lunes, 12 de septiembre de 2011
jueves, 8 de septiembre de 2011
JORDAN BRUNO GENTA: DISCURSO A LOS MAESTROS ARGENTINOS
Fragmentos del discurso pronunciado por Jordán Bruno Genta el 1° de Agosto de 1944 en
la inauguración de la Escuela Superior del Magisterio.
Maestras y maestros argentinos:
El principio de la soberanía nacional es exclusivo, porque fueron
exclusivos de nuestra comunidad los sacrificios y merecimientos necesarios para
conquistarla y sostenerla. Porque serán exclusivos de las generaciones presentes
y venideras los sacrificios y merecimientos necesarios para que continúe
existiendo sobre la tierra un linaje y un honor argentinos.
La soberanía nacional y exclusiva no sólo no es un obstáculo, como
pretende el pedagogo norteamericano Dewey, sino que es la condición
indispensable para la verdadera hermandad de los pueblos.
La soberanía nacional es "inmutable y eterna", ha dicho el primer ciudadano
de la República. Es la ley fundamental de los pueblos libres, donde se refleja
la justicia suprema de Dios; y ella no ha sido consagrada por el sufragio
universal, sino por el sacrificio de la sangre y de los trabajos infinitos de
los héroes de la nacionalidad y de las generaciones criollas que seguían
libremente las banderas levantadas por sus caudillos.
Y bien, no sería razonable, no sería congruente, proclamar de este modo tan
claro, limpio e inconfundible, el imperio de la Soberanía sobre todo lo nuestro,
sobre todo lo que nos pertenece y dejar al mismo tiempo que un espíritu
extranjero continúe dominando la formación de nuestros educadores y, por ende,
la educación de los niños y de los jóvenes argentinos.
Preciso es decirlo: la lucha decisiva contra la antipatria, la más
resistida y enconada, es la que la Revolución Restauradora libra por la
recuperación de la Escuela para la nacionalidad.
El liberalismo ateo y materialista, lo mismo que sus secuelas marxistas,
manejan armas sutiles y emplean los infintos recursos de la deslealtad para sus
fines. Incluso la buena voluntad y los mejores sentimientos pueden obrar y obran
lo contrario de sus nobles designios, si la inteligencia está confundida y el
equívoco domina. Lo que decide en la mentalidad que se ha estructurado en
nuestra formación son los hábitos intelectuales adquiridos , las tablas de
valores que ha ido decantando una larga y continuada influencia.
Por eso dice San Agustín: "que las prudencias son centinelas y ejercen una
diligentísima vigilancia, para que no seamos engañados paulatinamente por una
mala persuación que se introduce insensiblemente."
Obra del celo de estas prudencias es la Escuela Superior del
Magisterio.
Maestras y maestros argentinos:
No dudamos, no podríamos dudar, de vuestro patriotismo; reconocemos y
respetamos la labor abnegada de muchos de vosotros; pero es un deber perentorio
superar la mentalidad que informa nuestras escuelas normales bajo la funesta
influencia de la pedagogía extranjera, de los Spencer y de los Dewey.
Es urgente la rehabilitación de la inteligencia en el maestro normal por la
disciplina metafísica y teológica que la restituya al hábito de Dios y de las
esencias, a fin de que sepa distinguir, en todo, lo que es sustancial de lo que
es espurio, lo que es eterno de lo que es transitorio; a fin de que sepa
distinguir entre la verdadera libertad que nace de una difícil obediencia y las
falsas libertades que nacen de la infidelidad y del abandono; a fin de que no
confunda la mentida democracia que esclaviza al hombre a la masa con la genuina
democracia que respeta la dignidad humana y cuida el florecimiento en la
existencia de la esencial aristocracia del hombre, así como el imperio de la
justicia que da a cada uno lo que merece.
Se trata de reemplazar la historia falsificada de los doctores liberales,
antitradicional, antiheroica, que reniega de nuestros egregios orígenes
hispánicos y que se fundamenta en un explícito o implícito materialismo
histórico, por una historia verdadera, tradicional, heroica, orgullosa de sus
orígenes y animada por la vocación de grandeza nacional con que entramos en la
existencia soberana.
Se trata de infundir en el maestro normal la pasión de nuestra lengua
castellana, a fin de confirmarlo en la veneración del genio de la estirpe y de
que aprenda en los clásicos que la mejor poesía para niños es la más alta
poesía, la de los grandes y verdaderos poetas.
Se trata de que el maestro asuma conciencia lúcida y fervorosa de todo lo
que concierne a la defensa de nuestra soberanía, y que enseñe a sus niños que la
escuela argentina antes prepara para saber en la hora precisa que para asegurar
una vida tranquila y confortable; que el arado puede abrir el surco porque la
espada vigila.
La pedagogía extranjera para uso de coloniales nos dice, con Spencer, que
el fin de la educación es, principalmente, "la conservación directa e indirecta
del individuo". La pedagogía nacional para servir a la libertad argentina nos
recuerda el deber del ciudadano en estos espléndidos versos del Padre Leonardo
Castellani, inspirados por el gran poeta Péguy:
"Dichoso aquél que muere por su casa y su tierra.
Pero sin haber hecho dolo ni fuerza injusta,
Dichoso aquél que compra su tálamo de tierra,
Que compra con su sangre la cama eterna y justa.
Dichoso aquel que muere por la cosa solemne,
Aunque sea más chica que un granito de anís.
Dichoso aquel que muere para que siga indemne
La vida de un niñito, la gloria de un país.
Dichoso aquel que muere por la Cosa Perenne,
Por un Santo Sepulcro, Dulcinea, Beatriz,
O por un sol en campo de color cielo y
Lis."
ROBERTO DE LAFERRERE
Roberto de Laferrére fue periodista, ensayista y, sobre todo, militante político del nacionalismo argentino, siendo uno de sus fundadores. Perteneciente a familia relacionada a las letras argentinas, supo ser activo, polémico e intransigente para con la antipatria.
Murió el 31 de enero de 1963 y hoy publicamos el primer post recordativo, ésta vez reproduciendo la nota de época escrita por Luis Soler Cañas para la Revista Cabildo a propósito de la aparición del libro de Carlos Ibarguren (h): "Roberto de Laferrere , periodismo, política e historia." Editorial Eudeba, 1970.
En el mencionado libro, el autor señala de su biografiado lo siguiente: "Sus convicciones firmísimas las sostenía con pasión, a veces agresivamente, pero, en última instancia, más que las abstracciones de la inteligencia, contaban para él las calidades morales que ennoblecen a sus personas de carne y hueso: el honor, la altivez, el valor, la lealtad, la modestia, el desinterés."
Camarada Roberto de Laferrére:¡PRESENTE!
Por Luis Soler Cañas.
Conocí a ROBERTO DE LAFERRERE en los ya lejanos años de “Cabildo” y de “Tribuna”, pero no tuve mayor trato con él entonces. El único recuerdo de ese tiempo me lo representa sentado en la sala aledaña al despacho de don LAUTARO DUROÑONA y VEDIA en compañía de FERNÁNDEZ UNSAIN que, al oírle decir unos versos no sé de quién exclamó algo así como: “Qué sorpresa, don ROBERTO…Yo creía que a usted no le gustaban los versos”. A lo que ROBERTO DE LAFERRERE sonriendo, le contestó, aproximadamente, pues no presume de textualidad mi flaquísima memoria: “Se equivoca. Me gustan mucho los versos.
Los buenos claro está…” Y añadió una broma acerca de los que escribía FERNÁNDEZ UNSAIN, como significando que los estimaba entre los buenos. Mayor oportunidad tuve de trato cuando LAFERRERE presidió, por breve tiempo – creo que apenas unos meses – el Instituto de Investigaciones JUAN MANUEL DE ROSAS del que yo era secretario en ese momento, luego de la reorganización operada allá por 1950. Circunstancia ésta, dicha de paso, que CARLOS IBARGUREN (h) omite referir en el excelente libro que acaba de consagrar al director de “El Fortín”. (Carlos Ibarguren (h): Roberto de Laferrere, Eudeba, Buenos Aires, 1969).
Pero LAFERRERE, naturalmente, me era conocido, de nombre y por sus obras – léase “El Fortín” – desde muchos años antes. Creo, por lo poco que lo traté y por todo lo que de él leí, que era un talento naturalmente privilegiado. Era un escritor sin literatura, pero poseía una precisión y claridad conceptual que hacia substancioso cualquier artículo suyo, así fuera pergeñado a vuela pluma. Desgraciadamente privó en él una cierta indiferencia o mejor diría desgano ante las obras ante las obras que más de una vez concibió y que no llegó realmente a plasmar. Durante mucho tiempo creíamos que había terminado de redondear sus escritos acerca del MARTÍN FIERRO, pero IBARGUREN en su libro, cuyo apéndice recoge una conferencia sobre el tema pronunciado, precisamente, en el instituto rosista. Recuerdo que parte de su trabajo sobre el sentido político del poema hernandiano se publicó en “Sol y Luna” y que más tarde LAFERRERE comenzó a la reproducción del mismo en “El Fortín”, pero ignoro, pues tengo mi colección incompleta, si alcanzo a transcribirlo en su integridad. Creo que sería buena obra recoger esos escritos sobre MARTÍN FIERRO en un volumen, por separado.
No estaría de más, si algún día se efectúa esa tarea de recopilación de artículos de los mejores periodistas que ha tenido el país que tan falta hace, compilar una selección de las piezas sobresalientes que pueden identificarse como de su pluma. A este respecto quiero decir que, si la memoria no me es fiel, algunos de sus artículos en “Tribuna” fueron firmados con el seudo de CRISTOBAL NAVARRO. Quizás algún memorioso pueda confirmar – o no – lo que digo. Uno de ellos trataba del “loco” SARMIENTO.
El libro de IBARGUREN (h) dedica a LAFERRERE, escrito con cariño y creo, también, con algo más que los meros recuerdos, es ante todo un documento, inapreciable para conocer mejor y apreciar más cabalmente cómo fue, qué hizo y de qué manera pensó LAFERRERE en orden al país y a sus intereses fundamentales. Pero, asimismo, más estimable para que se profundice un poco en lo auténtica historia del nacionalismo argentino, cuyos origines se remontan a unos años antes de la la revolución de 1930, con lo cual, empero, no pudo identificárselo – y aquí la cuestión la aclara muy el autor -, como tampoco puede identificárselo con la mera germanofilia o ciertas proclividades “nazifascistas” que, si existieron, no lo fueron con la trascendencia y en la medida con que alguno sopinantes, ensayistas e historiadores, quieren asignarla. La historia del nacionalismo deberá hacerse algún día dando una visión total y, sobre total, discriminando dentro de lo que por tal se entendió en los diversos grupos, orientaciones, matices e individuos que le dieron mayor relieve y significación. Por lo general, quienes escriben desde “afuera” desde el nacionalismo – y a veces quienes lo hacen desde “adentro” – no ven ni sino lo que les interesa destacar. A mi me parece muy importante, en este sentido, el libro de IBARGUREN (h), porque establece una serie de hechos comprobables y documentables – y documentados – acerca la doctrina no sólo política sino igualmente social y económica de dicho movimiento.
Yo me acerqué al nacionalismo en el despertar idealista de mis veinte años, cuando el mismo, allá por 1938 o 1939, comenzaba otra nueva etapa, caldeada por el influjo de la segunda guerra mundial, y que en lo interno llevaría al desenlace operado en el 45, fecha que, a su vez, en mi entender, marca otra etapa más en este proceso de agrupamientos, reagrupamientos y disgregaciones, a veces puramente personales, otras doctrinarias o de hecho, que jalonan su historia desde sus origines hasta el día de hoy. No conozco bien, en detalle, los primeros años del nacionalismo, pero es indudable que la lectura de este libro contribuirá a desvanecer más de una impresión o de un juicio equivocados – de buena o de mala fe – que andan corriendo impunemente y que dan una versión o antojadiza o falsa o en el mejor de los casos parcial, aunque generalizante.
Señalo, por entender que son muy importantes en relación con este tema del nacionalismo, dos puntos que ya se encuentran en sus origines. Los relativos a la independencia económica del país y a la justicia social. IBARGUREN (h) aclara perfectamente aquí, por lo demás, cuáles fueron las conexiones del nacionalismo originario con el general URIBURU y, sobre todo, con la revolución triunfante del 30, luego neutralizada y desnaturalizada por obra de la infiltración conservadora. También se deslinda muy claramente al nacionalismo del conservadorismo, que muchos persisten en seguir identificando. Que había proximidades entre uno y otro, muy bien puede ser. Que algunos conservadores se sintiesen nacionalistas se identificasen como conservadores, es posible. Pero que conservadorismo y nacionalismo sean conceptos intercambiables, ecuaciones perfectas, es más difícil demostrarlo.
Desde luego, en aquella década del 30 al 40, antes de mi aproximación al movimiento nacionalista, yo mismo participé de ese confusionismo que equívocamente identificada al nacionalismo con el conservadorismo. Era la creencia más popular. Ahora se insiste, no siempre a mi ver con entera justicia, en representar al nacionalismo con la levita oligárquica y la galera antidemocrática.
El libro de IBARGUREN (h) es excelente, por más que haya juicios que uno no se siente inclinado a aceptar, y que podrían ser materia de discusión y de polémica, como los que se refieren a la década peronista, punto éste en el que los nacionalistas también suelen discrepar. Pero el propio autor, en un rasgo que merece destacarse, confiesa que “no todo en el gobierno de PERÓN fue negativo y la Historia tendrá para juzgarlo otras palabras que las nuestras”.
Fuera de esto, que lógicamente atañe a posiciones personales de cada uno me invadió una nostalgia perceptible al leer las páginas en que IBARGUREN (h) rememora – y en ocasiones puntualiza documentalmente – los sucesos cardinales de la lucha heroica protagonizada por el nacionalismo argentino durante la segunda guerra mundial, etapa que yo viví activa y entusiastamente, pero, con todo, qué lejano y distante se siente el autor de estas líneas de muchas cosas, actitudes y creencias de ese entonces… cabe decir, que el libro es una contribución. No sólo nos trae la imagen nítida de aquel gran patriota, de aquel gran escritor frustrado que fue ROBERTO DE LAFERRERE, ingenioso, sutil y profundo, sino que aclara, a muchos desconocedores o mal informados, que los hay a docenas, por no decir a centenares, cuál fue por lo menos la verdadera esencia de uno de los núcleos del nacionalismo: el representado por la Liga Republicana y sobre todo por aquél que hasta el final de sus días la sintió viva y actuante, como con otras palabras lo dice el autor de este libro, en su corazón.
miércoles, 7 de septiembre de 2011
EL LINAJE DE HERCULES
Por Leopoldo Lugones
Entre las deidades helénicas, Hércules, además de ser el antecesor de los paladines, fue uno de los grandes liróforos delpanteón. Y con esto, el numen más popular del helenismo. Más directamente que cualesquiera otros, los héroes y los trovadoresde España fueron de su cepa; pues sabido es que las leyendas medioevales, con significativa, simbólica alusión al carácter de la raza, considerábanle creador del estrecho de Gibraltar y fundador de Ávila. La herencia nos viene pues continua, explicando esto,mejor que ningún otro análisis, la índole caballeresca y las trascendencias de nuestra historia.
Arruinada en Provenza durante el siglo XII, aquella civilización de los trovadores y de los paladines, estos últimos siguieronsubsistiendo en España, donde eran necesarios mientras durase la guerra con el moro; de suerte que al concluir ésta, tuvieron enel sincrónico descubrimiento de América, la inmediata y postrera razón de su actividad. Así vinieron, trayendo en su carácter detales, los conceptos y tendencias de la civilización que les fue peculiar, y que rediviva en el gaucho, mantuvo siempre vivaz el linaje hercúleo.
Y no se crea que esta afirmación comporta un mero ejercicio del ingenio. Nuestra vida actual, la vida de cada uno de nosotros,demuestra la existencia continua de un ser que se ha transmitido a través de una no interrumpida cadena de vidas semejantes.Nosotros somos por ahora este ser: el resumen formidable de las generaciones. La belleza prototípica que en nosotros llevamos,es la que esos innumerables antecesores percibieron; innumerables, porque sólo en mil años son ya decenas de millones, segúnlo demuestra un cálculo sencillo. Y de tal modo, cuando el prototipo de belleza revive, el alma de la raza palpita en cada uno denosotros. Así es como Martín Fierro procede verdaderamente de los paladines; como es un miembro de la casta hercúlea. Esta continuidad de la existencia que es la definición de la raza, resulta así, un hecho real. Y es la belleza quien lo evidencia, al noconstituir un concepto intelectual o moral, mudable con los tiempos, sino una emoción eterna, manifiesta en predileccionesconstantes. Ella viene a ser, así, el vínculo fundamental de la raza.
El ideal de belleza –o sea la máxima expansión de vida espiritual (pues para esto, para que viva de una manera superior,espiritualizamos la materia por medio del arte), la libertad– propiamente dicho, constituyó la aspiración de esos antecesoresinnumerables; y mientras lo sustentamos, dámosles con ello vida, somos los vehículos de la inmortalidad de la raza constituida porellos en nosotros. El ideal de belleza, o según queda dicho, la expansión máxima de la vida superior, así como la inmortalidad, quees la perpetuación de esa vida, libertan al ser humano de la fatalidad material, o ley de fuerza, fundamento de todo despotismo.Belleza, vida y libertad, son, positivamente, la misma cosa
Ello nos pone al mismo tiempo en estado de misericordia, para realizar la obra más útil al mejoramiento del espíritu: aquella justicia con los muertos que según la más misteriosa y por lo tanto más simbólica leyenda cristiana, Jesús realizó, sin dilaciónalguna, apenas libre de la envoltura corpórea, bajando a consolarlos en el seno de Abrahán. Son ellos, efectivamente, los quepadecen el horror del silencio, sin otra esperanza que nuestra remisa equidad, y lo padecen dentro de nosotros mismos,ennegreciéndonos el alma con su propia congoja inicua, hasta volvernos cobardes y ruines. La justicia que les hacemos es acto augusto con el cual ratificamos en el pasado la grandeza de la patria futura; pues esos muertos son como largos adobes que van reforzando el cimiento de la patria; y cuando procedemos así, no hacemos sino compensarles el trabajo que de tal modo siguen realizando en la sombra.
Así se cumple con la civilización y con la patria. Movilizando ideas y expresiones, no escribiendo sistemáticamente en gaucho. Estudiando la tradición de la raza, no para incrustarse en ella, sino para descubrir la ley del progreso que nos revelará el ejercicio eficaz de la vida, en estados paulatinamente superiores. Exaltando las virtudes peculiares, no por razón de orgullo egoísta, sino para hacer del mejor argentino de hoy el mejor hombre de mañana. Ejercitándose en la belleza y en la libertad que son para nuestra raza los móviles de la vida heroica, porque vemos en ella el estado permanente de una humanidad superior. Luchando sin descanso hasta la muerte, porque la vida quieta no es tal vida, sino hueco y sombra de agujero abierto sin causa, que luego tomanpor madriguera las víboras.
Formar el idioma es cultivar aquel robusto tronco de la selva para civilizarlo, vale decir, para convertirlo en planta frutal; no divertirse en esculpir sus astillas. Cuanto más sabio y más bello sea ese organismo, mejor nos entenderán los hombres; y con ello habráse dilatado más nuestro espíritu. La belleza de la patria no debe ser como un saco de perlas; sino como el mar donde ellas nacen, y que está abierto a todos los perleros. Detenerse en el propio vergel, por bello que sea, es abandonar el sitio a los otros dela columna en marcha. De ello nos da ejemplo el mismo cantor cuyas hazañas comentábamos. Penas, destierro, soledad, jamáscortaron en sus labios el manantial de la poesía. Y hasta cuando en la serena noche alzaba la vista al cielo, era para pedirle el rumbode la jornada próxima, junto con aquella inspiración de sus versos, que destilaba en gotas de poesía y de dolor, la viña de oro delas estrellas.
Extractado del libro "El Payador"
LOS FEDERALES
"Antes morir que ver arriar nuestra bandera,
antes morir que arriar el pabellón nacional."
antes morir que arriar el pabellón nacional."
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ENRIQUE OSÉS: UN HOMBRE CONTRA EL REGIMEN
Por Alberto Buela
Nace Enrique Pedro Osés en la ciudad de Buenos Aires el 29 de junio de 1899. Hijo de Juan Osés y de Regina Cassina.
Tuvo dos hermanos Ángel y Sara Beatriz. Desde su primera juventud como crítico de arte actividad que cede paso, paulatinamente, a su labor de periodista combativo. Se casa con Manuela Suárez sin tener descendencia.
Osés se destaca con todo su esplendor en la década que va de 1931 a 1941. En este período funda y conduce los Crisol, El Pampero y El Federal, además de otros menores como La Maroma.
Su obra escrita se destaca como producción de denuncia y anunciación de la Revolución del 4 de junio de 1943.
Sus escritos son: Medios y fines del nacionalismo (1941) y Cuadernos nacionalistas (1941), que incluyen sus artículos más memorables como: Esto se acaba; Antes que la constitución fue la nación; La vuelta de la noria; Qué imbéciles pluscuamperfectos y Cuando la patria grite ¡Ahora yo!
A partir del triunfo de la Revolución Nacional por él tantas veces anunciada, Osés se retira a la actividad privada destacándose como empresario papelero a través de la compañía Celulosa Río Segundo S.A.
En uno de sus últimos escritos, la respuesta al diputado Santander aparecida en el periódico Firmeza el 20/9/50, Osés da las razones de su alejamiento: “El régimen actual (el peronismo)que no se halla en discusión ahora, concretó en realizaciones muchas de las ardientes campañas de El Pampero”.
Fallece en la ciudad de Buenos Aires el 11 de diciembre de 1954, sus restos fueron despedidos por el poeta catamarqueño Juan Oscar Ponferrada.
Sus trabajos y sus luchas
Conmemorar a un hombre como Enrique P. Osés no es tarea fácil.1 Y dos son los motivos principales la empresa que nos proponemos.
Primero su lucha y su prédica afectaron muchos y poderosos intereses. Y segundo, la tarea de silenciamiento y de ocultamiento de su persona y su obra por parte de esos grandes enemigos. Pruebas al canto, no existe ninguna necrológica de Osés, salvo la del Instituto Juan Manuel de Rosas llevada a cabo casi un año después de su fallecimiento.
Pero no nos detengamos en los que están próximos, no es nuestra intención avivar brasas. Vayamos al grano.
Enrique P. Osés es el fundador del nacionalismo popular en Argentina. Y lo funda desde sí mismo, a través del rescate del pasado hispano criollo de nuestro pueblo y sus luchas.
Osés analiza críticamente a la democracia de la Década Infame porque ella era en nuestro país, tal como se encontraba estructurado, un mecanismo de dominación.
Él propone el “Nacionalismo popular Revolucionario” como cambio total de las estructuras e instituciones del Estado demo-liberal argentino.2
El nacionalismo adquiere en Osés dimensión política en tanto se lo entiende como revolucionario. Esto quiere decir que propone el cambio de un régimen político por otro. El que propone Osés es de neto corte comunitario y social. Se ha dicho, con acierto, que El Pampero fue el diario de la Revolución del 4 de junio de 1943, y Osés, siendo su director, alentó con todas sus fuerzas el pronunciamiento militar.
El nacionalismo adquiere en Osés dimensión política en tanto se lo entiende como revolucionario. Esto quiere decir que propone el cambio de un régimen político por otro. El que propone Osés es de neto corte comunitario y social. Se ha dicho, con acierto, que El Pampero fue el diario de la Revolución del 4 de junio de 1943, y Osés, siendo su director, alentó con todas sus fuerzas el pronunciamiento militar.
Pero como observara Mirabeau: “la revolución como Saturno se devora sus hijos”. Así Osés fue lenta y paulatinamente devorado por la revolución que alentara. Claro que en este caso el protagonista se deja devorar porque ve cumplidos los objetivos de su lucha político periodística. La Revolución y sobre todo el gobierno peronista (1946-52) le devora los objetivos, como explícitamente lo hace notar él mismo en su carta a Santander mencionada anteriormente: “La recuperación de nuestros medios de vida propios – energía, servicios públicos, transportes- por la absorción de las deudas y empréstitos con el exterior, por la reconquista de nuestros elementos de producción, por el control de nuestro mercado interno, por la elevación del standard de vida de los argentinos.
Eso solo justifica los cinco años del Pampero y que el actual gobierno ha realizado.Y lo que resta realizar no hará sino completar la justificación”. Afirmamos de entrada que conmemorar a Osés no es tarea fácil.
Eso solo justifica los cinco años del Pampero y que el actual gobierno ha realizado.Y lo que resta realizar no hará sino completar la justificación”. Afirmamos de entrada que conmemorar a Osés no es tarea fácil.
Las colecciones de Crisol, El Pampero y El Federal, diarios fundados por él, prácticamente han desaparecido. Se estiman entre 2.600 a 2.800 artículos los publicados por Osés o bajo su pseudónimo. En cuanto a losCuadernos Nacionalistas han corrido igual suerte, salvo dos: Esto se acaba y Antes que la Constitución está la nación. Como publicación hoy accesible tenemos sólo Medios y fines del nacionalismo editada en 1941 y reeditada en 1968.En realidad ésta es su Diario de la cárcel a la manera del nacionalismo rumano Cornelius Zelea Codreanu.
Brevemente podemos decir que Crisol representa la etapa docente, doctrinaria, la de los planteos fundamentales de “la revolución nacionalista”. Va plateando una a una las razones nacionales que motivarán una política revolucionaria: la dominación imperialista, la complicidad oligárquica, la falacia del régimen y sus partidos, el envilecimiento de las leyes y de las instituciones, el mito farisaico del cuarto poder servidor de los intereses ajenos al país, la falsificación de la historia, el fariseísmo de los mentores espirituales del pueblo, el abandono del hombre argentino, la acción de las logias internacionales, la incuria administrativa, el fraude político, y todas y cada una de las calamidades nacionales que entonces, como ahora, se encarnaban en hombres y en intereses poderosísimos.
Todos ellos van a ser atacados por este nuevo Quijote que pluma en mano, desde las dos páginas apretadas de Crisol se lanza contra la Prensa. Destapa la terrible e ignorada verdad oligárquica, pulveriza a Sarmiento, a la escuela laica, al liberalismo. Denuncia la complicidad de los curiales, se yergue frente a la justicia y la Suprema Corte, frente a los gabinetes entreguistas de Justo, frente al pacifismo megalómano de Saavedra Lamas, frente a la entrega ignominiosa de la Corporación de Transportes.
Y lo que es más importante, promete a las nuevas generaciones una revolución verdadera, una revolución profunda que ha terminar con estas lacras de una vez y para siempre. Y en esta acción recibe el testimonio de la cerrada enemistad del régimen que llega a encarcelarlo oprobiosamente. Estos mismos poderosos enemigos que él, y luego el gobierno de Perón doblegaron, son los mismos que lo demonizaron como nazi después de muerto3, cuando él sólo fue el teórico más vehemente que tuvo la “revolución nacional”.
El Pampero, a su vez, señala la maduración política del movimiento nacionalista. Un diario que se extiende a cien mil lectores, cifra inmensa para la época, y que apoyándose en el comentario de los hechos cotidianos va precisando la doctrina nacional.
Las consignas nacionalistas ganan así la validez de lo multitudinario, el Movimiento se reproduce incansablemente hasta en los más lejanos rincones del país, y a todas partes viaja Osés, llevando con su palabra el fuego de los ideales nacionales que enciende fogones por toda la Patria.
Se apoya la campaña a favor de la neutralidad en la Guerra Mundial. Se denuncian los negociados y las tropelías del régimen, y así los partidos “palomarescos y cajistas”4 señalados, inventan una persecución democrática, un comité investigador de las actividades antiargentinas, que se defiende de las acusaciones lanzando el mote de nazis a todos los argentinos revolucionarios.
En esta acción Enrique P. Osés es perseguido por la justicia. Se le acumulan juicios por desacato, por calumnias, por injurias. Se lo quiere quebrar. Todo resulta inútil. Se acumulan procesos para que no salga más de la cárcel pero la justicia puede más que el odio y Osés recupera la libertad. Y en un multitudinario y apoteótico acto en el Teatro Nacional los estigmatiza para siempre a los hombres del régimen cuando comienza su pieza oratoria: “¡ Qué imbéciles pluscuamperfectos!”, los que desde hace ya años y con una saña que va centuplicándose a medida que se acerca el fin, se han dado a la tarea de perseguirnos”.
Finalmente El Federal significa el disconformismo intransigente con el nuevo mundo, el mundo de postguerra, sometido a la férula de las potencias anglosajonas.
Enrique Pedro Osés es el definidor exacto del Nacionalismo Popular desde la tradición hispano criolla. Cuando en los años 1932 al 36 el movimiento nacionalista sufre las consecuencias de la imprecisión doctrinaria, y los grupos supérstites de la desdichada revolución septembrina de 1930 manejan un discurso exclusivamente patriotero y anticomunista sin proponerse finalidades nacionales más amplias, ni pretender otra revolución que un golpe de Estado autoritario por el autoritarismo mismo, es Osés, quien empeñado en polémica memorable con “Bandera Argentina”5, pone en claro la esencia revolucionaria del nacionalismo argentino.
Ante el triste espectáculo de la bautizada por José Luis Torres, otro ilustre silenciado, como la Década Infame, Osés afirma: “El nacionalismo camaradas no tiene otra misión que la que se ha impuesto.
Ha proclamado que deben cambiarse las instituciones de la República, y no puede aceptar ingresar en ellas, cuando ya están cayéndose a pedazos, par salvarlas. Ha proclamado que debe darse vuelta todo el sistema económico del país y no puede ahora, apuntalar un sistema que está dando sus últimas boqueadas. Ha proclamado que deben concluir todos los partidos políticos, absolutamente todos, y no puede ahora acollararse con ninguno.
Ha proclamado que tiene una fuerza popular, que tiene un elenco de hombres nuevos, que tiene su conducta, que tiene la solución integral a los males de la Patria y no puede colaborar con el pasado ni con el presente, porque eso sería traicionarnos a nosotros mismos y traicionar la integridad de nuestra doctrina. No necesitamos alianzas con nadie”.
NOTAS
1 Este trabajo fue escrito y publicado en 1994,cuando se creó la Comisión de Homenaje a instancia de sus viejosamigos supérstites entre los cuales se destacó Horacio Bordo.
2 En 1942 aparecerá la crítica politológica másdemoledora de la literatura argentina al Estado de derecho liberal-burgués en la obra homónima de Arturo Sampay, el padrino delconstitucionalismo social.
3Un perverso y miserable Daniel Lvovich, su apellido lo vende, hasostenido la falacia de que a Osés le pagaban los nazis cuando loque tuvo siempre Osés fue una solemne pobreza.
4Se refiere al negociado de la venta de tierras públicas delPalomar, origen de la fortuna de Roberto Noble y, por ende, deldiario Clarín y al negociado de la Chade que con las coimas secompró la casa Radical.
5Periódico dirigido por Juan Carulla sostenedor de un nacionalismomussoliniano y septembrino.
domingo, 4 de septiembre de 2011
LA CATEDRA DE NIMIO DE ANQUIN
1.- Todo régimen político se corrompe.
En efecto, el hombre como sujeto de la historia, no ha encontrado aún un sistema político inco-rruptible. Tanto la autocracia, como la aristocracia y la democracia, están fatalmente sujetas a la co-rrupción en cuanto sistemas humanos.
2.- Creer que hay formas políticas incorruptibles es mitología.
Por la sencilla razón de que quien así piense, se sustrae a la realidad y se sitúa en el plano de los entes de razón. Quien afirme que la autocracia, la aristocracia y la democracia son seres reales, crea mitos, es decir, crea fantasmas.
3.- La trasformación de los sistemas políticos en mitos crea la superstición y el fanatismo.
Lanzado el mito, éste se transforma en ídolo y crece indefinidamente hasta alcanzar proporcio-nes teratológicas2. Inmediatamente nace la superstición, y con ésta el fanatismo.
4.- Todo estado mítico es totalitario.
Ello es evidente, porque el mito no admite un opuesto. Para sobrevivir necesita ser único. La denominación que adopta es accidental: puede llamarse autocracia, aristocracia o democracia, pero ello sólo es una denominación extrínseca. El Estado mítico es único, absoluto y exclusivo.
5.- La unicidad, la absolutidad y la exclusividad engendran el despotismo.
El despotismo, a su vez, ejercita la crueldad y excita los bajos sentimientos humanos. El Estado mítico totalitario en su forma autocrática inventó la cámara de gas, y en su forma democrática la guillotina.
6.- Las formas políticas del estado mítico son tautológicas y van de lo mismo a lo mismo.
Se puede instituir la autocracia, la aristocracia o la democracia indiferentemente, porque todas serán totalitarias. La democracia totalitaria es tan funesta como la más cerrada autocracia. Los extremos se tocan, porque la tautología es la circularidad estéril.
7.- El mito tiende naturalmente a devenir religioso.
Todo sistema político mitológico se transforma al cabo en una pseudo-religión de contenido idolátrico. Tan idolátrico es el Estado mítico autocrático como el Estado mítico democrático. Uno y otro terminan por atribuir al Hombre (Líder), carismas preternaturales, erigiéndolo en el gran hierofante de la Nación.
8.- Las formas políticas en general son instrumentales y no suplen al hombre.
No abrogan la responsabilidad, ni subrogan en ningún caso a la persona humana. El pensamien-to mítico coloca al mito por encima de la persona y libera a ésta de la responsabilidad moral y por tanto política. Y así, por ejemplo, se afirma absurdamente que basta ser democrático para ser puro, y ser au-tocrático para ser réprobo.
9.- Las formas políticas positivas en cuanto instrumentales son todas, en principio, aceptables.
No existe el exorcismo en política. La decisión relativamente a la vigencia de aquéllas, depende de cada situación concreta (histórica, geopolítica, económica, etc.) de la vida de la Nación. Sostener lo contrario equivale a sacrificar la Nación a los sistemas teóricos, es decir, a las formas instrumentales que, por ser tales, no son esenciales, sino accidentales, y están expuestas a corromperse, a devenir ca-ducas, o ser simplemente inconvenientes.
10.- La democracia como forma política positiva y por lo tanto admisible, es la democracia no liberal.
La forma liberal no cupo en las categorías de la filosofía y de la política clásicas. Para Platón, Aristóteles y Santo Tomás de Aquino la democracia liberal fue un no-concepto, un impensable. El mundo antiguo y el medieval no la conocieron, ni la concibieron, pues está fuera de todo modelo clási-co, de todo orden y de toda armonía. La democracia liberal es creación de la Revolución Francesa,
11.- El estado ordenado no puede fomentar la libertad como mito, pues terminará por ser devorado por ella.
La libertad como mito lleva fatalmente al anarquismo, o sea, al solipsismo político; es el Desor-den, pues si la libertad de cada uno debe ser absoluta, no será posible el Estado, que es uno o no es. (“Imperium nisi unum sit, esse nullum potest”), o sea, el Estado que no es uno, no puede existir). La libertad es formalmente instrumental, no tiene un fin por sí. En el orden teológico es instrumento para merecer la beatitud y para servir a Dios; en el orden moral es instrumento para practicar el bien consigo mismo y con el prójimo; en el orden político es instrumento para realizar el bien común a través del Estado. La libertad que no es instrumento para algo, es monstruo mitológico.
12.- La libertad que no es mito, es orden.
Uno de los constitutivos formales del Estado es el Orden, es decir, es la libertad condicionada al Orden o por el Orden. Sin el Orden no hay unidad, y sin unidad no hay Estado (“Unitas ordine"). La libertad política dentro del Estado no puede ser nunca absoluta, así como tampoco lo es, dentro de la ley, la libertad moral. Un mandatario (y mucho menos un militar) no puede ser un heraldo de la libertad mítica. Mejor sería que lo fuese del Orden, o de la libertad en el Orden.
13.- La política no está subalternada al derecho sino a la moral. La política no se rige por la justicia legal, como sostienen algunos, sino por accidente. La regla de oro de la política es la equidad.
"Ubi societas, ibi aequitas”. “Lo equitativo y lo justo, siendo buenos ambos, la única diferencia que hay entre ellos es que lo equitativo siendo lo justo, no es lo justo legal, sino que es una dichosa rectificación de la justicia rigurosamente legal". Tal es el dominio de la Política, y por ello, tratar de establecer un Estado legal, es decir, regido por la justicia legal, es un absurdo. El Estado humano está regido por la equidad, que es mejor que la justicia como medio asequible al hombre. La justicia es de Dios; la equidad es de los hombres; la bondad es de todos.
14.- Si la política está subalternada a la moral, el fin objetivo del estado es el bien común.
(Si estuviese subalternada al derecho, como quiere Kelsen, su fin sería la ley, pero esto es mani-fiestamente falso). La consecución del Bien Común está regulada por la equidad antes que por la justi-cia, o sea, antes que por el derecho. Por ello juzgo un error la aplicación indiscriminada del derecho en la cosa política. El delito político (si existe) no es delito de derecho, pues el “Estado no es derecho”, como se dice erróneamente. “El Estado es política”. Es urgente en estos momentos evitar la violación del principio: “summum jus summa injuria” (el abuso del derecho es la máxima injusticia).
15.- No es admisible una democracia cristiana, porque se complica al cristianismo con un sistema temporal-mundano.
El Cristianismo, en efecto, es una religión sobrenatural, mientras que la democracia (la politia) es una forma humana de gobierno, Puede sí haber accidentalmente una democracia de cristianos (por cierto que la democracia liberal, que pertenece al diablo, queda excluida de esta posibilidad), como puede haber una autocracia o una aristocracia de cristianos. Lo que no puede haber es un comunismo o una plutocracia de cristianos. Estas dos formas políticas son radicalmente anticristianas. La democracia cristiana es un supercristianismo, es decir, no es cristianismo, o es un cristianismo por denominación extrínseca, o sea, un pseudo-cristianismo.
En la única democracia posible es la de la Iglesia.
Después de la alocución de Pascua de 1955) del último Pontífice, la Democracia Cristiana ha perdido todo su significado desde el punto de vista católico. Ha dicho el Papa: “En cambio sería una apariencia de fe destinada a la derrota, ese vago sentimiento de cristianismo, muelle y vano, que no rebasa el umbral de la persuasión en las mentes, ni el amor en los corazones; que no está puesto como cimiento y corona-ción ni de la vida privada ni de la pública; que sólo ve en la ley cristiana una ética puramente humana de solidaridad y una disposición cualquiera para promover el trabajo, la técnica y el bienestar exterior.
Los que agitan la engañosa bandera de este cristianismo vago, lejos de estar al lado de la Iglesia en la lucha gigantesca en que está empeñada para salvaguardar para el hombre del siglo presente los eternos valores del espíritu, más bien aumentan la confusión, haciéndose así cómplices de los enemigos de Cristo.
Tales serian, en concreto, los cristianos que, arrastrados por el engaño o doblegados por el te-mor, diesen su cooperación a sistemas discutibles de progreso material que exigen, como contrapartida, la renuncia a los principios sobrenaturales de la fe y a los derechos naturales del hombre”. Estas pala-bras de Pío XII dichas en tan solemne circunstancia, “urbi et orbe”, son contradictorias de los princi-pios de la “ciudad fraternal” y del “humanismo generoso” (expresión masónica) que sostiene la llamada “democracia cristiana”. Naturalmente que la “democracia cristiana” puede seguir subsistiendo con el Ejército de Salvación y con los Mormones. Sin embargo, estas sectas tienen políticamente un historial menos oscuro que aquélla, pues no debe olvidarse que la “democracia cristiana” no fue indiferente a la masacre por el “resistencialismo” francés de 100.000 ciudadanos conservadores (católicos casi todos), sacrificados al Moloch Demo-Libertad, por el delito de haber amado a su patria más allá de los execra-bles mitos. La dialéctica del “humanismo generoso” parte del principio de que “no hay enemigos a la izquierda”. Para los crímenes que se cometen con los que están a la derecha, no tiene ojos.
16.- Las formas políticas son irreversibles como consecuencia necesaria de la irreversibilidad del hecho histórico.
No se ha dado, en toda la historia de la humanidad, un sólo hecho que se haya repetido; es lo que se llama en la ciencia histórica: "Einmaligkeit". La visión retrospectiva de Ezequiel es la de un pueblo de osamentas, a las cuales sólo vivifica el espíritu de Dios; esto significa que el hombre nada puede resucitar nunca. Claro está que tampoco se pueden resucitar las instituciones fenecidas, ni las Constituciones de otras épocas. Intentar hacerlo es una actitud contra natura. Toda Constitución, como obra humana, está sujeta necesariamente a caducidad (a corrupción), y nada, ni nadie, puede instituirla en una forma eterna. Resucitar una Constitución. es una tarea tan macabra como inútil, propia de la mentalidad mitolátrica, retrógrada y anti-histórica.
17.-La suprema realidad en todo sistema político es el hombre, la persona humana de car-ne y huesos, cuya calidad y comportamiento solamente garantizan la honestidad de un gobierno.
Esto significa que el fundamento de todo gobierno, es la moral, es decir, la moral encarnada. Sin la rigurosa subalternación de la política a la moral, no habrá garantías para nada, ni para nadie, así sea el régimen democrático o autocrático. En cambio, el mantenimiento de aquella subalternación, hace posible cualquier régimen político positivo, preservado así de la amenaza pestífera del mito.
18.- El Nacionalismo es la concepción política que propicia el encaminamiento de la nación a la consecución del bien común por el orden y la unidad, religados en autoridad.
Siendo uno el Bien Común, la finalidad perseguida por la Nación debe ser una. Y si es una la finalidad, deben ser adecuados a ella los medios. El Nacionalismo considera al hombre como una uni-dad no escindible de individuo y persona: por ello no es ni individualista, ni personalista, sino plena-mente humano, en cuanto ve en el hombre político no sólo un sujeto temporal sino también espiritual, comprometido en cuanto tal, en todos sus actos de ciudadano. El sentido de unidad y de orden del Na-cionalismo lo opone a todo internacionalismo político y a todo cosmopolitismo, pues uno y otro son factores disolventes de la Nación. Su culto de la autoridad lo opone al liberalismo, que también es fac-tor de disolución por la anarquía. Su concepción del Bien Común lo opone a toda mitolatría.
19.- Los actos humanos se especifican por los fines: como es el fin son los actos. Los fines informan los medios, aunque de inmediato no los justifican.
Más si el fin es bueno, los medios serán inmediatamente buenos y no pueden ser absolutamente malos (relativamente sí pueden serlo). Un sistema político como el Nacionalismo que pone el Bien Común como fin, no puede ser absolutamente malo y no puede ser condenado por ser nacionalismo. Si pusiese corno fin la absorción de la persona por el Estado sería malo y condenable, pero entonces no sería Nacionalismo sino totalitarismo. Para el Nacionalismo "el Estado es la sociedad natural, revestido de la autoridad suprema dentro de unos límites dados, encargada de realizar el Bien Común de sus miembros". En cambio, será totalitarismo, y de ferocidad omnívora, el sistema político que, como la democracia liberal, proponga y practique la inmolación de la persona humana al mito.
Extractado de "Mito y Política" 1958
Extractado de "Mito y Política" 1958
viernes, 2 de septiembre de 2011
LA GRANDEZA DE ROSAS
Por Julio Irazusta
La historiografía liberal juzga su personalidad por los bufones que tuvo, o por sus hábitos gauchescos, o por su literatura. Todos esos aspectos deben ser considerados en su historia. Pero específicamente nada tienen que ver con la política, donde se debe radicar el juicio de un estadista.
Juzgar a Rosas por aquellos detalles de su vida es como juzgar a Luis IV por sus amantes, o a Isabel de Inglaterra por su promiscuidad o a Victoria por su germanismo sentimental o a Federico el Grande por sus versos franceses.
La obra de Rosas es política y debe ser juzgada políticamente.
Fue el primer organizador de la Nación. No la organizó por medio de un congreso constituyente, procedimiento que había fracasado reiteradamente en el país sino por el método tradicional que había presidido la formación de las grandes comunidades nacionales de Europa, como Francia y España y que presidiría los procesos unificadores de Italia y Alemania inmediatamente después de la caída de Rosas. Este método consistía en nuclear, alrededor del Estado provincial más vigoroso y privilegiado, las provincias pertenecientes a la región unida por lazos geográficos, raciales, históricos y políticos que la destinaban a ser una nación.
La POLÍTICA INTERNACIONAL DE ROSAS, LO MÁS IMPORTANTE DE SU ACCIÓN ES DIFÍCIL DE RESUMIR.
Sus objetivos eran unificar el país, pero no en sus actuales fronteras, sino en las del antiguo virreinato del río de la Plata, menos las partes a que el país había renunciado solemnemente, Hacer respetar la soberanía por todos los estados, pequeños o grandes, hasta usar la fuerza si era necesario para ello. Recibir liberalmente a la inmigración extranjera como convenía a un país escasamente poblado.
Pero sustraerla de la influencia de sus países de origen y nacionalizarla automáticamente al cabo de tres años de residencia. Los otros aspectos de su gestión: el administrador probo re infatigable, el celoso vigilante del bienestar colectivo, el amigo del pueblo, configuran a un gran político.
Pero indudablemente su aspecto superlativo es su acción internacional de 20 años, sin la cual no se podría concebir la existencia de la República Argentina en su actual contorno territorial y que lo presenta como a uno de los grandes estadistas de América.
Para que esa grandeza se apreciara como es debido sólo faltó que la escuela diplomática fundada por él tuviera discípulos, mientras sus vencedores estaban empeñados en demoler su obra.
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