, la eliminación lisa y llana del gaucho y todo lo que él representa.
Treinta años después en 1872, en pleno gobierno de Sarmiento, José Hernández entrega la primera parte del Martín Fierro en donde va a realizar la apología del gaucho y su mundo. Su libro produce dos interpretaciones: la de los liberales y conservadores que continúan con la interpretación sarmientina de desprecio al gaucho y su poema, y la de Lugones, que es la que vamos a tratar acá.
La tercera interpretación nos llega desde la izquierda, que en su conjunto, reacciona contra la hermenéutica lugoniana sosteniendo, falsamente, que el gaucho de Lugones, manso y obediente, está al servicio de la oligarquía y que el verdadero gaucho, el gaucho malo y rebelde es el Juan Moreira de Eduardo Gutiérrez. O todos los sucedáneos que vinieron después: Mate Cocido, Bairoletto o el Gaucho Gil.
Desde la filosofía, los mejores de los filósofos argentinos, han intentado interpretaciones del gaucho. Así, entre otros, tenemos a Luis Juan Guerrero con Tres temas de filosofía en las entrañas del Facundo (1945), Carlos Astrada lo hizo en El mito gaucho (1948), Nimio de Anquín con Lugones, y el ser americano (1964), Rodolfo Kusch en La negación en el pensamiento nacional (1975) [1]

Esquema del Payador

El libro es editado en 1916 pero nace a partir de una serie de seis conferencias sobre el Martín Fierro dictadas en el teatro Odeón de Buenos Aires a la que asistieron el presidente de la República Roque Sáenz Peña[2], el único presidente argentino herido en combate, y todos sus ministros.

Se compone el libro de diez capítulos titulados: I La vida épica, II el hijo de la pampa, III A campo y cielo, IV  la poesía gaucha, V la música gaucha, VI el lenguaje del poema, VII Martín Fierro un poema épico, VIII el telar de sus desdichas, IX la vuelta de Martín Fierro, X el linaje de Hércules.
En el capítulo primero define los poemas épicos como expresiones de la vida heroica de un pueblo, trayendo numerosos ejemplos clásicos en defensa de su tesis. Así extiende la genealogía del Martín Fierro hasta Homero y Hesíodo.
En el capítulo dos: el hijo de la pampa,  va a sostener su principal tesis sobre el gaucho afirmando que “allí donde la conquista española fracasó fue el gaucho el héroe y civilizador de la Pampa”. El principal obstáculo que ofrecía la Pampa fue su vaga inmensidad lo que creaba una falta de objeto para la expediciones lanzada sobre ella.
El único que pudo contener con eficacia a la barbarie del indio fue el gaucho, un producto típico de la Pampa:“ni tan español ni tan indio”.
En el capítulo tres afirma que no obstante su aporte a las guerras de la Independencia, en las guerras civiles y a la guerra al malón [3], y su aporte para diferenciarnos de España con personalidad propia, el gaucho tiene que desaparecer porque “es un bien para el país que así sea”. Aquí Lugones deja entrar por la ventana, la idea de progreso, que había sacado por la puerta.
En el capítulo cuarto sostiene que la poesía del Martín Fierro tanto en forma de recitado o payada llega a nosotros a través de los trovadores provenzales. Ese es su noble linaje. La poesía gaucha como la de los griegos no es producto de la imaginación creadora sino reflejo de las afecciones del alma y las inclemencias del destino. “El octosílabo es el idioma mismo, estéticamente hablando”. Y sus juegos antes que el interés de la ganancia estaban signados por el honor del triunfo.
El capítulo quinto se ocupa de la música gaucha afirmando que la música de los gauchos, fundada en la guitarra (“el más precioso elemento de la civilización” ), fue siempre inseparable del canto y la danza. La preferencia por los instrumentos de cuerda (guitarra, arpa y violín) hizo que la música gaucha se preocupara por el ritmo que vincula música, poesía y danza, como sucedió con la música de los antiguos griegos. Y esta fue la causa por la que fue superior a la de los romanos que era de viento.
En el capítulo sexto viene a afirmar que América a través del lenguaje gauchesco va creando una expresión y lengua propia con base en el castellano. La despreocupación literaria de Hernández pone por escrito el mismo idioma que estaba en la boca. Lo que nosotros americanos hacemos con la lengua es restaurar para la civilización lo perdido por España a través “del castellano paralítico de la Academia”.
En el capítulo séptimo, luego de desmitificar a todos los autores gauchescos anteriores: al peluquero Hidalgo quien imprimió a su poesía la descosida verba de su oficio. A Ascasubi que no tenía de gaucho sino el vocabulario con frecuencia absurdo. A del Campo con su composición una parodia del gaucho “una criollada falsa de gringo fanfarrón que anda jineteando la yegua de su jardinera”. A Echeverría y Gutiérrez que pecan de romanticones. Va a sostener su tesis principal: Martín Fierro es el campeador del ciclo heroico de las leyendas españolas, personificando la vida heroica de la raza argentina con su lenguaje y sentimientos más genuinos. “Martín Fierro es un poema épico”.

En el capítulo octavo comenta “la ida”, la primera parte del poema, donde se relatan las desgracias que determinaron la vida errante del héroe. La civilización hostil al gaucho está representada por el gobierno de Sarmiento contra quien se alza López Jordán en cuyas filas militaba Hernández. Mientras que la época de esplendor del gaucho fue la del gobierno de Rosas, pues él mismo era gaucho. Lo escribe de un tirón en ocho días y el autor se agota en su propio poema.
El capítulo noveno nos viene a hablar de “la vuelta”, en donde el poema se transforma en una descripción de grandes cuadros realizada por diversos personajes (Fierro, Vizcacha, Picardía, los hijos de Fierro). El poema pierde fuerza al hacer literatura de precepto o lección de moral. No obstante afirma Lugones: “mi fe inquebrantable en que todo lo que dice el poema es verdad”.
Por último en el capítulo décimo titulado “el linaje de Hércules” sostiene que el Martín Fierro hunde sus raíces en Hécules, el antecesor de los paladines y el gran liróforo del panteón griego, pasa luego por la poesía latina, se refugia en la Provenza, su trova pasa a España en su guerra con los moros y de allí a América y se radica en la Pampa. Y termina afirmando un verdadero pacto social en donde las clases altas o gobernantes aceptan la cosmovisión gaucha: “Felicítome por haber sido el agente de una íntima comunicación entre la poesía del pueblo y la mente culta de la clase superior; que así es como se forma el espíritu de la patria”.

Las perlas de Lugones

Un comentario genuino del Martín Fierro requiere como conditio sine qua non el ser auténticamente criollo y estar contra la corriente, y esto fue Leopoldo Lugones. El más criollo de los comentaristas y el mayor disidente. Y eso lo queremos poner de manifiesto en este apartado a través de las afirmaciones y comentarios que hace el autor cordobés.
La Pampa, ese “vértigo horizontal”, al decir de Drieu la Rochelle en su vaga inmensidad nos muestra que en los montes que no cantan los pájaros al amanecer es porque el agua está lejos.
Las razas sin risa como la del indio nunca gozaron de la vida y solo copiaron del blanco el carnaval donde se salpicaban con sangre, utilizando los corazones de las reses como pomos.
A pesar de la profusión de guitarras en los hogares criollos que los indios saqueaban nunca la adaptaron, solo el despreciable chillido cuadraba a sus gustos musicales.
De los incendios desbastadores y gigantescos de la Pampa solo se sale prendiendo fuego (contra fuego) donde uno quiere quedarse o tapando la cabeza del caballo con un poncho mojado para lanzarlo en su cruce.
El campo es tan lindo que no da ganas de hablar. “con solo descansar sobre tu suelo, ya nos sentimos pampa, en pleno cielo”.
La música es el timbre de honor más alto para una raza. “y cuando los últimos residuos de la influencia cristiana y haya desaparecido la incrustación escolástica que aun nos paraliza, (la música) nos reintegrará en su armoniosa continuidad a la civilización interrumpida por veinte siglo de servidumbre”. La influencia de Nietzsche es aquí manifiesta.
La taba caracterizada por movimientos y actitudes dignos de la escultura.
El ritmo fundamental del cual todos proceden es el que produce nuestro corazón con sus movimientos de diástole y sístole: el ritmo de la vida. Los salvajes y los niños limitan a esto su música, así el primer elemento musical es tetramétrico. El paso militar y el tambor que lo acompasa consisten en eso, en la misma repetición.
El paso de los caballos es tetramétrico lo que explica que muchos caballos sin ser enseñados marchen al ritmo del tambor. El primer múltiplo de cuatro engendra el octosílabo que es el verso más natural y popular.
Los seis versos de las estrofas coinciden con las seis cuerdas de la guitarra y en los acompañamientos criollos, generalmente la sexta, suena libre como el primer octosílabo sin rima en aquella. Esto es un verdadero hallazgo que revela el producto genuino de una inspiración naturalmente acorde con los medios expresivos. Inventada por los payadores, aquella estrofa no existe en la poética oficial. Su instinto de poetas, hubo de sugerirles como a los trovadores del ciclo provenzal, grandes inventores de ritmos, por idéntica razón, esa simetría en cuya virtud cada cuerda habla en cada verso como acabamos de advertirlo.
El tema rítmico representa el sexo masculino y el melancólico al femenino.
Nuestros gauchos prefirieron los instrumentos de cuerda (guitarra y violín) por sobre los de viento.
Ningún criollo jinete como el protagonista del Fausto monta en caballo overo rosado: animal siempre despreciable cuyo destino es tirar el balde en las estancias o servir de cabalgadura a los muchachos mandaderos.

La crítica al Martín Fierro. ¿Cómo dijo la muy estulta y trafalmeja, y amiga del bien ajeno? ¿Qué eso no era obra de arte?. En la modestia de los grandes finca el entorno de los necios.
Caballos babosos son aquellos que se enfrenaron por primera vez en día nublado o frío y se olvidaron de salarle el freno.
¡La política! He aquí el gran azote nacional. Todo lo que en el país representa atraso, miseria, iniquidad, proviene de ella o ella lo explota, salvando su responsabilidad con la falacia del sufragio.
Los caballos del indio se dejaban montar solamente por la derecha, por el lado del lazo, pues a semejanza de las tropas romanas, así subían los indios apoyados en la lanza para saltar. Las narices de los yeguarizos eran sajadas para que absorbiesen más aire en la carrera.
Como todos los valientes nuestro gaucho experimenta la sensación del miedo antes de la pelea y no la oculta.
Los negros son gritones en la pelea y su voz estridente parece guañir (grito de los lechones) cuando se irritan.
El gaucho canta y baila en público pero ama y llora en secreto.
La esgrima de las boleadores era desconcertante y terrible. Las tres piedras y las tres sogas servían a la vez, cubriendo ventajosamente la guardia. La bola más pequeña o manija, asíala el guerrero con los dedos de su pie izquierdo desnudo. Una de las dos mayores, tensa en su cordel, manteníala con la mano izquierda a la altura de la cabeza. La tercera quedaba floja y colgando en la mano derecha, con la que venía a ser el elemento activo del combate. Obligado a retreparse (echado hacia atrás) para aumentar la tensión de aquella cuerda, el indio acentuaba en su fiero talante la impresión del peligro. Ambas las manos combinan sus movimientos para disparar el doble proyectil; y todavía si se descuidaba el adversario. Bastábale aflojar de de golpe la manija, que con la tensión iba a dar en la pierna de aquél, descomponiendo su firmeza. Así era difícil entrarle con el cuchillo, mientras no se lograra cortarle una de las sogas.
En la pelea la respiración anhelosa, que absorbe los labios como un rictus de agonía, era el detalle más importante de semejantes luchas. Quien ha presenciado el fenómeno (se ve que Lugones lo presenció), difícilmente lo olvidará: la expresión de la boca determina toda la fisonomía de la fiera.
Para asar la carne la ensartaban  los gauchos en una estaca o en un fierro y no en esos asadores modernos “tipo cruz” para deslumbrar a los turistas.
  
Epílogo

Hoy que el indigenismo está de moda, escribir sobre los gauchos y el mundo criollo suena a contracorriente. Y probablemente lo sea. Pero eso no es óbice para dejar de hacerlo. Sobre todo para aclarar algunos puntos oscuros o de sesgada interpretación.
Rosas, que sin dudas fue gaucho, sostenía que “los indios son primos hermanos nuestros”. Es decir, plateaba la convivencia entre criollos e indios. Es la ideología liberal que se instala después de Caseros (1852) que adopta el lema norteamericano: el mejor indio es el indio muerto.
El mundo criollo a través de la figura del gaucho fue el instrumento adecuado para derrotar al indio, quien había inventado a través del malón, la forma de vivir sin trabajar.
Al ser el gaucho un hombre de dos mundos: el desierto y campaña, y en los dos se movía como pez en el agua. Esa doble pertenencia hizo del gaucho el héroe del desierto cuando lo lanzaron a combatir. Vale la pena leer cómo lo busca y le corta todos los pasos Saturnino Torres a Baigorrita. Como lo vence con las mismas armas y con menos tropa. Durante semanas lo sigue, casi sin dormir ni comer, hasta la cordillera impidiéndole el paso a Chile.
Lleva la íntima convicción de luchar por la libertad y por la redención de su circunstancial enemigo. Lo derrota, lo cura, lo monta a caballo, Baigorrita se tira al piso, se arranca los vendajes y le pide que lo mate.
Hoy vemos con pena en el alma como el progresismo socialdemócrata interpretando interesada e ideológicamente trastoca los hechos históricos ciertos y le resta todo mérito  transformando al gaucho en verdugo, en empleado de la oligarquía porteña, en instrumento de dominación del imperialismo. Cuando al gaucho se puso la patria a sus espaldas.
Como se nota que estos carajos ilustrados no tienen un solo muerto de su familia en el desierto. Que nunca han podido participar ni siquiera de una fiesta criolla. Que jamás han dormido bajo la estrellas a campo traviesa. Que no se han sentado en su vida en un matungo. Ni pensar en arreos, yerras y trabajos de campo. El lazo que conocen es la soguita para llevar de paseo al perro y los bichos más salvajes sólo los vieron en el zoológico, nunca sueltos y libres en el campo.
Hoy en la época del bicentenario es perentorio, como lo era en la del Centenario de Lugones, recuperar los valores que alimentaron el alma gaucha:
 1) el sentido de la libertad, 
2) el de la justicia, 
3) el valor de la palabra,
4) el orden objetivo de las cosas
5) el sentido teleológico del obrar (obrar en vista a fines) y 
6) el sentido trascendente de la vida.
El Martín Fierro, tal como nosotros le hemos respondido al querible Rodolfo Kusch, tiene una propuesta concreta para la redención Argentina y lo afirma específicamente, y a tres niveles: a) A nivel de propuesta: debe el gaucho tener casa, escuela, iglesia y derechos.
b) En orden al método o camino: pero se ha de recordar para hacer bien el trabajo que el fuego para calentar, debe ir siempre desde abajo (el pueblo) y c) A nivel de conducción: Hasta que venga  un criollo a esta tierra a mandar.




[1] Guerrero con la enjundia filosófica que lo caracteriza, termina afirmando que: “La solución al problema argentino es la formación de una conciencia nacional con un programa de acción que pueda sustituir el postulado iluminista (de Mayo) y el símbolo de los románticos (generación del 37) para organizar la libertad en un sistema de instituciones democráticas. La consigna es gobernar para organizar la libertad” (P.67-68).
Astrada, inteligente, pero resentido como buen tape cordobés afirma: “Sólo la fidelidad al karma pampeano y dedicados a pulir el mito de nuestros orígenes nacionales, a realizarlo en el arte, la poesía, la filosofía, la ciencia y la técnica, dentro de una comunidad justa y libre, dará continuidad a nuestra estirpe” (p. 100).
De Anquín, llevará su crítica incluso al Martín Fierro privilegiando el gaucho de su coprovinciano Lugones sosteniendo: “La Guerra Gaucha es el anti M.F. porque es la epopeya del hombre americano que defiende su tierra hasta la muerte; mientras que el M.F. es el relato del individuo nómade que constantemente huye. (Confunde de Anquín el individuo burgués con el héroe). La Guerra Gaucha crea patriotismo y coraje, el M.F. resentimiento y astucia.”  (p. 20).
Kusch va a sostener la típica tesis de la izquierda que afirma que el gaucho feliz no existió nunca sino el gaucho malo o perseguido: “La buena vida del gaucho antes de ser perseguido pareciera ser un estereotipo de un paraíso perdido que no es tal, ni nunca existió” (p.103). Esto no es cierto, porque cuando dice M.F. yo he conocido esta tierra en que el paisano vivía y su ranchito tenía y sus hijos y mujer, era una delicia ver como pasaba los días, se refiere estrictamente a la época de Rosas. El poema del Martín Fierro es un pensamiento situado y eso Kusch no lo ve.
No compartimos, además, su proposición final cuando sostiene “Fierro... no nos dice en qué consiste la redención argentina” (p.108). En nuestra opinión lo dice, y explícitamente, y a tres niveles: a) A nivel de propuesta: debe el gaucho tener casa, escuela, iglesia y derechos. b) En orden al método o camino: pero se ha de recordar para hacer bien el trabajo que el fuego para calentar, debe ir siempre desde abajo (el pueblo) y c) A nivel de conducción: Hasta que venga  un criollo a esta tierra a mandar.


[2] Sáenz Peña fue un patriota y de los mejores que hemos tenido. Fue, lo que se dice, un caballero español siendo él tan argentino. Se opuso abiertamente tanto al contubernio como a Roca y renunció a la candidatura a presidente para dejar lugar a su padre, Luís Sáenz Peña.
Militó toda su vida en el autonomismo, el partido de Adolfo Alsina, que fue lo mejor, lejos, que tuvo la provincia de Buenos Aires en toda su historia. Luchó contra el fraude y a favor del voto universal y secreto, que durante  su presidencia salió por ley. Esta ley que luego permite el acceso, por primera vez, de las masas populares al poder con Irigoyen en 1916. Fue el único presidente argentino herido en combate pues luchó en la Guerra del Pacífico (1879-1883) a favor del Perú. Triunfó en la batalla de Tarapacá y fue el último combatiente del Morro de Arica. Cuenta el mismo oficial chileno que lo tomó prisionero que no lo fusila, como a los otros prisioneros, porque fue el único que no suplicó por su vida. Herido y preso en Chile, tuvo que amenazar el propio Sarmiento, que era presidente, con ir a la guerra si no lo liberaban a él y al presidente cautivo de Perú, García Calderón y su familia. Sáenz Peña fue un guapo y un valiente, fue un criollo a pie firme que defendió a los criollos y su mundo como lo hizo con la sucesión de la familia de Ciríaco Cuitiño, el cuchillero de Rosas. Sucesión que era una brasa ardiente y que ningún abogadito cagatintas se animaba a tomar por temor a la represión desde el poder.
Promulgó la ley de colonización de tierras, que habilitó a miles de inmigrantes a poseerlas a través del arriendo previo. Era, en forma paulatina, la manera de quitarles algo de tierras a los terratenientes de la época. Hoy las tierras argentinas, 17 millones de hectáreas están en manos de extranjeros, y el resto en las manos de los Eskenazi, los Eltszain, los Werthein y toda la paisanada. Si hasta un rabino de Nueva York acaba (9/8/10) de comprarse 200.000 hectáreas en Catamarca por 600 mil pesos=150.000 dólares.
Pero sigamos. Sáenz Peña  crea en 1884 la revista Sudamérica de ideas americanistas donde defiende la tesis de la Liga Latina (otra vez la tara de “la latinidad” que Sáenz Peña comparte). Viaja como representante argentino al congreso panamericano de Washington de 1890 donde se opone a las propuestas de Estados Unidos de crear una aduana y una moneda única para todo el continente y se niega a hablar en inglés, idioma que conocía a la perfección. A la doctrina Monroe de “América para los americanos” contrapone su “América para la humanidad”. En 1907 participa de la Segunda Conferencia de Paz de la Haya y allí sostiene la posición a favor de la creación de un tribunal internacional de arbitraje.
Durante su presidencia algunos de sus ministros fueron Indalecio Gómez, Miguel Scalabrini Ortíz, José María Rosa, Carlos Ibarguren, Eleodoro Lobos, José Luís Muratore. ¿Dónde un gabinete como este?.
Obligó a este gabinete y a él mismo, dentro de los festejos del centenario, a concurrir a la serie de seis conferencias sobre el Martín Fierro y la identidad de los argentinos que dictó Leopoldo Lugones en el teatro Odeón en mayo de 1913. ¿ Qué presidente hoy va a una conferencia a aprender?.
Existe una página extraordinaria de Sáenz Peña que trae ese gran pensador americanista y antiimperialista como lo fue don Manuel Ugarte, en su libro El destino de un continente que dice así:
La raza latina (como dijimos antes, toda la generación del centenario se creyó el verso francés de la raza latina) atraviesa, sin duda, momentos de oscuridad y de abatimiento, que contrastan con su pasada grandeza histórica; pero el eclipse es transitorio y la raza que ejerció la soberanía del mundo, difundiendo su aliento poderoso en la inmensidad de los mares y en las regiones desconocidas e ignoradas, ha de recuperar algún día el abolengo de sus energías, de sus iniciativas, de sus empresas y de sus glorias, moviendo los resortes de la voluntad que son atributos de esa alma que Edmond Demolins (educador francés que exaltó el influjo de la educación inglesa) quiere cambiar por otra, sin recordar que ella ha inspirado el heroísmo, la gloria y la grandeza: exploraciones, inventos, artes y ciencias que no son patrimonio del anglosajón y que forman el opulento inventario de la raza latina. La Liga latinoamericana es una concepción que se percibe fecunda y provechosa en los acontecimientos del futuro: ella fue acaso para nuestras repúblicas amorfas, en los días dudosos en que fuera concebida por Bolivar; pero no lo será en el porvenir, como no lo sería hoy mismo, definida como está la soberanía de las naciones, sobre la base de un respeto recíproco. Dentro de estos organismos, cabe políticamente la unidad de destinos y de pensamientos, como cabe la solidaridad de los principios que deben defender las naciones de este Continente, ya que un derecho de gentes  especial  aspira a presidir su evolución”
La tesis de Sáenz Peña es que dado que nuestros Estados ya están consolidados podemos ahora(en 1912) no solo crear una Liga Latinoamericana sino, sobre ella, “un derecho de gentes especial”. Que sería aquello que le permitiría, antes que nada, construir un gran espacio geopolítico común y tener voz propia dentro del concierto del mundo. 



[3] La guerra al malón, la industria sin chimeneas de la que vivió el indo durante cuatro siglos, duró, estrictamente, desde la cruel campaña del maestre de campo Juan de San Martín en 1737, cuya réplica fueron los grandes malones de 1740 que provocaron grandes matanzas: en Luján (800 habitantes), Arrecifes-Areco (400 habitantes) y Magdalena (100 habitantes) y terminó en 1879 con la muerte del último gran cacique, Baigorrita.