domingo, 4 de septiembre de 2011

LA CATEDRA DE NIMIO DE ANQUIN



1.- Todo régimen político se corrompe.

En efecto, el hombre como sujeto de la historia, no ha encontrado aún un sistema político inco-rruptible. Tanto la autocracia, como la aristocracia y la democracia, están fatalmente sujetas a la co-rrupción en cuanto sistemas humanos.


2.- Creer que hay formas políticas incorruptibles es mitología.

Por la sencilla razón de que quien así piense, se sustrae a la realidad y se sitúa en el plano de los entes de razón. Quien afirme que la autocracia, la aristocracia y la democracia son seres reales, crea mitos, es decir, crea fantasmas.



3.- La trasformación de los sistemas políticos en mitos crea la superstición y el fanatismo.

Lanzado el mito, éste se transforma en ídolo y crece indefinidamente hasta alcanzar proporcio-nes teratológicas2. Inmediatamente nace la superstición, y con ésta el fanatismo.



4.- Todo estado mítico es totalitario.

Ello es evidente, porque el mito no admite un opuesto. Para sobrevivir necesita ser único. La denominación que adopta es accidental: puede llamarse autocracia, aristocracia o democracia, pero ello sólo es una denominación extrínseca. El Estado mítico es único, absoluto y exclusivo.



5.- La unicidad, la absolutidad y la exclusividad engendran el despotismo.


El despotismo, a su vez, ejercita la crueldad y excita los bajos sentimientos humanos. El Estado mítico totalitario en su forma autocrática inventó la cámara de gas, y en su forma democrática la guillotina.



6.- Las formas políticas del estado mítico son tautológicas y van de lo mismo a lo mismo.

Se puede instituir la autocracia, la aristocracia o la democracia indiferentemente, porque todas serán totalitarias. La democracia totalitaria es tan funesta como la más cerrada autocracia. Los extremos se tocan, porque la tautología es la circularidad estéril.



7.- El mito tiende naturalmente a devenir religioso.

Todo sistema político mitológico se transforma al cabo en una pseudo-religión de contenido idolátrico. Tan idolátrico es el Estado mítico autocrático como el Estado mítico democrático. Uno y otro terminan por atribuir al Hombre (Líder), carismas preternaturales, erigiéndolo en el gran hierofante de la Nación.



8.- Las formas políticas en general son instrumentales y no suplen al hombre.

No abrogan la responsabilidad, ni subrogan en ningún caso a la persona humana. El pensamien-to mítico coloca al mito por encima de la persona y libera a ésta de la responsabilidad moral y por tanto política. Y así, por ejemplo, se afirma absurdamente que basta ser democrático para ser puro, y ser au-tocrático para ser réprobo.



9.- Las formas políticas positivas en cuanto instrumentales son todas, en principio, aceptables.

No existe el exorcismo en política. La decisión relativamente a la vigencia de aquéllas, depende de cada situación concreta (histórica, geopolítica, económica, etc.) de la vida de la Nación. Sostener lo contrario equivale a sacrificar la Nación a los sistemas teóricos, es decir, a las formas instrumentales que, por ser tales, no son esenciales, sino accidentales, y están expuestas a corromperse, a devenir ca-ducas, o ser simplemente inconvenientes.


10.- La democracia como forma política positiva y por lo tanto admisible, es la democracia no liberal.

La forma liberal no cupo en las categorías de la filosofía y de la política clásicas. Para Platón, Aristóteles y Santo Tomás de Aquino la democracia liberal fue un no-concepto, un impensable. El mundo antiguo y el medieval no la conocieron, ni la concibieron, pues está fuera de todo modelo clási-co, de todo orden y de toda armonía. La democracia liberal es creación de la Revolución Francesa,


11.- El estado ordenado no puede fomentar la libertad como mito, pues terminará por ser devorado por ella.

La libertad como mito lleva fatalmente al anarquismo, o sea, al solipsismo político; es el Desor-den, pues si la libertad de cada uno debe ser absoluta, no será posible el Estado, que es uno o no es. (“Imperium nisi unum sit, esse nullum potest”), o sea, el Estado que no es uno, no puede existir). La libertad es formalmente instrumental, no tiene un fin por sí. En el orden teológico es instrumento para merecer la beatitud y para servir a Dios; en el orden moral es instrumento para practicar el bien consigo mismo y con el prójimo; en el orden político es instrumento para realizar el bien común a través del Estado. La libertad que no es instrumento para algo, es monstruo mitológico.


12.- La libertad que no es mito, es orden.

Uno de los constitutivos formales del Estado es el Orden, es decir, es la libertad condicionada al Orden o por el Orden. Sin el Orden no hay unidad, y sin unidad no hay Estado (“Unitas ordine"). La libertad política dentro del Estado no puede ser nunca absoluta, así como tampoco lo es, dentro de la ley, la libertad moral. Un mandatario (y mucho menos un militar) no puede ser un heraldo de la libertad mítica. Mejor sería que lo fuese del Orden, o de la libertad en el Orden.


13.- La política no está subalternada al derecho sino a la moral. La política no se rige por la justicia legal, como sostienen algunos, sino por accidente. La regla de oro de la política es la equidad.

"Ubi societas, ibi aequitas”. “Lo equitativo y lo justo, siendo buenos ambos, la única diferencia que hay entre ellos es que lo equitativo siendo lo justo, no es lo justo legal, sino que es una dichosa rectificación de la justicia rigurosamente legal". Tal es el dominio de la Política, y por ello, tratar de establecer un Estado legal, es decir, regido por la justicia legal, es un absurdo. El Estado humano está regido por la equidad, que es mejor que la justicia como medio asequible al hombre. La justicia es de Dios; la equidad es de los hombres; la bondad es de todos.



14.- Si la política está subalternada a la moral, el fin objetivo del estado es el bien común.

(Si estuviese subalternada al derecho, como quiere Kelsen, su fin sería la ley, pero esto es mani-fiestamente falso). La consecución del Bien Común está regulada por la equidad antes que por la justi-cia, o sea, antes que por el derecho. Por ello juzgo un error la aplicación indiscriminada del derecho en la cosa política. El delito político (si existe) no es delito de derecho, pues el “Estado no es derecho”, como se dice erróneamente. “El Estado es política”. Es urgente en estos momentos evitar la violación del principio: “summum jus summa injuria” (el abuso del derecho es la máxima injusticia).



15.- No es admisible una democracia cristiana, porque se complica al cristianismo con un sistema temporal-mundano.


El Cristianismo, en efecto, es una religión sobrenatural, mientras que la democracia (la politia) es una forma humana de gobierno, Puede sí haber accidentalmente una democracia de cristianos (por cierto que la democracia liberal, que pertenece al diablo, queda excluida de esta posibilidad), como puede haber una autocracia o una aristocracia de cristianos. Lo que no puede haber es un comunismo o una plutocracia de cristianos. Estas dos formas políticas son radicalmente anticristianas. La democracia cristiana es un supercristianismo, es decir, no es cristianismo, o es un cristianismo por denominación extrínseca, o sea, un pseudo-cristianismo. 
En la única democracia posible es la de la Iglesia.
 Después de la alocución de Pascua de 1955) del último Pontífice, la Democracia Cristiana ha perdido todo su significado desde el punto de vista católico. Ha dicho el Papa: “En cambio sería una apariencia de fe destinada a la derrota, ese vago sentimiento de cristianismo, muelle y vano, que no rebasa el umbral de la persuasión en las mentes, ni el amor en los corazones; que no está puesto como cimiento y corona-ción ni de la vida privada ni de la pública; que sólo ve en la ley cristiana una ética puramente humana de solidaridad y una disposición cualquiera para promover el trabajo, la técnica y el bienestar exterior.
 Los que agitan la engañosa bandera de este cristianismo vago, lejos de estar al lado de la Iglesia en la lucha gigantesca en que está empeñada para salvaguardar para el hombre del siglo presente los eternos valores del espíritu, más bien aumentan la confusión, haciéndose así cómplices de los enemigos de Cristo. 
Tales serian, en concreto, los cristianos que, arrastrados por el engaño o doblegados por el te-mor, diesen su cooperación a sistemas discutibles de progreso material que exigen, como contrapartida, la renuncia a los principios sobrenaturales de la fe y a los derechos naturales del hombre”. Estas pala-bras de Pío XII dichas en tan solemne circunstancia, “urbi et orbe”, son contradictorias de los princi-pios de la “ciudad fraternal” y del “humanismo generoso” (expresión masónica) que sostiene la llamada “democracia cristiana”. Naturalmente que la “democracia cristiana” puede seguir subsistiendo con el Ejército de Salvación y con los Mormones. Sin embargo, estas sectas tienen políticamente un historial menos oscuro que aquélla, pues no debe olvidarse que la “democracia cristiana” no fue indiferente a la masacre por el “resistencialismo” francés de 100.000 ciudadanos conservadores (católicos casi todos), sacrificados al Moloch Demo-Libertad, por el delito de haber amado a su patria más allá de los execra-bles mitos. La dialéctica del “humanismo generoso” parte del principio de que “no hay enemigos a la izquierda”. Para los crímenes que se cometen con los que están a la derecha, no tiene ojos.



16.- Las formas políticas son irreversibles como consecuencia necesaria de la irreversibilidad del hecho histórico.

No se ha dado, en toda la historia de la humanidad, un sólo hecho que se haya repetido; es lo que se llama en la ciencia histórica: "Einmaligkeit". La visión retrospectiva de Ezequiel es la de un pueblo de osamentas, a las cuales sólo vivifica el espíritu de Dios; esto significa que el hombre nada puede resucitar nunca. Claro está que tampoco se pueden resucitar las instituciones fenecidas, ni las Constituciones de otras épocas. Intentar hacerlo es una actitud contra natura. Toda Constitución, como obra humana, está sujeta necesariamente a caducidad (a corrupción), y nada, ni nadie, puede instituirla en una forma eterna. Resucitar una Constitución. es una tarea tan macabra como inútil, propia de la mentalidad mitolátrica, retrógrada y anti-histórica.



17.-La suprema realidad en todo sistema político es el hombre, la persona humana de car-ne y huesos, cuya calidad y comportamiento solamente garantizan la honestidad de un gobierno.


Esto significa que el fundamento de todo gobierno, es la moral, es decir, la moral encarnada. Sin la rigurosa subalternación de la política a la moral, no habrá garantías para nada, ni para nadie, así sea el régimen democrático o autocrático. En cambio, el mantenimiento de aquella subalternación, hace posible cualquier régimen político positivo, preservado así de la amenaza pestífera del mito.


18.- El Nacionalismo es la concepción política que propicia el encaminamiento de la nación a la consecución del bien común por el orden y la unidad, religados en autoridad.

Siendo uno el Bien Común, la finalidad perseguida por la Nación debe ser una. Y si es una la finalidad, deben ser adecuados a ella los medios. El Nacionalismo considera al hombre como una uni-dad no escindible de individuo y persona: por ello no es ni individualista, ni personalista, sino plena-mente humano, en cuanto ve en el hombre político no sólo un sujeto temporal sino también espiritual, comprometido en cuanto tal, en todos sus actos de ciudadano. El sentido de unidad y de orden del Na-cionalismo lo opone a todo internacionalismo político y a todo cosmopolitismo, pues uno y otro son factores disolventes de la Nación. Su culto de la autoridad lo opone al liberalismo, que también es fac-tor de disolución por la anarquía. Su concepción del Bien Común lo opone a toda mitolatría.


19.- Los actos humanos se especifican por los fines: como es el fin son los actos. Los fines informan los medios, aunque de inmediato no los justifican.

Más si el fin es bueno, los medios serán inmediatamente buenos y no pueden ser absolutamente malos (relativamente sí pueden serlo). Un sistema político como el Nacionalismo que pone el Bien Común como fin, no puede ser absolutamente malo y no puede ser condenado por ser nacionalismo. Si pusiese corno fin la absorción de la persona por el Estado sería malo y condenable, pero entonces no sería Nacionalismo sino totalitarismo. Para el Nacionalismo "el Estado es la sociedad natural, revestido de la autoridad suprema dentro de unos límites dados, encargada de realizar el Bien Común de sus miembros". En cambio, será totalitarismo, y de ferocidad omnívora, el sistema político que, como la democracia liberal, proponga y practique la inmolación de la persona humana al mito.

Extractado  de "Mito y Política" 1958


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