viernes, 2 de septiembre de 2011

LA GRANDEZA DE ROSAS

Por Julio Irazusta

La historiografía liberal juzga su personalidad por los bufones que tuvo, o por sus hábitos gauchescos, o por su literatura. Todos esos aspectos deben ser considerados en su historia. Pero específicamente nada tienen que ver con la política, donde se debe radicar el juicio de un estadista. 
Juzgar a Rosas por aquellos detalles de su vida es como juzgar a Luis IV por sus amantes, o a Isabel de Inglaterra por su promiscuidad o a Victoria por su germanismo sentimental o a Federico el Grande por sus versos franceses. La obra de Rosas es política y debe ser juzgada políticamente.
 Fue el primer organizador de la Nación. No la organizó por medio de un congreso constituyente, procedimiento que había fracasado reiteradamente en el país sino por el método tradicional que había presidido la formación de las grandes comunidades nacionales de Europa, como Francia y España y que presidiría los procesos unificadores de Italia y Alemania inmediatamente después de la caída de Rosas. Este método consistía en nuclear, alrededor del Estado provincial más vigoroso y privilegiado, las provincias pertenecientes a la región unida por lazos geográficos, raciales, históricos y políticos que la destinaban a ser una nación. 
La POLÍTICA INTERNACIONAL DE ROSAS, LO MÁS IMPORTANTE DE SU ACCIÓN ES DIFÍCIL DE RESUMIR. 
Sus objetivos eran unificar el país, pero no en sus actuales fronteras, sino en las del antiguo virreinato del río de la Plata, menos las partes a que el país había renunciado solemnemente, Hacer respetar la soberanía por todos los estados, pequeños o grandes, hasta usar la fuerza si era necesario para ello. Recibir liberalmente a la inmigración extranjera como convenía a un país escasamente poblado.
 Pero sustraerla de la influencia de sus países de origen y nacionalizarla automáticamente al cabo de tres años de residencia. Los otros aspectos de su gestión: el administrador probo re infatigable, el celoso vigilante del bienestar colectivo, el amigo del pueblo, configuran a un gran político.
 Pero indudablemente su aspecto superlativo es su acción internacional de 20 años, sin la cual no se podría concebir la existencia de la República Argentina en su actual contorno territorial y que lo presenta como a uno de los grandes estadistas de América.
 Para que esa grandeza se apreciara como es debido sólo faltó que la escuela diplomática fundada por él tuviera discípulos, mientras sus vencedores estaban empeñados en demoler su obra.

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